“Los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa
necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Queridas hermanas benedictinas
y queridos hermanos todos:
Hoy la Palabra de Dios nos
envía su mensaje a través de dos mujeres, que, además, son viudas, y además,
económicamente pobres y necesitadas.
La primera es la Viuda de
Sarepta, tal como nos la presenta la primera lectura. Tiene un hijo pequeño
hambriento, pero no tiene ni pan, sólo un puñado de harina y un poco de aceite
en la alcuza. El profeta Elías le pide agua y pan y le promete que Dios no la
va a dejar morir de hambre. Para esta viuda el profeta es el que habla la
palabra de Dios. Dios habla por el profeta. Para ella Dios es muy importante. Y
esta viuda se fía de Dios. Se quita el pan de su boca y de la de su hijo, y
atiende a la petición del profeta. Y Dios no la defrauda. Dios hizo el milagro:
Comieron los tres, y “ni la orza de harina
se vació, ni la alcuza de aceite se agotó”.
En el evangelio vemos a otra
viuda echando limosna en el cepillo del templo. Otros muchos echan limosnas, y
algunos ricos echan en cantidad notable. Ella, sin embargo, es una pobre viuda,
y echa una cantidad exigua de dinero, dos reales.
Pero fijaos hermanos qué
valoración hace Jesús de este caso: “Os
aseguro que esta pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir”.
El comentario de Jesús es tan
certero y tan admirable que esta frase ha quedado en la memoria colectiva
de tanta gente.
Permitidme alguna
consideración a propósito del modo de proceder de estas dos mujeres, viudas y
pobres.
La primera: Para una y otra
mujer, Dios es muy importante en su vida; lo más importante, el primero en su
vida. Sobre todo, confían en él. Confían en Dios más que en los bienes
materiales y más que en el dinero. No temen quedarse en la mayor miseria.
Primero es Dios, su culto y su palabra;
su vida está en las manos de Dios.
¿Qué peso específico tiene
Dios en nuestras vidas? Hoy en día, ¿Qué cuenta Dios en la conciencia de mucha
gente, a la hora rezar y darle culto, de tomar decisiones, de educar a los
hijos, de votar a los gobernantes, de pagar un sueldo a los trabajadores, o la
contribución al estado?
La segunda consideración: Para
Jesucristo, para Dios, lo que cuenta es la persona y su corazón. Dar dinero,
sí, pero ¿dónde está tu corazón? ¿Dónde está tu confianza, en Dios o en el
dinero? Las limosnas, sí, pero, ¿desde qué motivos? ¿Por qué contribuyes a
Caritas o a Manos unidas? ¿Por vanidad? ¿Para tranquilizar tu conciencia?
¿Por qué no desestabiliza para nada tu economía? Lo que Dios quiere es que te
entregues a él con todo el corazón, con todas tus fuerzas con toda tu alma. No
importa tanto lo que haces, sino cómo te das tú mismo en lo que haces. Un
pequeño gesto, pero delicado, puede decir mucho de lo que amas y te interesas
por tu prójimo. Un regalo valioso puede ocultar el deseo que tienes de
desentenderte del problema de tu hermano. Para Jesucristo, para Dios, quien
importa eres tú: ¿dónde está tu corazón?
Estamos celebrando la
eucaristía, ahora pasamos al altar. No olvidemos: Así nos ama Jesucristo. Él
nos dice por boca del sacerdote: “Esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros; este es el cáliz de mi sangre derramada por vosotros”. Jesucristo no
sólo dio lo que tenía para vivir, dio su propia vida por nosotros; se dio a sí
mismo.