Textos:
Is 46, 16-21
Is 46, 16-21
Fil 3,
8-14
Jn 8,
1-11
“Tampoco
yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¡Qué
sugerentes las palabras de la primera lectura!:”No
penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está
brotando, ¿no lo notáis? Lo
nuevo es la Pascua que se avecina; lo nuevo es el descubrimiento de
Jesucristo, en esa faceta de ternura amorosa, de perdón, de acogida
entrañable y de misericordia. Porque de la misericordia de Dios y de
Jesucristo es de lo que nos habla el evangelio que hemos escuchado
hace unos minutos.
Tres
protagonistas en una escena humanamente dura, difícil y
comprometida. De una parte, Jesús, de otra una mujer sorprendida en
adulterio, y en frente, los fariseos.
Los fariseos
no disimulan su mentalidad y su manera de entender la religión.
Quieren apedrear a la mujer, porque así lo manda la ley. Hay que
cumplir la ley y de la manera más rigurosa, sin ningún miramiento
compasivo para la persona, que si bien ha caído en el pecado, no
obstante sigue siendo persona digna de respeto y necesitada de ayuda.
La mujer
pecadora está en medio; descubierta, juzgada y condenada.
Ciertamente ha cometido una falta grave, pero sigue siendo persona,
criatura de Dios, digna de una oportunidad para rehacer su vida.
No
sabemos qué es lo que escribe Jesús en el suelo, podemos suponerlo
a partir de las palabras que dirige a los fariseos: “El
que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
Aquellos fariseos se sienten aludidos y en evidencia. Quizás les
viene la memoria otro dicho de Jesús: “¿Cómo
puedes decir a tu hermano: Déjame que te saque la mota de tu ojo,
sin fijarte en la viga que tienes en el tuyo?”. Lo
cierto es que dejaron las piedra y se escabulleron entre la gente.
Y ahora,
miremos a Jesús:
La altura de
miras, la grandeza de alma, el corazón compasivo y misericordioso de
Jesús refuta y deja avergonzados a los fariseos. Para él, primero
es la persona, sobre todo si es pobre y necesitada; y si es pecadora,
es una oveja que hay que llevar de nuevo al redil. Primero dar a la
persona la oportunidad de rehacerse. Las leyes, después, al servicio
del hombre.
¡Qué
admirables las palabras de Jesús, cómo revelan ternura, amor,
compasión y empatía con aquella mujer juzgada, condenada y a punto
de ser ejecutada…! ¡Qué alivio, qué alegría la de aquella
mujer que no acaba de creer las palabras de comprensión y de
compasión que escucha en boca de Jesús! –“Mujer,
¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? –Nadie,
Señor. –Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
A las
puertas, que estamos, de la Semana Santa, este Jesús misericordioso
y compasivo, que condena el pecado, pero perdona al pecador y lo
acoge, es una voz irrecusable que llama a la conversión, y también
a la confesión.
Todos somos
pecadores, todos necesitamos perdón y misericordia. Mirad, por
ejemplo, si alguna vez no hemos juzgado al otro, creyéndonos
nosotros buenos y hasta rigurosamente cumplidores de los mandamientos
de Dios, pero inmisericordes y sacando las faltas de nuestro prójimo.
Aprendamos
de este evangelio, y acudamos a Jesús para escuchar aquellas
palabras que levantan el ánimo y liberan: “Tampoco
yo te condeno. Anda, y no peques más”.
Hermanos,
preparemos la Pascua.