Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
-“Y vosotros, ¿Quién decís que
soy yo?”
Esta pregunta que Jesús hizo a sus discípulos, nos la hace hoy a
todos: “¿Quién decís que soy yo?” ¿Quién es Jesús para mí? ¿Para ti?
El tono de la pregunta es incisivo; Jesús no busca una respuesta
teórica, aprendida en el catecismo. Es
una pregunta para responderla desde la vida. “¿Quién soy yo para ti? ¿Soy
alguien para ti?, nos pregunta Jesús. ¿Soy importante, soy el más importante
para ti?
Tenemos que agradecer a Pedro y hacer nuestra la respuesta que le da a
Jesús: “Tú eres el Cristo”, es decir.
El ungido y enviado por Dios. La
respuesta es válida, pero no es completa. Porque Jesucristo es, además, el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero
hombre.
De hecho Pedro tiene una idea, nos sólo incompleta, sino también
defectuosa. Pedro está pensando en un Mesías al modo humano, dominante y triunfal.
Jesús habla de un Mesías que libera al mundo
por el amor y dando la vida; respetando la libertad de cada uno y
tratando de ganársela por medio del amor y de la entrega personal.
Esta actitud de Pedro le hace
ver a Jesús, que sus discípulos más íntimos y más incondicionales tampoco lo
entienden. Jesús se ve en la necesidad
de hablarle muy claro y decirles no sólo
cuál va a ser su suerte, sino también qué
suerte van a correr los discípulos que de verdad quieran seguirle.
Pongamos atención, porque lo que dijo a aquellos primeros discípulos,
nos lo dice hoy a nosotros.
¿Cuáles son las condiciones indispensables para ser discípulos de Jesús, es decir, para
ser cristianos? No os asustéis: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. En palabras de hoy: “El que
quiera seguirme, que se olvide de sí mismo y renuncie a todo lo que en el mundo no le permite estar conmigo”. San
Benito en su Regla lo dice muy bien de otra manera: “No anteponer nada al amor de Cristo”.
“El que quiera venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. Pero esta frase tiene un
secreto. El secreto es el amor de Cristo
El verdadero discípulo entiende esta frase, porque Jesús le ha salido al
encuentro y le ha ganado el corazón; el verdadero discípulo ha encontrado un
nuevo centro en su vida, ya no se pertenece; él es de Jesús, quiere ser como
Jesús y quiere se para Jesús; él no vive para sí, su vida es Cristo. “Ya no yo, es Cristo quien vive en mí”.
Así serán los discípulos que Jesús quiere formar. Ellos han dado con
la clave secreta; han conocido el amor. A estos discípulos Jesús se atreve a decirles:
“Que cargue con su cruz y me siga”.
La cruz a la que se refiere Jesús es sobre todo, la cruz que nos viene
cuando queremos ser fieles al evangelio, cuando queremos ser cristianos de
verdad.
Permitidme que aterrice con un ejemplo: Los medios de comunicación
están hablándonos continuamente de los emigrantes, y ahora, más, de los
refugiados. Podemos pensar: “Que los atienda el gobierno; bastante tengo yo con
lo mío”. Pero, en el evangelio hemos escuchado que Jesús sabe que va a padecer
mucho, que va a ser condenado y ejecutado, y no se echa atrás, por fidelidad a
Dios y por amor a los hombres. Él carga
con su cruz y se hace solidario con todos los crucificados de la historia.
Viendo este proceder, nosotros, seguidores de Jesús, ya no podemos
desentendernos de la cruz de nuestros hermanos, del dolor y de la tragedia de los emigrantes y
refugiados; y cargamos con nuestra cruz, es decir, la cruz que nos viene por
querer ser como Jesús, y solidarizarnos con todos los crucificados de la
tierra.