Textos:
-Neh 8, 2-4ª. 5-6. 8-10
-1 Co 12, 12-14. 27
-Lc 1, 1-4; 4,14-21
-“Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír”
-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
-Impresionante y admirable la primera lectura que
hemos escuchado del libro de Nehemías.
El pueblo de Israel, que regresa del destierro, encuentra su antiguo país
desolado, la ciudad de Jerusalén en ruinas, la hierba crece en los atrios del
templo semiderruido. Los líderes de aquel pueblo desalentado lo reúnen en campo
abierto y solemnemente entronizan la Ley, la Palabra de Dios. Y comienzan a
leer la Palabra de Dios, desde la mañana hasta la noche. El pueblo escucha con
atención. Y a medida que escucha se va sintiendo renovado. Su ánimo se entona.
Tiene ganas de cantar y de alabar al Señor. Dice alborozado “Amén” a la Palabra
que escucha. Todo termina en fiesta y en
banquete de alegría. Merced a la fuerza de la Palabra de Dios ha renacido el
pueblo de Israel. “Tu Palabra me da vida, confío en ti, Señor” Canta ese pueblo
en sus salmos.
Queridas hermanas y queridos hermanos todos:
Jesucristo es la Palabra de Dios que da la vida, que funda un pueblo, la
Iglesia y tiene el Espíritu de Dios para instaurar su Reino en el mundo.
-Esta es la conclusión que se deduce de la actuación
de Jesús en la sinagoga de Nazaret.
Si las palabras de Dios escritas en la Escritura del
Antiguo Testamento tuvieron fuerza suficiente para levantar la moral de un
pueblo deprimido y rehacer su vida y su historia, mucho más fuerte es la
Palabra personal de Dios encarnada, Jesucristo.
Él, su persona, su mensaje, tienen fuerza eficaz y
sobreabundante para crear una comunidad nueva, un pueblo de Dios nuevo, la
Iglesia. Y, a través de ella, transformar
la sociedad en una humanidad nueva, donde habite la verdad, la justicia,
la libertad, la paz; un cielo nuevo y una tierra nueva.
La
eucaristía, hermanos es la asamblea de seguidores de Jesús reunida para escuchar la palabra de Dios, para escuchar a
Jesús, y para encontrarnos con él mismo en persona. Lo que ocurre en cada
eucaristía es mucho más trascendental y decisivo que lo que ocurrió al pueblo
judío en tiempos de Esdras y Nehemías. La eucaristía, dice el Concilio Vaticano
II, -“Contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo,
nuestra Pascua”.
Gracias
a Dios, después del Vaticano II, es un fruto reconocido por todos, que la
eucaristía ha venido a ser la fuente y el culmen de la vida cristiana. Sin duda
también vosotras hermanas, y todos los que estáis aquí, lo reconocéis.
Con
todo hoy es un día propicio para preguntarnos: La eucaristía de cada domingo o
de cada día ¿me transforma, me levanta el ánimo me pone el corazón en fiesta? ¿La vivo de tal manera
que me beneficio de todo el provecho y la fuerza de gracia que Dios me ofrece
en ella?
Permitidme,
para terminar, otra observación: Estamos celebrando el Octavario por la unión
de los cristianos. En la eucaristía aparece con toda la viveza hiriente el
drama de la desunión: cristianos bautizados con el mismo bautismo no podemos
comulgar unidos, porque no lo estamos, en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Pero
la eucaristía es también, querido hermanos, el acontecimiento que más fuerza
tiene para unir y restañar las heridas
de la división entre los cristianos. Porque la unión entre nosotros es posible solamente en la medida en que cada
uno y cada iglesia nos unimos, y nos identificamos con Cristo; y “la
eucaristía, hemos dicho, “contiene en sí
misma todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo”.