Textos:
-Gn 14,
18-20
-1 Co 11,
13-16
-Lc 9,
11b-17
-“Esto
es mi Cuerpo… Este es el cáliz de mi sangre”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Domingo,
festividad del Cuerpo y de la Sangre del Señor: La Iglesia, el
pueblo cristiano, nosotros necesitamos reeditar, por decir de alguna
manera, la tarde el Jueves Santo, para profundizar y asimilar más
plenamente el misterio de la presencia real de Jesucristo en la
Eucaristía, que según el Concilio Vaticano segundo es fuente y
cumbre de toda la vida de la Iglesia.
De todas las
facetas que quedan manifiestas en este misterio de la eucaristía,
pensemos, en primer lugar, en la presencia real:
Pablo escribe
a los Corintios a poco más de veinte años de la muerte de Jesús. Y
su relato no está dicho con palabras suyas, sino que es una fórmula
fijada ya por la tradición, y que él tiene buen cuidado de no
cambiar, porque es la fórmula que se pronuncia igual en Jerusalén,
Antioquía, Tesalónica y en todas las recién nacidas comunidades
cristinas, cuando se reúnen el domingo para celebrar la Cena del
Señor.
Si todos
tienen tal respeto a esta fórmula es sin duda porque recoge con
exactitud las mismas palabras de Jesús en la Última Cena. Y estas
palabras no tienen otra interpretación que el realismo: “Esto es
mi Cuerpo… Este es el cáliz de mi sangre”. Es decir: “Esto soy
yo”, dando mi vida por vosotros; esto soy yo partiéndome y
repartiéndome como alimento espiritual para que asimiléis mi propia
vida.
¿Qué
nos está diciendo este hecho?: Dios nos mira con amor y nos ve muy
solos. Es la soledad en la que quedamos sumidos, cuando nos olvidamos
de Dios, y pretendemos vivir como si Dios no existiese. Jesucristo,
antes de partir de este mundo, mira a sus discípulos y los ve
tristes, y les dice: “Dentro
de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a
ver” Está
pensando en darnos su Espíritu, y está pensando en la Eucaristía,
memorial y presencia de su muerte y resurrección. La Eucaristía nos
infunde la certeza de que Jesucristo resucitado está con nosotros.
Pero
Jesucristo está presente en la Eucaristía en acto de dar, y de dar,
no cualquier cosa, sino de darse Él mismo. Dios nos mira con amor y
nos ve hambrientos de vida, de vida que no muere, de vida eterna. Y
por eso, Jesucristo hace el milagro, de multiplicarse como alimento
divino en cada Eucaristía, para que nosotros tengamos vida y vida en
abundancia; vida que no se agota, vida eterna.
Pero sigamos
ahondando: Si atendemos al evangelio, vemos que este misterio de la
Eucaristía, Jesús comienza a desvelarlo en el contexto de la
multiplicación de los panes y los peces, es decir: en un gesto de
compasión eficaz y de misericordia en el que da de comer a una
muchedumbre hambrienta.
Participar en
la eucaristía nos lleva necesariamente a dar de comer al hambriento
y a poner en práctica todas las obras de misericordia. Si no
queremos comulgar indignamente con el Cuerpo y la Sangre del Señor,
debemos comulgar, debemos ponernos en comunión con el prójimo, con
los necesitados de cualquier necesidad espiritual y corporal.
Compagina muy
bien y se complementa la colecta de Cáritas, con la fiesta del
Corpus y el significado completo del misterio de la Eucaristía.
Demos gracias
a Dios en la Eucaristía por la misma Eucaristía, y pidamos fuerza y
voluntad para dar al prójimo cuanto en la Eucaristía recibimos.