Textos:
-Prov
8, 22-31
-Ro 5,
1-5
-Jn 16,
12-15
“Porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu que se nos ha dado”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Celebramos en
este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad, en la que
confesamos al único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, revelado
por nuestro Señor Jesucristo. Dios que es comunión de vida, amor y
misericordia, y fuente de toda vida, de todo amor, de toda
misericordia, justicia y bondad que se esparce por este mundo.
En este
domingo, además, celebramos la Jornada “Pro orantibus”, que a
nosotros, a cuantos venimos aquí y somos acogidos en este monasterio
de las hermanas benedictinas de Sta. María Magdalena de Alzuza, nos
atañe más de cerca. Es una jornada para tomar conciencia y
agradecer el gran bien que nuestras hermanas benedictinas, y todos
los monjes y monjas, y todos los consagrados dedicados a la vida
contemplativa, nos hacen a nosotros, a la Iglesia y a la sociedad
entera.
El lema
de la jornada para este año declarado de la Misericordia dice:
“Contemplad el
rostro de la misericordia”.
El rostro de
la misericordia de Dios es Jesucristo. Nos lo ha dicho el Papa
Francisco.
Jesucristo
nos habló del Padre del hijo pródigo, y del Buen samaritano; él
mismo nos mostró el rostro de Dios cuando tuvo compasión de la
gente que pasaba hambre, y cuando perdonó incluso a los que le están
crucificando, y cuando dijo: “Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
Jesucristo es ciertamente revelador del rostro de Dios y el Dios que
nos revela es de verdad un Dios de misericordia.
En la
Iglesia se encuentran unas hermanas y hermanos nuestros que han
recibido la gracia y el regalo de sentirse atraídos por este Jesús,
que refleja en su vida y en sus palabras el verdadero rostro de Dios.
Ellos, los contemplativos, monjes y monjas, han quedado prendados y
prendidos de la persona de Jesús, hasta el punto de que conocer,
amar a Jesús y dejarse amar por él, es el sentido de sus vidas. En
el silencio y el recogimiento del monasterio trabajan y oran y viven
en comunidad, pero es especialmente la oración la actividad que
centra y regula su vida entera.
Por
eso, ellos han podido contemplar, mejor que nadie, el rostro de la
misericordia de Dios reflejado en la persona, vida y misterio de
Jesucristo.
Este es el
gran bien y el gran favor que los contemplativos y las contemplativas
hacen a la Iglesia y al mundo, y nos hacen a nosotros.
En una
sociedad, como la actual, que en muchos casos da de lado a Dios, o
tiene una idea desfigurada de él, los monjes y las monjas dan
testimonio de la presencia de Jesucristo, vivo y resucitado que hace
presente en el mundo a Dios, como Dios de amor y de misericordia, el
Dios verdadero que el mundo necesita hoy como nunca: Un Dios único
que vive en comunión de vida y amor como Padre, Hijo y Espíritu
Santo, y que es fuente en este mundo de toda vida, de todo amor, de
toda justicia y misericordia.
Hoy es un día
para agradecer a Dios este carisma de la contemplación con el que ha
dotado a la Iglesia, para agradecer a nuestras hermanas benedictinas
y a todos los contemplativos, porque han tenido la generosidad de
escuchar la llamada de Dios a tan excelente y necesaria misión. Para
vosotras, hermanas, es un día también de acción de gracias por la
vocación, y de petición humilde a Dios, Padre de misericordia, a
Jesucristo, guía y hermano, y al Espíritu Santo dador de todo bien,
que os conceda la gracia de vivir siempre a la altura de la vocación
que se os ha confiado.