“Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”
Queridas hermanas benedictinas y queridos
hermana/os todos:
Nosotros, damos gracias a Dios y nos
alegramos. Su triunfo es triunfo de Cristo; su triunfo es motivo de ánimo para
todos nosotros, los seguidores de Jesús, que aún peregrinamos por este mundo.
Eran como nosotros y han alcanzado la
santidad, trabajaron, afrontaron dificultades, lucharon y amaron en la vida
como nosotros, y ahora son santos. Nosotros también podemos ser santos.
El Concilio Vaticano II nos habló de la
llamada a la santidad de todos los cristianos. Sí, nosotros también podemos ser
santos; en cierta medida ya lo somos. Somos santificados, por la gracia de Dios
en el bautismo. El bautismo es nuestra vocación. Todo lo que tenemos que hacer
en esta vida es vivir de manera coherente con lo que hemos recibido en el Bautismo
y con lo que el Bautismo nos exige como cristianos seguidores de Jesús.
Las bienaventuranzas que no son todo el
evangelio, pero son el exponente más representativo de su esencia, nos señalan
el camino de nuestra vocación hacia la santidad. Quizá a algunos no les suena a
muy actual eso de aspirar a la santidad; que escuche y lea las
bienaventuranzas. Un texto que ha llamado la atención de tantos cristianos, y
de tantos espíritus religiosos, como Ghandi, que aun no habiendo llegado a
hacerse cristianos, han reconocido la profunda sabiduría que encierran y la
extraordinaria fuerza humanizadora que tienen para hacer un mundo nuevo.
Las bienaventuranzas son un retrato de
Jesús. Jesús vivió las bienaventuranzas, y las predicó porque él mismo en su
vida las iba poniendo en práctica: “Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos…,
bienaventurados los limpios de corazón…, bienaventurados los perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”.
En la fiesta de Todos los Santos de este
año, me permito llamaros la atención sobre una de ellas. La que dice: “Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia”. El próximo día, ocho de diciembre, fiesta
de la Inmaculada Concepción ,
el Papa Francisco va a proponer la campaña del “Año de la Misericordia ”. “Hay
momentos, ha dicho el Papa, en los que de un modo mucho más intenso estamos
llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también
nosotros mismos signo eficaz del obrar de Dios Padre de misericordia”. En
comunión con el Papa y con toda la
Iglesia hemos de disponer nuestro espíritu para ser
misericordiosos y ejercitarnos en la virtud de la misericordia. Será un modo
práctico y concreto de crecer en nuestra vocación bautismal a la santidad.
Volvamos los ojos a la fiesta que
celebramos, la fiesta de Todos los Santos. Ellos siempre, pero de modo
especial, al hacer memoria de ellos mismos, asisten a nuestras eucaristías en
torno a altar. Por eso los nombramos en la plegaria eucarística. Su memoria nos
recuerda nuestra vocación. También nosotros, como ellos, podemos ser santos y
cumplir la voluntad de Dios en los mandamientos, y practicar las
bienaventuranzas, y ser testimonio de amor y misericordia para nuestros prójimos.
También nosotros podemos dar gloria a Dios y empeñarnos en hacer un mundo nuevo
más feliz.