Textos:
He 10, 34a. 37-43
Col 3, 1-4 ó 1Cor 5,6b-8
Jn 20, 1-9
“Pero
Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver…Nos encargó
predicar al pueblo”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Viva y
ardiente todavía la experiencia gozosa vivida en la Vigilia Pascual
de la noche pasada, vengamos de nuevo, agradecidos y todavía con
hambre y sed de mayores gracias que nos fortalezcan y consuelen.
Sean
abundantes o escasos los frutos que hasta ahora hemos recogido,
miremos a María Magdalena, a Pedro, a Juan. Son testigos
primerísimos de la resurrección de Cristo: ¿cuál era su actitud?,
¿qué sentimientos estaban viviendo esa mañana, el primer día de
la semana, el primer domingo de la historia? Su ánimo quizás por
el suelo, llorando una ausencia… Sentían vacío, porque lo amaban.
No estaban en condiciones de pensar lo que Jesús les había dicho
antes, para que pudieran entender lo que ahora estaba pasando.
La
Magdalena, su amor apasionado, hace que se abra una rendija de luz en
la oscuridad del sepulcro. Ella da el toque de alarma. Juan (no se
nos pase por alto el detalle), Juan, “a
quien tanto quería”
Jesús… (¿No sentís un poco de envidia por Juan? Pues, yo os
digo, todos somos muy queridos por Jesús; quizás no tanto como era
querido Juan, pero todos nosotros…, tú eres querido y muy querido
por Jesús; él ha dado la vida por ti…) Y Pedro, desconcertado
por lo inexplicable de la muerte de su Maestro; aún no se le ha
cerrado la herida del dolor por su cobardía en las negaciones.
Pedro y Juan,
sobresaltados por las palabras de Magdalena corren al sepulcro,
quieren ver con los propios ojos.
Así se
encuentran ellos, pero el Señor está con ellos. Les pone unas
señales para que puedan creer y descubrir la verdad y la hondura de
los hechos que están viviendo en esa mañana, la del tercer día,
después de su muerte.
Tomemos
nota de esto: Dios pone ante Pedro y Juan unos datos que son visibles
naturalmente a los ojos, pero suficientemente sorprendentes como para
que hagan pensar y despierten interrogantes. (Así nos trata Dios
también a nosotros: “Todo es gracia, y en todo nos habla Dios;
pero hay que saber ahondar en el sentido último de todo lo que
vivimos)
La
tumba está vacía, es lo más llamativo y evidente; las vendas están
por el suelo, pero el sudario esta aparte, cuidadosamente enrollado.
Finalmente, la palabra de Dios. El evangelio dice que “todavía no
habían entendido la Escritura”.
Los hechos sorprendentes, pero, sobre todo la palabra de Dios es lo
que acaba por desvelar y revelar la verdad entera de lo que ha
ocurrido: Juan vio y creyó. Vio lo que veían naturalmente sus ojos,
creyó, que el Señor había resucitado.
Queridos
hermanos: Abramos el corazón a la fe, y pidamos con humildad la
gracia de creer.
Y que la fe
nos llene de alegría y de entusiasmo para anunciar al mundo la gran
noticia, y poner a todos los hombres ante la oportunidad de creer lo
que creyeron la Magdalena, Pedro, Juan y todos los apóstoles. Este
es el mensaje propio de esta celebración del domingo de
resurrección.
Este y
otro que finalmente os quiero subrayar: Lo hemos recibido en la
primera lectura: “Nos
encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio…” Hermanos,
la fe convencida en la resurrección de Cristo no es sólo para
nuestro consuelo y nuestro gozo, es, sobre todo, para que lo
anunciemos al mundo. Tanta gente que se ha ido de vacaciones, en vez
de acudir a vivir en esto días las preciosas y saludables liturgias
que estamos celebrando. Ellos necesitan como nosotros saber que
Cristo vive, que Cristo ha vencido a la muerte y al pecado; saber que
merece la pena vivir y creer en el amor; que podemos amar con la
fuerza del amor de Cristo, que podemos vivir sin pecar, que podemos
ser santos; afrontar cualquier contratiempo y desgracia sin
hundirnos, porque hay una esperanza cierta para esta sociedad y para
la humanidad entera: Cristo ha resucitado, y nosotros podemos
resucitar en él y con Él.