domingo, 3 de abril de 2016

DOMINGO II DE PASCUA (C)

Textos:

        Hch 5, 12-16
        Ap 1, 9-11a.12-13.17-19
        Jn 20, 19-31

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Segundo domingo de Pascua, Domingo “in albis”, según la tradición litúrgica de la Iglesia, Domingo de la Misericordia desde la determinación tomada por el entonces papa y hoy santo, Juan Pablo II.

Me limito a comentar brevemente algunas de las frases del Evangelio:
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana”, Es decir, el domingo; en el domingo Jesús Resucitado salió al encuentro de los suyos y los discípulos tuvieron la experiencia de que vivía y esta resucitado. Desde entonces y para siempre, en la vida de la Iglesia, el domingo es un día de gracia, un día especialmente elegido por Dios para comunicarnos la experiencia de que Jesucristo ha resucitado, vive entre nosotros vencedor de la muerte y del pecado.

Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. La casa es la iglesia, el lugar de reunión de los seguidores de Jesús. Ellos aún no tienen la experiencia de la resurrección, tienen las puertas cerradas por miedo a los perseguidores. No han tenido todavía la experiencia del encuentro personal y transformante con el Resucitado. Hoy día las puertas, de algunas, de muchas iglesias, están cerradas, bien porque muchos bautizados, que deberían sentirse contentos y responsables de haber sido llamados por Dios a ser cristianos han abandonado la práctica religiosa, incluso dicen que ya no creen en esas cosas de la Iglesia. Pero incluso, los que estamos dentro de la Iglesia, puede que caigamos en la tentación del miedo y nos encerremos en nosotros mismos, en nuestra manera de entender la fe, en la seguridad de unas prácticas que nos dan cierto consuelo y no queremos saber nada del ambiente de la calle, de las corrientes de pensamiento, de las ideas que se publican abiertamente contrarias a la fe. “Yo con lo mío y no quiero saber más”, porque me entran dudas. No es esta la actitud que mantiene nuestro actual papa, Francisco, y la que nos aconseja una y otra vez en su magisterio: “Ir a las periferias existenciales”, salir al encuentro de los pobres, y de los que no piensan como nosotros, para ayudarles en sus problemas y exponerles con confianza, respeto y franqueza lo que somos y lo que tenemos.

En esto entró Jesús, se puso en medio, y les dijo: “Paz a vosotros”…y les enseñó las manos y el costado”. Jesús toma la iniciativa, es él el principio de nuestra fe; el piensa en nosotros, sabe de nuestros miedos, cobardías y necesidades. “Sin él no podemos hacer nada”. Pero podemos estar confiados, él nos sale al encuentro. Y fijaos bien el detalle: “Les enseñó las manos y el costado”. Él nos tiende las manos y, sobre todo, nos abre su costado, nos abre el corazón, nos muestra sus entrañas, el amor cálido, sincero, demostrado con dolor y sangre. Hoy domingo de la Misericordia: Jesús es el rostro de la misericordia de Dios. Jesús es el retrato de Dios; y se nos manifiesta como amor entrañable, que nos sale al encuentro, cuando tenemos miedo, o estamos amilanados por el fenómeno de la descristianización, por el fenómeno peor aún de una injusticia consentida, del consumismo que adormece las conciencias, de la crueldad inhumana de los fanatismos… él nos sale al encuentro. Y nos dice: “Paz a vosotros”, “Paz a vosotros”. Lo repite tres veces. Y fijaos bien el efecto inmediato y consolador: “Los discípulos se llenaron de alegría”.

Queridos hermanos todos: Queda mucho y muy sabroso por comentar. Podéis tomar un rato en este domingo y hacer “lectio divina” con este evangelio. Ahora, nos quedamos aquí.

Es necesario que vivamos la comunión de la Iglesia, que nos reunamos los creyentes, cuando tenemos miedo, cuando nos falla la fe y cuando estamos pletóricos de entusiasmo con Jesús. En la Iglesia reunida se aparece el Señor. Tomás no estaba y no descubrió al Resucitado; el domingo siguiente estaba también él con los suyos en Iglesia, y pudo confesar la fe: “Señor mío y Dios mío”.

Pero es necesario que abramos las puertas, dejar los miedos, y salir de los refugios: Lo que parece un acoso, o quizás una batalla perdida para la fe y la presencia de los valores del evangelio, no son tal, sino que son la gran oportunidad a donde nos manda el Señor; son el campo de nuestra misión.

Pero claro, tenemos que ir a las periferias con la alegría y la experiencia vivida de un encuentro real con Cristo resucitado.

Por eso, tenemos que celebrar el domingo, y acudir a la eucaristía, el lugar donde privilegiadamente nos encontramos con Jesús resucitado. Donde podemos ser testigos del amor de Dios y de su misericordia entrañable; el lugar, sobre todo, donde podemos tener o reavivar el encuentro personal con Jesucristo resucitado, recibir el don de la paz y la alegría de la fe.


Es lo que ahora se nos ofrece y vamos a hacer.