Textos:
-Is 62, 1-5
-1 Co 12, 4-11
-Jn 2, 1-11
-“Haced lo que
él os diga” “Emigrantes y refugiados nos interpelan”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
La liturgia de este domingo nos ofrece como regalo de
Dios la escucha del evangelio de las Bodas de Caná. Pero los obispos de la Iglesia de España nos
recomiendan proponer al pueblo cristiano el drama humano de los emigrantes y refugiados.
El lema de esta jornada dice así: “Emigrantes y refugiados nos interpelan. La
respuesta del Evangelio de la misericordia”.
En las Bodas de Caná Jesús, el Hijo de Dios, se hace
presente en una boda de pueblo. Pero el significado de este evangelio va mucho
más lejos: Nos invita a la fe en Jesucristo; a descubrir que Jesús es el Mesías
prometido y enviado por Dios para transformar
al antiguo pueblo de Israel y a la humanidad entera en una humanidad
nueva, donde corre abundante el vino del amor y de la alegría de Dios.
Pensemos en los emigrantes y refugiados: ¿Cómo les
podrá sonar a esas caravanas que nos ha presentado la televisión, que llenan
toda la anchura y longitud del camino por donde avanzan hacia una frontera
probablemente cerrada, cargados con hatos de enseres a las espaldas y cubiertos
los pies con un calzado roto y embarrado?
Y nosotros, ¿qué tenemos que pensar?
Lo primero que tenemos que pensar nosotros es que
Jesús está presente entre ellos y camina con ellos, como estuvo presente en la boda de aquellos novios en apuros.
-El papa nos dice: “La
indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos como
espectadores a los muertos por
sofocamiento, penurias, violencia y
naufragio.
La Virgen María no
estuvo indiferente ni guardó silencio ante el apuro de los novios. Dijo
a Jesús: “No tienen vino”. La
Virgen María en Caná era en ese momento
la voz de los pobres, de los necesitados, de las personas en apuros y
angustias.
Por eso Jesús escucha a su Madre, advierte que ha
llegado su hora y se dispone a actuar como
Mesías y Salvador: Convierte el agua insípida del legalismo judío en
vino de la mejor marca que puede alegrar
el corazón de todos. Es el amor divino que irrumpe abundante en la historia de
esta humanidad sufriente y alejada de Dios; amor que es fidelidad y
misericordia y que se manifiesta en su Hijo, Jesucristo, que nos ama hasta dar
la vida por todos.
Viendo a Jesús, qué es y qué hace, comprendemos bien
lo que nos ha dicho el papa Francisco: “Los
emigrantes son nuestros hermanos”.
Con Cristo el vino divino de la misericordia y
del amor brotan de la tierra. Podemos
amar como Cristo ama, podemos perdonar como Cristo perdona, podemos, como
Cristo, hacernos pobres, para redimir a los pobres.
Esta es la energía poderosa e imprescindible que
necesita el mundo, energía capaz de transformar
esta sociedad confusa y convulsa, en una humanidad nueva. Dice el papa
Francisco: “El amor de Dios tiende a
alcanzar a todos y a cada uno,
transformando a aquellos que acojan el abrazo del Padre en otros brazos que se abren y se estrechan para que, quien
sea, sepa que es amado como hijo y se
sienta “en casa” en la única familia humana”.
Esta es la verdadera conversión y el verdadero milagro
que Jesús hizo en Caná.
Sólo nos queda atender
la recomendación que nos hace la Madre de Jesús y Madre nuestra: “Haced lo que él os diga”.