domingo, 27 de marzo de 2016

DOMINGO DE RESURRECCIÓN (C)

Textos:

       He 10, 34a. 37-43
       Col 3, 1-4 ó 1Cor 5,6b-8
       Jn 20, 1-9

Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver…Nos encargó predicar al pueblo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Viva y ardiente todavía la experiencia gozosa vivida en la Vigilia Pascual de la noche pasada, vengamos de nuevo, agradecidos y todavía con hambre y sed de mayores gracias que nos fortalezcan y consuelen.

Sean abundantes o escasos los frutos que hasta ahora hemos recogido, miremos a María Magdalena, a Pedro, a Juan. Son testigos primerísimos de la resurrección de Cristo: ¿cuál era su actitud?, ¿qué sentimientos estaban viviendo esa mañana, el primer día de la semana, el primer domingo de la historia? Su ánimo quizás por el suelo, llorando una ausencia… Sentían vacío, porque lo amaban. No estaban en condiciones de pensar lo que Jesús les había dicho antes, para que pudieran entender lo que ahora estaba pasando.

La Magdalena, su amor apasionado, hace que se abra una rendija de luz en la oscuridad del sepulcro. Ella da el toque de alarma. Juan (no se nos pase por alto el detalle), Juan, “a quien tanto quería” Jesús… (¿No sentís un poco de envidia por Juan? Pues, yo os digo, todos somos muy queridos por Jesús; quizás no tanto como era querido Juan, pero todos nosotros…, tú eres querido y muy querido por Jesús; él ha dado la vida por ti…) Y Pedro, desconcertado por lo inexplicable de la muerte de su Maestro; aún no se le ha cerrado la herida del dolor por su cobardía en las negaciones.

Pedro y Juan, sobresaltados por las palabras de Magdalena corren al sepulcro, quieren ver con los propios ojos.

Así se encuentran ellos, pero el Señor está con ellos. Les pone unas señales para que puedan creer y descubrir la verdad y la hondura de los hechos que están viviendo en esa mañana, la del tercer día, después de su muerte.

Tomemos nota de esto: Dios pone ante Pedro y Juan unos datos que son visibles naturalmente a los ojos, pero suficientemente sorprendentes como para que hagan pensar y despierten interrogantes. (Así nos trata Dios también a nosotros: “Todo es gracia, y en todo nos habla Dios; pero hay que saber ahondar en el sentido último de todo lo que vivimos)

La tumba está vacía, es lo más llamativo y evidente; las vendas están por el suelo, pero el sudario esta aparte, cuidadosamente enrollado. Finalmente, la palabra de Dios. El evangelio dice que “todavía no habían entendido la Escritura”. Los hechos sorprendentes, pero, sobre todo la palabra de Dios es lo que acaba por desvelar y revelar la verdad entera de lo que ha ocurrido: Juan vio y creyó. Vio lo que veían naturalmente sus ojos, creyó, que el Señor había resucitado.

Queridos hermanos: Abramos el corazón a la fe, y pidamos con humildad la gracia de creer.

Y que la fe nos llene de alegría y de entusiasmo para anunciar al mundo la gran noticia, y poner a todos los hombres ante la oportunidad de creer lo que creyeron la Magdalena, Pedro, Juan y todos los apóstoles. Este es el mensaje propio de esta celebración del domingo de resurrección.

Este y otro que finalmente os quiero subrayar: Lo hemos recibido en la primera lectura: “Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio…” Hermanos, la fe convencida en la resurrección de Cristo no es sólo para nuestro consuelo y nuestro gozo, es, sobre todo, para que lo anunciemos al mundo. Tanta gente que se ha ido de vacaciones, en vez de acudir a vivir en esto días las preciosas y saludables liturgias que estamos celebrando. Ellos necesitan como nosotros saber que Cristo vive, que Cristo ha vencido a la muerte y al pecado; saber que merece la pena vivir y creer en el amor; que podemos amar con la fuerza del amor de Cristo, que podemos vivir sin pecar, que podemos ser santos; afrontar cualquier contratiempo y desgracia sin hundirnos, porque hay una esperanza cierta para esta sociedad y para la humanidad entera: Cristo ha resucitado, y nosotros podemos resucitar en él y con Él.