Textos:
-Jos 5, 9ª.
10-12
-2Co 5,
17-21
-Lc 15, 1-3.
11-32
-“En nombre de
Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”
-Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
Avanza la cuaresma y nuestra madre, la Iglesia nos
apremia a que aprovechemos la gracia de la conversión. En la segunda lectura,
san Pablo nos dice con vehemencia: “Es
como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio: -“En nombre de Cristo os
pedimos que os reconciliéis con Dios”
¿Sentimos la
necesidad de reconciliarnos con Dios?
-En el evangelio hemos escuchado la parábola del Hijo
Pródigo, que ahora preferimos darle el nombre de “Parábola del Padre de la
misericordia”.
Jesucristo nos invita a mirar el rostro de Dios, Dios Padre de misericordia. Necesitamos todos
mirar a Dios.
Vosotras hermanas nos estáis diciendo con vuestra vida
que nunca acabamos de conocer a Dios, que Dios siempre tiene algo que decirnos
y algo que revelarnos de sí mismo y sobre nosotros.
Necesitamos mirar a Dios, buscar su rostro. Lo tenemos
olvidado, o quizás, peor, lo damos ya como conocido y muy oído.
Nuestro papa Francisco ha declarado este año como el
año de la misericordia. La mirada del papa va mucho más lejos de cuanto podemos
pensar. Él considera que gran parte de nuestra sociedad prescinde de Dios, lo considera irrelevante
para su vida; algunos, incluso, lo consideran perjudicial. Esto ocurre, porque
no conocen al Dios verdadero, no conocen el verdadero rostro de Dios, el Dios
Padre de nuestro Señor Jesucristo. Tienen de Dios una idea confusa y falsa.
Además, añade el papa Francisco, los cristianos tenemos una gran
responsabilidad en este fenómeno lamentable, porque nuestra manera de vivir y
nuestro ejemplo no transmiten una imagen de Dios convincente y digna de ser
considerada.
Hoy, en esta eucaristía, somos llamados a descubrir el
rostro de Dios. “Tu rostro buscaré Señor,
no me escondas tu rostro”.
Ante Dios, Padre de misericordia, si me considero hijo
pródigo, puedo sentirme, a pesar de todos los pesares, buscado por mi Padre
Dios, amado y perdonado por él,que me sigue considerando su hijo. Y desde ahí, hoy
puedo volver renovado a mi casa, a nuestra casa familiar, la Iglesia, para
llevar una vida nueva de hijo de Dios,
eternamente agradecido y comprometido a trabajar por su Reino.
Ante Dios, Padre de misericordia, si me sitúo como
hijo mayor, puedo escuchar de la boca de Dios mismo: “Hijo, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío”; no estás aquí con un
contrato laboral para recibir un salario
según que rindas más o menos. Eres mi hijo, somos una familia: Todo lo
mío es tuyo, mi hijo pequeño es tu hermano; abre los ojos somos una familia y
nuestros lazos son lazos de amor desinteresado y de misericordia. No son
contratos entre un amo y un asalariado. No quieras sacar cuentas y hacer
comparaciones; deja hablar a tu corazón. Y alégrate por tu hermano “que estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Este, queridos hermanos y queridas hermanas es el
rostro de Dios que nos revela Jesús hoy en la parábola del Padre de la
Misericordia. Dejémonos ganar por la lógica y el corazón de Dios, y vengamos al altar para celebrar el banquete no con terneros cebados,
sino con el cuerpo y la sangre del Cordero de Dios, Jesucristo, en la
eucaristía.