Textos:
-Is 60, 1-6
-Ef 3, 2-3ª. 5-6
-Mt 2, 1-12
“¿Dónde está el
Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos
a adorarlo”.
-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
-El relato de los Magos de Oriente es para nosotros
hoy una ventana abierta que deja ver quién es
Jesús y cuál es la misión que trae al mundo; es, al mismo tiempo, un espejo
donde podemos vernos reflejados y advertir si somos o no verdaderos seguidores
de Jesús.
Los Magos de Oriente, que bien pudieron ser unos
sabios o unos sacerdotes instruidos, estudian el firmamento y descubren una
estrella especial. No sólo investigan
para adquirir conocimientos, sino que buscan la verdad de Dios y su voluntad.
Para ellos las estrellas no sólo muestran las leyes que rigen sus movimientos, sino que remiten a más
allá de sí mismas, y pueden transmitir mensajes de Dios a los hombres. “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el
firmamento pregona la obra de sus manos”.
Tenemos aquí la primera enseñanza de este evangelio:
Actualmente muchos se acercan a la naturaleza para descansar, para
expansionarse, para liberarse del estrés; algunos científicos se llenan de
vanidad, si dan con una nueva teoría que explica cómo se desarrolla el
universo; vemos también que otros muchos recorren el mar, las montañas y las
simas de la tierra con el único objetivo de encontrar recursos para explotar la
naturaleza y montar negocios. Ninguno de ellos va más lejos.
Sin embargo,
los Magos de Oriente nos están diciendo que el mundo, el universo y también la
historia nos hablan de Dios, nos remiten a Dios, y nos llevan a descubrir cuál
es la voluntad de Dios. Una mirada contemplativa y religiosa de las cosas nos
lleva a descubrir cuál es nuestra misión en el mundo. Los Magos observando las
estrellas descubrieron a Dios.
Aún podemos aprender más de los Magos: Dice el
evangelio: “Vieron al niño con María su
Madre y cayendo de rodillas, lo adoraron”.
“Ponerse de rodillas y adorar”, esta frase revuelve
las entrañas del hombre moderno. El orgullo y la autosuficiencia le hacen
decir: “Yo no me arrodillo ante nadie”. Sin embargo, el hombre moderno no se da
cuenta de cuántos son los ídolos que adora: el consumismo, la seguridad, el
dinero, el poder, la fama, ídolos que lo esclavizan… Sólo el que reconoce a
Dios como Dios y es humilde para arrodillarse ante él, es capaz de mantenerse
erguido en su dignidad, sin doblegarse ante la seducción de cualquier otra
criatura. Si creemos en Dios podremos cultivar la virtud y dominar nuestras
pasiones. Si no amamos a Dios sobre todas las cosas, es muy fácil que nos
hagamos esclavos adictos a cualquier criatura.
Los Magos, termina el evangelio, “se marcharon a su tierra por otro camino”. Buscaron a Dios y lo
encontraron, y Dios cambio el rumbo de su vida.
Ojalá que nosotros sepamos vivir la vida en toda su
profundidad y descubrir que todo, la naturaleza, los acontecimientos, las
personas, todo, nos remita a Dios y nos hable de Dios. Que la fiesta de la
Epifanía nos descubra que ese Niño en brazos de María es Dios de Dios y Luz de
Luz, y que ahora, sobre el altar logremos ver bajo las especies humildes del
pan y del vino la presencia real y resplandeciente de Jesucristo que nos invita
a seguir un camino nuevo, el camino de Dios, que nos libera de los ídolos y nos
salva.