Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy justamente, y a estas horas, da comienzo en Roma el Sínodo de
obispos sobre la familia, y hoy justamente, en este domingo, la liturgia nos
habla de las enseñanzas de Jesús sobre el matrimonio, el divorcio y la
situación de la mujer y de los niños.
Si nos atenemos lo que dicen los
medios de comunicación y a lo que se habla en la calle, parece que el único
problema importante es la cuestión del divorcio y de la imposibilidad de los
divorciados vueltos a casar de recibir la comunión en misa.
En el evangelio de hoy, la respuesta de Jesús a los fariseos es
contundente: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Al
decir esto Jesús remonta la institución
del matrimonio al momento mismo de la creación del hombre: Uno con una para
siempre y con la voluntad de tener hijos.
Este proyecto de Dios sobre el
matrimonio es sin duda alguna un bien para los esposos y para la sociedad
humana, es un canto a la vida y al amor,
y una garantía de felicidad y prosperidad para las familias y para la sociedad.
Pero el pecado, el olvido de Dios y el desprecio de su voluntad han
enturbiado la mente humana para descubrir la verdad, han debilitado la fuerza
del amor, y ha hecho frágiles y tornadizas las relaciones humanas. Por eso los
legisladores humanos han legislado muchas veces buscando excepciones al
proyecto creador de Dios e incluso han elaborado leyes contrarias a ese
proyecto.
Jesús está muy al tanto de cómo están las costumbres y las leyes judías
y las de otros pueblos. Pero Jesús se remonta por encima de todo este estado de
cosas y se remite “al principio”: “Al principio de la creación, Dios los
creó hombre y mujer, por eso abandonará a su padre y a su madre, y serán los
dos una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.
La autoridad eclesiástica, los obispos y el papa, al escuchar estas
palabras de Jesús, nos dicen que ellos tienen que obedecer al Señor, y que no
tienen autoridad para contradecir estas palabras.
Jesús, en este caso es tan radical como cuando habla del amor y dice que
hay que perdonar hasta setenta ves siete, es decir, siempre. Y es que Jesús
está ofreciendo a sus seguidores el gran tesoro del Reino de Dios; está
diciendo que Dios está presente en nuestro mundo y en cada uno de nosotros
ofreciéndonos una nueva manera de vivir y una fuente de gracia y de energía
para amar. La fe en Jesucristo y la gracia de Dios hacen posible lo que resulta
muy difícil, y hasta imposible, si se rechaza a Dios y la ayuda de Dios.
Jesucristo nos enseña cuál es la voluntad de Dios y sus exigencias, pero al
mismo tiempo y antes nos ofrece la gracia y la fuerza suficientes para
cumplirlas.
A estas horas, en Roma, se está inaugurando el Sínodo sobre la familia.
Es evidente la importancia que tiene, y la trascendencia que pueden tener las
enseñanzas y las disposiciones que surjan de él.
Una observación me permito haceros: El sínodo tiene para abordar un amplísimo
elenco de temas sobre la familia y el matrimonio; uno de ellos es el de los
divorcios y de los divorciados vueltos a casar. Pero tiene otros muchos temas,
y muy importantes todos. Basta mirar el título del documento que tienen en mano para discutir: “Vocación y misión de la familia en
la sociedad y en la Iglesia”.
Dos propósitos podemos hacer ante este acontecimiento: Primero pedir al
Espíritu Santo que ilumine a nuestros obispos para que acierten con lo mejor
para la familia; segundo, comprometernos a leer y estudiar lo que digan los
obispos; y no quedarnos con los
titulares parciales y a veces, poco objetivos, de lo que se dice en el
“twiter”, en la prensa o en la televisión.