Textos:
-Je 1, 4-5.17-19
-1 Co 12, 31-13-13
-Lc 4, 21-30
-Hoy se cumple
esta Escritura que acabáis de oír”. “La vida consagrada profecía de la
misericordia”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Nos hemos
reunido para celebrar el domingo, el día del Señor, y también la “Jornada de la
vida consagrada”, que propone a nuestra consideración este lema: “La vida
consagrada profecía de la misericordia”
El evangelio
que acabamos de escuchar nos ofrece la oportunidad de considerar la misma
escena que contemplábamos el domingo pasado, Jesús en la sinagoga de su pueblo,
en Nazaret.
¿Por qué los
paisanos de Jesús rechazan a Jesús y a su mensaje?
Los habitantes
de Nazaret están muy satisfechos de su manera de entender la religión y su modo
de practicarla. Solo esperan que Jesús les confirme su modo de vivir.
Pero Jesús se
atreve a decirles que el Mesías que esperan es él mismo en persona, y que su
proyecto de vida es vivir pobre, con los pobres y para los pobres. Él va decir
al mundo: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
Reino de los cielos”: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es
misericordiosos”. Él no ha venido sólo para las ovejas de Israel, hay otras
ovejas que no son de este aprisco y su Padre quiere que él las llame.
Los de Nazaret
se sentían buenos y seguros y acaban rechazando a Jesús y con él, al Dios de la
misericordia, del perdón y del amor.
Haremos bien en
preguntarnos, queridos hermanos, si el sentirnos cristianos practicantes nos
impide vivir en actitud constante de conversión al Dios de la misericordia y
del amor, que busca a los pecadores y redime a los pobres y cautivos.
Y llegados a
este punto, tenemos que dar gracias a
Dios porque en el seno de nuestra Iglesia ha surgido y vive el carisma de la
vida consagrada.
Aquí tenemos el
testimonio de nuestras hermanas benedictinas, pero no son sólo ellas. Han
sentido una llamada especial al amor y a canalizar su bautismo en el cauce
evangélico de los votos de pobreza, castidad y obediencia, y así entregar su vida al servicio del evangelio.
Su forma de vida los convierte verdaderamente en profetas del evangelio y en testigos de la misericordia de Dios en el mundo.
Ellos y ellas están poniendo
en marcha, lo venían haciendo ya desde mucho tiempo, la consigna del papa
Francisco de ir a la periferias; ellos son la proa de la Iglesia “en salida”,
como dice nuestro querido papa.
Nuestro señor arzobispo en la
Carta que ha escrito para esta Jornada dice: Los conocemos y los vemos
dedicados a la oración en los monasterios, estudiando y explicando la Palabra
de Dios en universidades y centro educativos, curando enfermos en los
hospitales, acompañando a los personas
que buscan a Dios, consolando a las que sufren o se sienten solas, en los
suburbios de las ciudades y en tantos
rincones apartados del mundo desarrollado.
Tenemos que dar gracias a
Dios de que estas vocaciones se den en la Iglesia. Dejan patente de que
Jesucristo, olvidado y menospreciado por muchos está presente en el mundo y
atrae y convence y llena de entusiasmo a quien le escucha.
Pero tenemos también que
pedir con insistencia a Dios, como nos dice nuestro arzobispo, para que en las
familias, en las parroquias en los movimientos y grupos de militantes
cristianos se fomente la llamada a la vida consagrada.
Los habitantes de Nazaret
rechazaron a Jesús, nosotros, la Iglesia, el papa, los obispos, sacerdotes y
diáconos, consagrados y consagradas, el pueblo entero redimido por ti, queremos
poner en marcha tu programa de anunciar el evangelio a los pobres, dar libertad
a los oprimidos y anunciar el año de gracia y de la misericordia del Señor.