domingo, 3 de enero de 2016

DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

 
Textos:

            -Eclo 24, 1-2. 8-12

            -Ef 1, 3-6. 15-18

            -Jn 1, 1-18

 

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”.

-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

-Ya hemos entrado en el nuevo año 2016. ¿Cuál es nuestro estado de ánimo?

-Hoy es domingo, y la liturgia eucarística nos invita a comenzar el año dando gracias a Dios. Pero no tanto porque se nos asegura un año más feliz que los pasados, sino porque Jesucristo, el que ha  bajado del cielo a la tierra y ha nacido en Belén, es él, su persona, la Bendición de Dios para el mundo y fuente constante de bendiciones para todo el que cree en él.

-¿Cómo rezáis? ¿Pedís mucho? En vuestra oración, ¿predomina la acción de gracias? Un buen síntoma de nuestro nivel de fe es si en todo y por todo encontramos motivos para dar gracias a Dios.

-San Pablo, en el comienzo de esta Carta a los Efesios nos da la clave para que nuestra vida sea una permanente acción de gracias a Dios.

-La clave es Jesucristo. Él es motivo principal que nos mueve a vivir en permanente acción de gracias. Él es el don más precioso de Dios a los hombres, en él Dios mismo se nos da como don.

-Y con Jesucristo, queridos hermanos, nos han venido toda clase de bendiciones espirituales y celestiales.

-En primer lugar con Cristo se nos ha dado la fe, la fe en él, como Salvador del mundo. No nos damos cuenta suficientemente, el gran don que es creer en Jesús. Él es “el Camino y la Verdad y la Vida”.  Creer en Cristo es tener la experiencia de que “quien le sigue no anda en tinieblas”.

-En segundo lugar, con Jesucristo se nos da el pertenecer a la Iglesia, a la comunidad de seguidores de Jesús. ¿Qué pensamos de la Iglesia, hermanos? ¿Cómo sentimos a la Iglesia?  Se empeñan en hacernos ver sólo sus defectos y pecados. Pero, ¡cuánto bien recibimos de la Iglesia! Por Cristo, en la Iglesia, hemos conocido que somos amados de Dios, y elegidos de Dios desde toda la eternidad para ser sus hijos. Dios piensa en mí, y cuida de mí y me tiene preparado un destino feliz: Participar eternamente de su amor y de su vida.

-Con Jesucristo se nos ha dado la bendición de poder amar a los hermanos. Él nos ha enseñado que Dios es Padre nuestro, Padre de todos; todo prójimo es mi hermano. Toda persona es imagen de Dios, merece respeto y merece incluso dar la vida por ella.

 -Con  el Verbo de Dios que se hizo hombre y acampó entre nosotros, queridos hermanos, nos han venido toda clase de bendiciones.

-Aprendamos la sabiduría que nos viene de la fe en Jesucristo, y ofrezcamos al mundo el secreto  para encontrar permanentemente motivos para dar gracias a Dios en todo y por todo.

-Vosotras, hermanas benedictinas, vivís en comunidad, y más de seis veces al día os reunís para cantar y bendecir al Señor. Y no os cansáis, todo lo contrario, en ello encontráis una gran satisfacción.
La eucaristía es, para vosotras y para todos los cristianos,  el gran momento de ejercitarnos en la sabiduría de la bendición y de la acción de gracias a Dios. Es también la mejor escuela para entrenarnos a ofrecer  a esta sociedad, en tantas manifestaciones egoísta y triste, el secreto de la verdadera felicidad.