“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos
y hablar a los mudos”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¡Qué
fuerza puede tener una fotografía acertada y oportuna! Un niño inocente ahogado
en una playa lejos de su patria, sin haber podido alcanzar la tierra
soñada a la que tenía todo derecho de
alcanzar.
Frente
a la tragedia y la inhumanidad que refleja clamorosamente esa fotografía, han
surgido, gracias a su fuerza impactante, voces de mucha gente conmovida en sus
mejores sentimientos, ofreciendo su casa como hogar para estas víctimas de una
guerra impía e inhumana.
Cierto
que ver a un niño inocente ahogado en
una palaya lejos de su patria ha despertado los mejores sentimientos de solidaridad
en muchas personas, ha removido las conciencias y ha suscitado los mejores
deseos… Pero, ¿serán duraderos estos deseos, nos llevarán estos sentimientos a
soluciones prácticas? ¿Qué puede suponer estos nobles gestos en el conjunto de
odios tan enconados, de conflictos tan complejos y de necesidades tan
enormes?
Cuando
nos asaltan interrogantes como estos, nuestro optimismo se debilita y podemos
pasar a un pesimismo resignado y, al
final, otras noticias suplantarán a éstas, y quizás todo siga como antes…
Jesucristo
en el evangelio de hoy cura a un sordomudo. El hecho ya tiene importancia y
consistencia en sí mismo. Es una llamada de Jesús a todos para que ayudemos al
prójimo necesitado.
Pero
Jesús no sólo cura la sordera y la mudez físicas, sino también la sordera y la
mudez del espíritu.
El
bautismo, a los que hemos tenido la suerte de recibirlo, abre los oídos del
corazón para que podamos escuchar y entender la Palabra de Dios y la
proclamemos a todo el mundo.
Cuando escuchamos Palabra de Dios, descubrimos que
Jesús ha curado a un sordomudo, ha curado a un ser humano enfermo y necesitado.
Pero además, ese milagro revela que Jesús es el enviado de Dios para salvar a
los hombres y se ha metido en el barro de la historia humana, para decirnos que
Dios ya ha empezado a establecer su reinado entre nosotros. Un mundo mejor es
posible, el amor de Dios está interpelando a todos, para que todos podamos
vivir como hermanos. Y ese Reino ya comenzado, llegará un día a su plenitud.
Una
fotografía acertada puede ser un despertador de sentimientos, pero más y mejor
que nuestros sentimientos, la fe en Jesucristo puede ser fundamento firme y
duradero del compromiso con los pobres, con los enfermos, con el prójimo
necesitado. Porque nadie mejor que Jesucristo nos enseña cuánto merece la
pena la vida de un ser humano, sea cristiano
o pagano, del propio país o extranjero, y qué grande es su dignidad. Nadie como
Jesucristo es capaz de darnos ánimos y fortalecer nuestra esperanza en la
posibilidad de un mundo nuevo; Nadie como Jesucristo puede ser fuente de un amor verdadero, que no
se arredra ante el sacrificio y que se acerca y acoge al sordo, al mudo, al
discapacitado y, en definitiva, a todo ser humano necesitado, para tratarlos y
amarlos, como Cristo los trata y los ama.
Queridos
hermanos: Más allá de los medios de comunicación, pongamos en juego nuestra
vocación bautismal y escuchemos la Palabra de Dios: “Sed fuertes, no temáis… Mirad a vuestro Dios que trae el desquite… Se
despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, la lengua del
mudo cantará… Jesús todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los
mudos. Ni las malas noticias ni las tragedia humanas ahogarán nuestra esperanza. El ejemplo y la
gracia de Cristo nos impulsan a ayudar al
prójimo necesitado y a trabajar por un mundo mejor.