domingo, 22 de mayo de 2016

DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD (C)

Textos:

-Prov 8, 22-31
          -Ro 5, 1-5
          -Jn 16, 12-15

Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Celebramos en este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad, en la que confesamos al único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, revelado por nuestro Señor Jesucristo. Dios que es comunión de vida, amor y misericordia, y fuente de toda vida, de todo amor, de toda misericordia, justicia y bondad que se esparce por este mundo.

En este domingo, además, celebramos la Jornada “Pro orantibus”, que a nosotros, a cuantos venimos aquí y somos acogidos en este monasterio de las hermanas benedictinas de Sta. María Magdalena de Alzuza, nos atañe más de cerca. Es una jornada para tomar conciencia y agradecer el gran bien que nuestras hermanas benedictinas, y todos los monjes y monjas, y todos los consagrados dedicados a la vida contemplativa, nos hacen a nosotros, a la Iglesia y a la sociedad entera.

El lema de la jornada para este año declarado de la Misericordia dice: “Contemplad el rostro de la misericordia”.

El rostro de la misericordia de Dios es Jesucristo. Nos lo ha dicho el Papa Francisco.

Jesucristo nos habló del Padre del hijo pródigo, y del Buen samaritano; él mismo nos mostró el rostro de Dios cuando tuvo compasión de la gente que pasaba hambre, y cuando perdonó incluso a los que le están crucificando, y cuando dijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Jesucristo es ciertamente revelador del rostro de Dios y el Dios que nos revela es de verdad un Dios de misericordia.

En la Iglesia se encuentran unas hermanas y hermanos nuestros que han recibido la gracia y el regalo de sentirse atraídos por este Jesús, que refleja en su vida y en sus palabras el verdadero rostro de Dios. Ellos, los contemplativos, monjes y monjas, han quedado prendados y prendidos de la persona de Jesús, hasta el punto de que conocer, amar a Jesús y dejarse amar por él, es el sentido de sus vidas. En el silencio y el recogimiento del monasterio trabajan y oran y viven en comunidad, pero es especialmente la oración la actividad que centra y regula su vida entera.

Por eso, ellos han podido contemplar, mejor que nadie, el rostro de la misericordia de Dios reflejado en la persona, vida y misterio de Jesucristo.

Este es el gran bien y el gran favor que los contemplativos y las contemplativas hacen a la Iglesia y al mundo, y nos hacen a nosotros.

En una sociedad, como la actual, que en muchos casos da de lado a Dios, o tiene una idea desfigurada de él, los monjes y las monjas dan testimonio de la presencia de Jesucristo, vivo y resucitado que hace presente en el mundo a Dios, como Dios de amor y de misericordia, el Dios verdadero que el mundo necesita hoy como nunca: Un Dios único que vive en comunión de vida y amor como Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que es fuente en este mundo de toda vida, de todo amor, de toda justicia y misericordia.

Hoy es un día para agradecer a Dios este carisma de la contemplación con el que ha dotado a la Iglesia, para agradecer a nuestras hermanas benedictinas y a todos los contemplativos, porque han tenido la generosidad de escuchar la llamada de Dios a tan excelente y necesaria misión. Para vosotras, hermanas, es un día también de acción de gracias por la vocación, y de petición humilde a Dios, Padre de misericordia, a Jesucristo, guía y hermano, y al Espíritu Santo dador de todo bien, que os conceda la gracia de vivir siempre a la altura de la vocación que se os ha confiado.