Desbordo de gozo con el Señor
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La liturgia de este tercer domingo de Adviento, preparación para la Navidad, tiene un matiz predominante de alegría. Dios, Padre nuestro, con entrañas de misericordia, por medio de la liturgia, sale a nuestro encuentro con palabras de aliento; quiere darnos ánimos a nosotros, para que nosotros podamos animar a nuestros hermanos y aportar en el mar turbulento y gris de nuestra sociedad una corriente de esperanza y de motivos para vivir.
El profeta Isaías se muestra exultante y gráfico en su proclama: El espíritu del Señor me ha enviado… para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos… Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios…, me ha envuelto en un manto de triunfo… el Señor hará brotar la justicia y los himno ante todos los pueblos…
Son palabras bonitas, pero no acabamos de creer que Dios pueda cumplir al menos literalmente estas promesas.
De hecho, ¿qué es lo que Dios nos da para que levantemos nuestros ánimos? ¿Cuál es el motivo de alegría que nos propone la liturgia?
San Pablo nos dice: Estad siempre alegres en el Señor. Es decir, el motivo es el Señor, nuestro Señor Jesucristo, es la causa de alegría para nosotros los cristianos y para todos los hombres. Y explica la razón: El que os ha llamado, es decir, Dios, es fiel y cumplirá sus promesas. Por su parte, san Juan el Bautista nos anuncia: En medio de vosotros está uno que no conocéis, y al que no soy digno ni de desatarle las sandalias. Dando a entender, que éste que ya está entre nosotros, sí que es el profeta y el Enviado de Dios prometido, para salvar el mundo.
Podemos hacernos dos preguntas: ¿Es Jesucristo alegría para nosotros? ¿Cómo puede Jesucristo proporcionarnos una alegría real y permanente?
-Desde luego, Jesucristo no da de comer, ni crea él mismo puestos de trabajo, ni dicta un programa eficaz para solucionar el problema de la emigración, ni para lograr un justa y equitativa distribución de la riqueza. Cosas éstas que si se lograran, cierto que nos proporcionarían alegría a todos.
Jesucristo no suplanta ni hace inútiles la razón humana, la inteligencia y la responsabilidad de los humanos. Pero Jesucristo sí que nos ofrece y nos proporciona, si creemos en él, fuerza para amar, potencia en nosotros el amor, y nos muestra el amor verdadero. Este amor de Jesucristo vivido y asimilado por el corazón humano es puede ser el alama de toda actividad humana.
De hecho lo es para muchos de nosotros. Un amor como el de Jesús modera la ambición de poder, regula el afán desmedido de riquezas; llama a la conciencia del que se siente tentado de aprovecharse del pobre e indefenso; da fuerza para perdonar al que nos ha ofendido; estimula y da constancia al científico para continuar su investigación infructuosa; levanta el ánimo y la esperanza del que una y otra vez busca trabajo y no encuentra… El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, no hace inútiles las tareas, los trabajos y la iniciativa humana, pero potencia y transforma las capacidades de los hombres en orden a construir un mundo nuevo y una humanidad más fraterna y feliz.
Por eso Jesucristo es causa de nuestra alegría. Por eso nos alegra saber que Jesucristo está presente ya entre nosotros y que quiere hacer más intensa y eficaz su presencia en Navidad.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La liturgia de este tercer domingo de Adviento, preparación para la Navidad, tiene un matiz predominante de alegría. Dios, Padre nuestro, con entrañas de misericordia, por medio de la liturgia, sale a nuestro encuentro con palabras de aliento; quiere darnos ánimos a nosotros, para que nosotros podamos animar a nuestros hermanos y aportar en el mar turbulento y gris de nuestra sociedad una corriente de esperanza y de motivos para vivir.
El profeta Isaías se muestra exultante y gráfico en su proclama: El espíritu del Señor me ha enviado… para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos… Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios…, me ha envuelto en un manto de triunfo… el Señor hará brotar la justicia y los himno ante todos los pueblos…
Son palabras bonitas, pero no acabamos de creer que Dios pueda cumplir al menos literalmente estas promesas.
De hecho, ¿qué es lo que Dios nos da para que levantemos nuestros ánimos? ¿Cuál es el motivo de alegría que nos propone la liturgia?
San Pablo nos dice: Estad siempre alegres en el Señor. Es decir, el motivo es el Señor, nuestro Señor Jesucristo, es la causa de alegría para nosotros los cristianos y para todos los hombres. Y explica la razón: El que os ha llamado, es decir, Dios, es fiel y cumplirá sus promesas. Por su parte, san Juan el Bautista nos anuncia: En medio de vosotros está uno que no conocéis, y al que no soy digno ni de desatarle las sandalias. Dando a entender, que éste que ya está entre nosotros, sí que es el profeta y el Enviado de Dios prometido, para salvar el mundo.
Podemos hacernos dos preguntas: ¿Es Jesucristo alegría para nosotros? ¿Cómo puede Jesucristo proporcionarnos una alegría real y permanente?
-Desde luego, Jesucristo no da de comer, ni crea él mismo puestos de trabajo, ni dicta un programa eficaz para solucionar el problema de la emigración, ni para lograr un justa y equitativa distribución de la riqueza. Cosas éstas que si se lograran, cierto que nos proporcionarían alegría a todos.
Jesucristo no suplanta ni hace inútiles la razón humana, la inteligencia y la responsabilidad de los humanos. Pero Jesucristo sí que nos ofrece y nos proporciona, si creemos en él, fuerza para amar, potencia en nosotros el amor, y nos muestra el amor verdadero. Este amor de Jesucristo vivido y asimilado por el corazón humano es puede ser el alama de toda actividad humana.
De hecho lo es para muchos de nosotros. Un amor como el de Jesús modera la ambición de poder, regula el afán desmedido de riquezas; llama a la conciencia del que se siente tentado de aprovecharse del pobre e indefenso; da fuerza para perdonar al que nos ha ofendido; estimula y da constancia al científico para continuar su investigación infructuosa; levanta el ánimo y la esperanza del que una y otra vez busca trabajo y no encuentra… El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, no hace inútiles las tareas, los trabajos y la iniciativa humana, pero potencia y transforma las capacidades de los hombres en orden a construir un mundo nuevo y una humanidad más fraterna y feliz.
Por eso Jesucristo es causa de nuestra alegría. Por eso nos alegra saber que Jesucristo está presente ya entre nosotros y que quiere hacer más intensa y eficaz su presencia en Navidad.