Textos:
Hch 5,
12-16
Ap 1,
9-11a.12-13.17-19
Jn
20, 19-31
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Segundo
domingo de Pascua, Domingo “in albis”, según la tradición
litúrgica de la Iglesia, Domingo de la Misericordia desde la
determinación tomada por el entonces papa y hoy santo, Juan Pablo
II.
Me limito a
comentar brevemente algunas de las frases del Evangelio:
“Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana”,
Es decir, el domingo; en el domingo Jesús Resucitado salió al
encuentro de los suyos y los discípulos tuvieron la experiencia de
que vivía y esta resucitado. Desde entonces y para siempre, en la
vida de la Iglesia, el domingo es un día de gracia, un día
especialmente elegido por Dios para comunicarnos la experiencia de
que Jesucristo ha resucitado, vive entre nosotros vencedor de la
muerte y del pecado.
“Estaban
los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a
los judíos”. La casa es la iglesia,
el lugar de reunión de los seguidores de Jesús. Ellos aún no
tienen la experiencia de la resurrección, tienen las puertas
cerradas por miedo a los perseguidores. No han tenido todavía la
experiencia del encuentro personal y transformante con el
Resucitado. Hoy día las puertas, de algunas, de muchas iglesias,
están cerradas, bien porque muchos bautizados, que deberían
sentirse contentos y responsables de haber sido llamados por Dios a
ser cristianos han abandonado la práctica religiosa, incluso dicen
que ya no creen en esas cosas de la Iglesia. Pero incluso, los que
estamos dentro de la Iglesia, puede que caigamos en la tentación del
miedo y nos encerremos en nosotros mismos, en nuestra manera de
entender la fe, en la seguridad de unas prácticas que nos dan cierto
consuelo y no queremos saber nada del ambiente de la calle, de las
corrientes de pensamiento, de las ideas que se publican abiertamente
contrarias a la fe. “Yo con lo mío y no quiero saber más”,
porque me entran dudas. No es esta la actitud que mantiene nuestro
actual papa, Francisco, y la que nos aconseja una y otra vez en su
magisterio: “Ir a las periferias existenciales”, salir al
encuentro de los pobres, y de los que no piensan como nosotros, para
ayudarles en sus problemas y exponerles con confianza, respeto y
franqueza lo que somos y lo que tenemos.
“En
esto entró Jesús, se puso en medio, y les dijo: “Paz a
vosotros”…y les enseñó las manos y el costado”.
Jesús toma la iniciativa, es él el principio de nuestra fe; el
piensa en nosotros, sabe de nuestros miedos, cobardías y
necesidades. “Sin él no podemos hacer nada”. Pero podemos estar
confiados, él nos sale al encuentro. Y fijaos bien el detalle: “Les
enseñó las manos y el costado”. Él
nos tiende las manos y, sobre todo, nos abre su costado, nos abre el
corazón, nos muestra sus entrañas, el amor cálido, sincero,
demostrado con dolor y sangre. Hoy domingo de la Misericordia: Jesús
es el rostro de la misericordia de Dios. Jesús es el retrato de
Dios; y se nos manifiesta como amor entrañable, que nos sale al
encuentro, cuando tenemos miedo, o estamos amilanados por el fenómeno
de la descristianización, por el fenómeno peor aún de una
injusticia consentida, del consumismo que adormece las conciencias, de
la crueldad inhumana de los fanatismos… él nos sale al encuentro.
Y nos dice: “Paz a vosotros”, “Paz
a vosotros”. Lo repite tres veces. Y
fijaos bien el efecto inmediato y consolador: “Los
discípulos se llenaron de alegría”.
Queridos
hermanos todos: Queda mucho y muy sabroso por comentar. Podéis tomar
un rato en este domingo y hacer “lectio divina” con este
evangelio. Ahora, nos quedamos aquí.
Es necesario
que vivamos la comunión de la Iglesia, que nos reunamos los
creyentes, cuando tenemos miedo, cuando nos falla la fe y cuando
estamos pletóricos de entusiasmo con Jesús. En la Iglesia reunida
se aparece el Señor. Tomás no estaba y no descubrió al Resucitado;
el domingo siguiente estaba también él con los suyos en Iglesia, y
pudo confesar la fe: “Señor mío y Dios mío”.
Pero es
necesario que abramos las puertas, dejar los miedos, y salir de los
refugios: Lo que parece un acoso, o quizás una batalla perdida para
la fe y la presencia de los valores del evangelio, no son tal, sino que son la gran oportunidad a donde nos manda el Señor; son el campo
de nuestra misión.
Pero claro,
tenemos que ir a las periferias con la alegría y la experiencia
vivida de un encuentro real con Cristo resucitado.
Por eso,
tenemos que celebrar el domingo, y acudir a la eucaristía, el lugar
donde privilegiadamente nos encontramos con Jesús resucitado. Donde
podemos ser testigos del amor de Dios y de su misericordia
entrañable; el lugar, sobre todo, donde podemos tener o reavivar el
encuentro personal con Jesucristo resucitado, recibir el don de la
paz y la alegría de la fe.
Es lo que
ahora se nos ofrece y vamos a hacer.