Textos:
Is 52, 13- 53,12
Heb 4, 14-16; 5,7-9
Jn 18,1- 19,42
Pongamos los
ojos de la fe en la cruz y en el Crucificado. Pidamos en estos
momentos la gracia de la contemplación, que brote el amor en nuestro
corazón.
Miremos
a Cristo, el rostro de Dios misericordia: “Si
me buscáis a mí, dejad que estos se vayan”.
Cuando comienza de verdad su tormento, Jesús tiene presencia de
ánimo para pensar en los demás, para pensar en sus amigos. Deja
hablar a su corazón misericordioso y pide que no los condenen por
causa de él: “Dejad
que estos se vayan”.
Y se fueron. Y Jesús se quedó solo.
La
soledad de Jesús; cuando más consuelo y apoyo necesitaba, se queda
solo, en manos de los que lo menosprecian, y de los que lo persiguen.
Solo, pero libre, dueño de su destino, aceptando la voluntad del
Padre. Solo de los hombres, solo de sus amigos: “¿No
eres tú uno de los discípulos de ese hombre?” –“No lo soy”.
Solo del hombre de su confianza. ¿Qué le pasó a Pedro para fallar
en una ocasión tan decisiva para él y para Jesús? ¿Qué nos pasa
a nosotros?
Jesús
solo, sí, y, además humillado: “Al
oír esta respuesta, uno de los guardias, que estaban junto a él, le
dio una bofetada…”
La dignidad, el señorío de sí mismo, la soberanía de su condición
divina quedan de manifiesto en el diálogo con Caifás. Pero uno de
los guardias, un simple soldado raso, esclavo y sometido a poderes
humanos, le da una bofetada. Poco después, otra vez por unos simples
soldados: coronado de espinas, disfrazado ridículamente de rey,
burlado, “Salve,
Rey de los judíos”…, y le daban bofetadas”:
Jesús abofeteado, menospreciado, humillado… ¡Cuánta humillación,
cuánto dolor, cuánta humildad!
Y todavía
otra consideración: Ante la cruz de Jesús crucificado, hemos de ver
siempre a los crucificados de la tierra. La cruz de nuestro mundo
fabricada con dos leños de muy diferente madera: Uno el poder del
mal y del pecado, otro el dolor, el dolor de tantos crucificados en
la tierra.
¡Cuánto mal
y cuánto pecado en el mundo! Ideólogos que justifican el
terrorismo, terroristas que matan niños, mujeres y ciudadanos
indefensos; dirigentes que malversan fondos públicos; infidelidades
matrimoniales, abusos sexuales; indiferencia ante la injusticia y la
pobreza… Estos y otros pecados ultrajan a Jesús y lo clavan en la
cruz.
Y por otra
parte, ¡Cuánto dolor en el mundo! Dios no quiere, Dios sufre con el
sufrimiento humano. Jesús mismo nos lo ha hecho ver: la viuda que
se queda sin su único hijo, el paralítico que no puede saltar a la
piscina, las muchedumbres, que sueñan con un mundo mejor, y se
encuentran como ovejas sin pastor; los enfermos, los pobres, los
pecadores…
Estos y los
incontables dolores del mundo están sobre las espaldas y los brazos
de Jesús crucificado.
Pero
contemplemos al Crucificado en otro momento: Es un momento
contemplado por su Madre, la virgen María, san Juan y las santas
mujeres. Cristo sobre la cruz alzada: Una palabra bíblica nos
descifra el significado de este hecho: “Y
cuando el Hijo del Hombre sea levantado sobre la tierra, atraeré a
todos hacia mí”.
Esta tarde hemos escuchado otra frase que tiene el mismo sentido:
“Mirarán al que
atravesaron”. En
Jesús crucificado vemos a Jesús resucitado. En la oscuridad misma
de la cruz se atisba la aurora de la resurrección.
Que la
Virgen María, al pie de la cruz, nos
enseñe la sabiduría de la cruz.
Cristo crucificado es luz del mundo y da sentido para nuestra vida. La creación entera gime con dolores de parto; el dolor, el sufrimiento, la cruz de cada día, a la luz del Crucificado, se encuentran como en estado de buena esperanza; en su seno se alumbra ya el Reino de Dios, la felicidad y el gozo de todos los que creemos en él y le seguimos.
Cristo crucificado es luz del mundo y da sentido para nuestra vida. La creación entera gime con dolores de parto; el dolor, el sufrimiento, la cruz de cada día, a la luz del Crucificado, se encuentran como en estado de buena esperanza; en su seno se alumbra ya el Reino de Dios, la felicidad y el gozo de todos los que creemos en él y le seguimos.
El mal, el pecado y la
fuerza del pecado tienen ya sentenciado su final.
Luego, al adorar y besar
la cruz: Haremos un acto de fe en la victoria de Cristo crucificado,
y abrazaremos también nuestra cruz, la cruz que a veces nos ha
aplastado, ahora las pondremos junto a la cruz de Cristo, cruz con
cruz, su cruz con la mía, la mía junto a la suya. “Victoria, tú
reinarás, ¡oh cruz, tú nos salvarás!”.