Textos:
Éx 12, 1-8. 11-14
1Cor 11, 23-26
Jn 13, 1-15
“Esto es
mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Esta copa es la Nueva
alianza sellada con mi sangre…”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Eucaristía
de Jueves Santo, preludio de la Pascua de Jesús, revelación suprema
del amor y de la misericordia de Dios a los hombres. Nos reúne aquí
una tradición de dos mil años, que garantiza la verdad y la
vitalidad del acontecimiento que celebramos.
Y venimos
necesitados de paz, de misericordia, de fe y esperanza, aterido
nuestro ánimo por los sucesos trágicos cometidos por terroristas en
Bruselas. Consternados también y con una cierta mala conciencia
porque no encontramos modo de acoger a tantas personas que huyen del
hambre, de la guerra, y se juegan la vida por intentar refugiarse en
nuestros países.
Y,
¿por qué no decirlo?, venimos también necesitados de solidaridad,
de un amor de misericordia y magnanimidad, que nos saque de nuestro
individualismo, de una falsa compasión puramente sentimental, y nos
dé ánimo generoso para ayudar eficazmente al vecino, al compañero,
al familiar necesitado.
Sí,
necesitamos la misericordia de Dios, para alcanzar misericordia
nosotros y ser misericordiosos con los hermanos. Esta misericordia y
este amor los encontramos nosotros en la Cena del señor, en la
eucaristía.
“Esta
copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre”. La
eucaristía, hermanos, es una alianza de amor, un pacto de fidelidad
divina, un acuerdo serio sellado con sangre, por parte de Dios con
nosotros y con toda la humanidad. En la eucaristía Jesucristo
realiza la Alianza definitiva e irrevocable, por la que Dios se
compromete a estar siempre con nosotros, de nuestra parte para
liberarnos del pecado y de toda clase de esclavitud.
La
eucaristía, como Alianza de Dios en Cristo, nos dice que Dios está
con nosotros, que está presente en nuestra historia y en nuestra
sociedad.
En Bruselas
hoy las comunidades católicas celebrarán, como nosotros, la Cena
del Señor, y darán testimonio de que allí está Dios. Ahora,
quizás más que nunca, necesitamos saber que la paz es posible, y la
justicia es posible, y que un día llegarán. Necesitamos saber que
Dios, para salvar el mundo apuesta por la eficacia del amor y de la
misericordia.
Dios está
con nosotros en la eucaristía diciéndonos que no es solución matar
al hermano, pero sí lo es, estar dispuestos a dar la vida por el
hermano, si es necesario. Dios está con nosotros en la eucaristía
diciéndonos que el amor y la misericordia son el condimento
necesario que ha de sazonar la justicia humana para que sea verdadera
justicia, y ha de sazonar la paz entre los hombres, para que sea una
paz duradera.
“Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.
El amor y la misericordia que actúan en el sacramento de la alianza
que es la eucaristía, no es mero sentimentalismo, ni idealismo
etéreo:
En la
eucaristía Jesús no da sólo su tiempo, ni solo su palabra , ni
solo su cercanía a los pobres, que ya es mucho,; Jesucristo en la
eucaristía se entrega por nosotros, está presente en acto de dar la
vida por nosotros; en la eucaristía Jesucristo se da a sí mismo, se
nos da del todo, hasta hacerse comida, para darnos vida.
Es algo muy
serio recibir la comunión y comulgar con Cristo en la eucaristía.
No demanda sólo intimidad de amistad, sino compromiso de darnos a
los hermanos de verdad. No sólo manifestando un sentimiento de
disgusto y de pena al ver en la televisión las víctimas del
terrorismo, o las penalidades de los refugiados; no sólo dando una
limosna que no desestabiliza ni las cuentas, ni el nivel excesivo de
consumo; comulgar con Cristo que se entrega él, su persona, por
nosotros, supone acercarme al prójimo necesitado en tal manera que
él sienta de verdad que estoy con él, que le amo y que voy a hacer
por él cuanto está a mi alcance. Porque lo considero persona
humana, digno del amor de Dios y digno de mi dedicación y de mi
ayuda y con derecho a recibirlas.
Hasta
ahí llega el gesto y las palabras de Jesús en el lavatorio de los
pies: “Pues, si
yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo
que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.