Textos
N.T.
Rom
6, 3-11
Lc
24, 1-12
¿Por qué
buscáis entre los muertos al que vive? ¡No está aquí (en el
sepulcro) ha resucitado!
Jesucristo
vive, queridas hermanas y hermanos. Es el viviente por antonomasia.
La muerte no tiene dominio sobre él.
Hemos
de agradecer el anuncio emocionante y emocionado de las mujeres que
fueron al sepulcro. Dios las eligió para dar las primicias de la
gran noticia. ¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡No está aquí (en el
sepulcro) ha resucitado!
Después
se aparece a Pedro, luego a los Doce, luego a más de quinientos
hermanos a la vez, como testifica San Pablo. Los discípulos de Emaús
lo reconocerán al partir el pan y encontrarán a la comunidad de
discípulos reunida, alborotada, que casi no les deja decir lo que
han visto, porque todos a la vez están diciendo : “Es
verdad, ha resucitado el Señor, y se ha aparecido a Simón”.
Volvamos al
primer anuncio, oigamos lo que las primeras mujeres oyeron. Los
ángeles dicen de Jesús que vive, mejor aún, que es el Viviente, la
muerte no tiene dominio sobre él, a él le pertenece la vida por
naturaleza. Jesucristo vive, ayer, hoy y siempre. Lo suyo es vivir.
Y por lo
tanto Jesucristo vive hoy, entre nosotros, vive con nosotros; la
resurrección de Cristo no es un hecho pasado. Es un acontecimiento
presente ante nosotros.
Jesucristo
vive y da la vida. Y no cualquier vida, sino la vida de Dios; una
vida que no es sólo una vida que no muere, sino además, una vida
de una calidad que no podemos ni imaginar: es vida de amor, porque
Dios es amor, es vida de felicidad infinita porque Dios es
infinitamente feliz.
Que esta noche, clara como el día, despierte y acreciente nuestra fe. La muerte física para nosotros ya no es nada definitivo. “Morir solo es morir, morir se acaba”. Jesucristo resucitado aporta al mundo una posibilidad nueva capaz de quitar todos los miedos y de relativizar todas las amenazas. Las criaturas humanas podemos vivir una vida que no muere, la vida del Viviente, de Cristo resucitado; podemos vivir una amor más fuerte que la muerte, el amor de Dios, depositado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos da por la fe en Cristo Resucitado.
Y ya lo
estáis adivinando: En estas últimas palabras estamos adelantando
otra grande y buena noticia que nos depara esta noche clara como el
día, santa y llena de gracia. Ahora es San Pablo el heraldo: “Por
el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte, para que así,
como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del
Padre, así también nosotros andemos una vida nueva”.
La vida de
Cristo, la vida de Dios, la vida eterna, la vida que relativiza la
muerte, los miedos, las desgracias y las penas, esa vida la hemos
recibido en el bautismo. Se nos concedió en semilla, germinal, pero
poderosa y pujante.
Esta noche
es noche para iluminar nuestra vida con claridad nueva: Examinar si
somos coherentes con nuestra condición de bautizados; pero examinar
sobre todo, si somos conscientes y nos sentimos todo lo contentos que
debemos sentirnos, por haber recibido el bautismo, por participar en
la vida misma de Cristo resucitado; de participar, poco o mucho, pero
ciertamente en algo tan preciosos e inmerecido como es la vida misma
de Dios.
¡Enhorabuena!,
Cristo ha resucitado. ¡Enhorabuena!, bulle en nosotros la vida de
resucitados! Despertemos a la gratitud y al orgullo de ser bautizados
y de ser creyentes en Cristo, que ha vencido a la muerte y al pecado.
“Si hemos muerto
con Cristo, creemos que también viviremos con él. Su morir fue un
morir al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para
Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para
Dios en Cristo Jesús.