domingo, 24 de abril de 2016

DOMINGO V DE PASCUA (C)

Textos:
       
         -Hch 14, 21b-27
        -Ap 21, 1-5ª
        -Jn 13, 31-33ª. 34-35

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también vosotros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesucristo, a pocas horas de su pasión y su muerte, dirige a sus discípulos las palabras que considera más importantes; son su testamento: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, amaos también vosotros”.

La vida, queridos hermanos, es tarea de amor. Nuestra vocación esencial es el amor: Amar y ser amados, compartir el amor, es lo que nos hace felices de verdad. Ni el dinero, ni la fama, ni el poder, ni el placer de los sentidos pueden hacernos felices sin el amor; el amor, sin embargo, el amor verdadero solo, basta para hacernos felices.

Pero, ¿Cuál es el amor verdadero? Hoy en día a cualquier experiencia se le llama amor. Nosotros los cristianos tenemos un criterio cierto para saber cuál es el amor verdadero: ¿Amor?, el de Cristo.

Creer en Jesucristo es creer que en amar como él nos ama, está nuestra felicidad. ¿Y cómo nos ama Cristo? Lo sabemos muy bien: Jesús no hizo alarde de su categoría de Dios y se hizo hombre por nosotros; Jesús se hizo pobre para redimir a los pobres; Jesús comió con pecadores y gente de mala fama, para devolverles la paz y la dignidad; Jesús condenó el pecado y perdonó a los pecadores; Jesús murió perdonando a los que lo mataban; Jesús nos amó hasta el extremo: dio la cara por su Padre Dios, y la vida por nosotros.

Permitidme que lo repita, hermanos: Creer en Jesucristo es creer que en amar como él amó está nuestra felicidad.

Según esto, ¿qué debemos hacer?. Crear espacios para el diálogo entre la pareja y con los hijos; saber pedir perdón y perdonar; dar a los jóvenes ejemplo y testimonio de que el respeto y la honradez son más importantes que el dinero y el ostentar apariencias; aportar, no sólo de lo que nos sobra, sino estar dispuestos a moderar o incluso rebajar nuestro nivel de vida y de consumo para dar lugar a que los refugiados encuentren casa y hogar, y los emigrantes y los parados, trabajo… Estas y otras prácticas posibles tienen el sello de un amor como el de Cristo.

Es así como podemos abrir en esta sociedad descorazonada una ventana a la esperanza de “un cielo nuevo y una tierra nueva”, como nos ha anunciado hoy el libro del Apocalipsis. Porque Jesucristo, hermanos, no sólo es modelo de amor, es también escuela y fuente del amor.

Vosotras hermanas, que habéis sentido la llamada a “participar en la escuela de divino servicio”, sabéis bien este secreto de nuestra fe: Amar es nuestra vocación, pero es difícil amar, incluso, podemos decir, con sólo nuestras fuerzas es imposible amar como Cristo nos ama.

Pero Cristo es escuela y fuente de amor, Cristo, al proponer el mandamiento del amor, nos está diciendo: “Te doy la capacidad de amar como yo te he amado”.


Hermanos, vengamos a las fuentes del amor, no aprendamos sólo el mandamiento: Escuchar la Palabra de Dios, practicar los sacramentos, comulgar con la eucaristía, cumplir los mandamientos, ser miembro activo en la Iglesia, esta es la escuela del amor divino. Estas son las fuentes que Cristo nos ofrece para que podemos cumplir el mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado”.

domingo, 17 de abril de 2016

DOMINGO IV DE PASCUA (C)

Textos:

       -Hch 13, 14. 43-52
       -Ap 7, 9. 14b-17
       -Jn 10, 27-30

Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy celebramos el domingo del Buen Pastor. El buen Pastor es Jesucristo. Una metáfora, una imagen, que despierta los mejore sentimientos y hace atractiva la persona de Jesús.

Porque Jesucristo en sus palabras, en sus obras, con su vida y con su muerte ha demostrado cuánto ama a los hombres, a sus ovejas, y cuánto es capaz de hacer por lograr que todos los hombres vengan a formar una sola familia, un solo rebaño bajo un solo pastor.

Él conoce a las ovejas, con un conocimiento personal e individualizado, a cada una la llama por su nombre; él, una vez que ha recogido el rebaño, al atardecer, es capaz de salir de nuevo en busca de la oveja perdida, aunque no sea más que una; él es capaz de dar la vida por sus ovejas. Y él da la vida natural, para dar, a cuantos creen en él y le siguen, la vida sobrenatural, la que no perece, la vida eterna. La vida, que, terminada la peregrinación por este mundo, se despliega plena, libre y feliz con Dios en el cielo. Nos lo ha dicho bellamente con lenguaje poético la segunda lectura: “Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de agua viva. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”.

Jesús es el buen Pastor. Esta es la buena noticia. Hoy es un día para reafirmar nuestra fe en Jesús, para dar gracias por la gracia de creer en él, que Dios nos ha regalado, para dejarnos llevar del impulso apostólico y salir a la calle a anunciar esta buena noticia que conocemos y vivimos.

Hoy es un día para tener en cuenta a tantos hombres y mujeres que no conocen a Dios, ni han descubierto a Jesucristo como Buen Pastor. Hoy, de manera especial, es un día para pedir a Dios y comprometernos a trabajar, para que las ovejas que un día recibieron el bautismo, y después se han alejado de la fe, reconozcan la voz del buen Pastor y vuelvan al redil de la Iglesia para vivir la fe, la esperanza y el amor dentro de la comunidad cristiana que los espera y los acoge con gozo.

Y cómo no tener presente a nuestro papa Francisco, cabeza y pastor de toda la Iglesia: Ayer lo hemos visto en Lesbos, seguir los pasos y la conducta de Jesús, y como el Buen pastor, acudir a donde se encuentran las ovejas heridas, los expatriados, los perseguidos, los refugiados… Oremos por el papa, hoy y todos los días: que acierte a conducir a la Iglesia por los caminos del evangelio.

La figura de Jesucristo, Buen Pastor, debe sacudir nuestra conciencia para advertir y tomar postura ante la penuria de las vocaciones sacerdotales. Las parroquias, las comunidades cristianas, necesitamos sacerdotes, pastores santos y bien preparados, que demos ejemplo de vida, que conectemos con las generaciones jóvenes, que animemos las comunidades, que despertemos la conciencia de los laicos para que asuman su papel en la nueva evangelización….

En fin: “Que la palabra del Señor se difunda por todas partes” El buen Pastor nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas en la eucaristía. Vengamos al altar.

domingo, 10 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA(C)

Textos:

        Hch 5, 27b-32. 40b-41
        Ap 5, 11-14
        Jn 21, 1-14

Pedro, ¿me amas?"

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesús pregunta tres veces a Pedro si le quiere, porque tres veces le negó en la noche oscura y dolorosa de su pasión. Pero no para humillarlo, sino para confirmarlo en el amor. Porque Pedro, si negó tres veces a Jesús en el momento de la pasión y muerte de Jesús, fue, sin duda, porque en aquel momento Pedro aún no comprendía el procedimiento y el camino que Dios había elegido para establecer su reinado en el mundo.
  
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. El camino de Dios es el amor y la misericordia, que ganan los corazones respetando la libertad, y no, el poder y la fuerza que pretenden imponerse suplantando o eliminando la libertad.

Dios cree en el amor, en su amor, y apuesta por la misericordia. Y Jesús es el rostro del amor y de la misericordia de Dios.

Por eso, Jesús, después de su resurrección, quiere dejar bien claro a Pedro y a todos sus seguidores, que no es el poder, sino el amor, el camino escogido por Dios.

Tú, Pedro, el primero de los Doce, sí, vas a presidir a todos mis discípulos, a toda la Iglesia, pero no asentándote en la vanidad de tener el primer puesto, ni por medio de la fuerza, ni para construir un imperio en la tierra que aniquile los demás imperios; tú, Pedro, vas a presidir a todos en el amor, y en la caridad”. “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea el esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud”. (Mc 10, 42-45)


Estamos celebrando el “año de la misericordia”. Este evangelio es una muestra más de que Dios es amor y misericordia, que cree en el amor y que apuesta por el amor y la misericordia. Y no en el sentido de que el poder es malo y es incompatible con el amor y la misericordia, sino en el sentido de que el amor y la misericordia son necesarios para hacer posible un ejercicio razonable del poder al servicio de la justicia y del bien común.

Jesucristo, vivo y resucitado, hoy nos examina a todos: a Pedro, y al sucesor de Pedro,  y a los obispos, y a los sacerdotes, y a todos nosotros, bautizados, que nos consideramos discípulos y seguidores de Jesús.

Porque todos tenemos una misión, y a todos se nos invita salir a pescar, a evangelizar.

Será muy conveniente que hoy, en un momento de paz y de silencio demos lugar a que Jesús pregunte: “¿Me amas?, ¿De verdad me quieres? ¿De verdad crees en la fuerza del amor y de la misericordia para salvar el mundo?

Vosotras, queridas hermanas benedictinas, que por vocación habéis abrazado una Regla que sólo se explica desde el más puro amor de Cristo, haréis muy bien el someteros al examen que hoy hace Jesús a toda la Iglesia: “¿Me amas?” ¿Crees en la fuerza del amor y de la misericordia para salvar el mundo?

Ahora vengamos al altar; al ver sobre la mesa el pan y el vino preparados para convertirse en su Cuerpo y Sangre, escuchemos a Jesús que nos llama: "Venid y almorzad"; “tomad y comed, esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros”, para la salvación del mundo.

domingo, 3 de abril de 2016

DOMINGO II DE PASCUA (C)

Textos:

        Hch 5, 12-16
        Ap 1, 9-11a.12-13.17-19
        Jn 20, 19-31

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Segundo domingo de Pascua, Domingo “in albis”, según la tradición litúrgica de la Iglesia, Domingo de la Misericordia desde la determinación tomada por el entonces papa y hoy santo, Juan Pablo II.

Me limito a comentar brevemente algunas de las frases del Evangelio:
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana”, Es decir, el domingo; en el domingo Jesús Resucitado salió al encuentro de los suyos y los discípulos tuvieron la experiencia de que vivía y esta resucitado. Desde entonces y para siempre, en la vida de la Iglesia, el domingo es un día de gracia, un día especialmente elegido por Dios para comunicarnos la experiencia de que Jesucristo ha resucitado, vive entre nosotros vencedor de la muerte y del pecado.

Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. La casa es la iglesia, el lugar de reunión de los seguidores de Jesús. Ellos aún no tienen la experiencia de la resurrección, tienen las puertas cerradas por miedo a los perseguidores. No han tenido todavía la experiencia del encuentro personal y transformante con el Resucitado. Hoy día las puertas, de algunas, de muchas iglesias, están cerradas, bien porque muchos bautizados, que deberían sentirse contentos y responsables de haber sido llamados por Dios a ser cristianos han abandonado la práctica religiosa, incluso dicen que ya no creen en esas cosas de la Iglesia. Pero incluso, los que estamos dentro de la Iglesia, puede que caigamos en la tentación del miedo y nos encerremos en nosotros mismos, en nuestra manera de entender la fe, en la seguridad de unas prácticas que nos dan cierto consuelo y no queremos saber nada del ambiente de la calle, de las corrientes de pensamiento, de las ideas que se publican abiertamente contrarias a la fe. “Yo con lo mío y no quiero saber más”, porque me entran dudas. No es esta la actitud que mantiene nuestro actual papa, Francisco, y la que nos aconseja una y otra vez en su magisterio: “Ir a las periferias existenciales”, salir al encuentro de los pobres, y de los que no piensan como nosotros, para ayudarles en sus problemas y exponerles con confianza, respeto y franqueza lo que somos y lo que tenemos.

En esto entró Jesús, se puso en medio, y les dijo: “Paz a vosotros”…y les enseñó las manos y el costado”. Jesús toma la iniciativa, es él el principio de nuestra fe; el piensa en nosotros, sabe de nuestros miedos, cobardías y necesidades. “Sin él no podemos hacer nada”. Pero podemos estar confiados, él nos sale al encuentro. Y fijaos bien el detalle: “Les enseñó las manos y el costado”. Él nos tiende las manos y, sobre todo, nos abre su costado, nos abre el corazón, nos muestra sus entrañas, el amor cálido, sincero, demostrado con dolor y sangre. Hoy domingo de la Misericordia: Jesús es el rostro de la misericordia de Dios. Jesús es el retrato de Dios; y se nos manifiesta como amor entrañable, que nos sale al encuentro, cuando tenemos miedo, o estamos amilanados por el fenómeno de la descristianización, por el fenómeno peor aún de una injusticia consentida, del consumismo que adormece las conciencias, de la crueldad inhumana de los fanatismos… él nos sale al encuentro. Y nos dice: “Paz a vosotros”, “Paz a vosotros”. Lo repite tres veces. Y fijaos bien el efecto inmediato y consolador: “Los discípulos se llenaron de alegría”.

Queridos hermanos todos: Queda mucho y muy sabroso por comentar. Podéis tomar un rato en este domingo y hacer “lectio divina” con este evangelio. Ahora, nos quedamos aquí.

Es necesario que vivamos la comunión de la Iglesia, que nos reunamos los creyentes, cuando tenemos miedo, cuando nos falla la fe y cuando estamos pletóricos de entusiasmo con Jesús. En la Iglesia reunida se aparece el Señor. Tomás no estaba y no descubrió al Resucitado; el domingo siguiente estaba también él con los suyos en Iglesia, y pudo confesar la fe: “Señor mío y Dios mío”.

Pero es necesario que abramos las puertas, dejar los miedos, y salir de los refugios: Lo que parece un acoso, o quizás una batalla perdida para la fe y la presencia de los valores del evangelio, no son tal, sino que son la gran oportunidad a donde nos manda el Señor; son el campo de nuestra misión.

Pero claro, tenemos que ir a las periferias con la alegría y la experiencia vivida de un encuentro real con Cristo resucitado.

Por eso, tenemos que celebrar el domingo, y acudir a la eucaristía, el lugar donde privilegiadamente nos encontramos con Jesús resucitado. Donde podemos ser testigos del amor de Dios y de su misericordia entrañable; el lugar, sobre todo, donde podemos tener o reavivar el encuentro personal con Jesucristo resucitado, recibir el don de la paz y la alegría de la fe.


Es lo que ahora se nos ofrece y vamos a hacer.