domingo, 29 de mayo de 2016

DOMINGO FESTIVIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO (C)

Textos:
-Gn 14, 18-20
-1 Co 11, 13-16
-Lc 9, 11b-17

-“Esto es mi Cuerpo… Este es el cáliz de mi sangre”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo, festividad del Cuerpo y de la Sangre del Señor: La Iglesia, el pueblo cristiano, nosotros necesitamos reeditar, por decir de alguna manera, la tarde el Jueves Santo, para profundizar y asimilar más plenamente el misterio de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que según el Concilio Vaticano segundo es fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia.

De todas las facetas que quedan manifiestas en este misterio de la eucaristía, pensemos, en primer lugar, en la presencia real:
 
Pablo escribe a los Corintios a poco más de veinte años de la muerte de Jesús. Y su relato no está dicho con palabras suyas, sino que es una fórmula fijada ya por la tradición, y que él tiene buen cuidado de no cambiar, porque es la fórmula que se pronuncia igual en Jerusalén, Antioquía, Tesalónica y en todas las recién nacidas comunidades cristinas, cuando se reúnen el domingo para celebrar la Cena del Señor.

Si todos tienen tal respeto a esta fórmula es sin duda porque recoge con exactitud las mismas palabras de Jesús en la Última Cena. Y estas palabras no tienen otra interpretación que el realismo: “Esto es mi Cuerpo… Este es el cáliz de mi sangre”. Es decir: “Esto soy yo”, dando mi vida por vosotros; esto soy yo partiéndome y repartiéndome como alimento espiritual para que asimiléis mi propia vida.

¿Qué nos está diciendo este hecho?: Dios nos mira con amor y nos ve muy solos. Es la soledad en la que quedamos sumidos, cuando nos olvidamos de Dios, y pretendemos vivir como si Dios no existiese. Jesucristo, antes de partir de este mundo, mira a sus discípulos y los ve tristes, y les dice: “Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver” Está pensando en darnos su Espíritu, y está pensando en la Eucaristía, memorial y presencia de su muerte y resurrección. La Eucaristía nos infunde la certeza de que Jesucristo resucitado está con nosotros.
 
Pero Jesucristo está presente en la Eucaristía en acto de dar, y de dar, no cualquier cosa, sino de darse Él mismo. Dios nos mira con amor y nos ve hambrientos de vida, de vida que no muere, de vida eterna. Y por eso, Jesucristo hace el milagro, de multiplicarse como alimento divino en cada Eucaristía, para que nosotros tengamos vida y vida en abundancia; vida que no se agota, vida eterna.

Pero sigamos ahondando: Si atendemos al evangelio, vemos que este misterio de la Eucaristía, Jesús comienza a desvelarlo en el contexto de la multiplicación de los panes y los peces, es decir: en un gesto de compasión eficaz y de misericordia en el que da de comer a una muchedumbre hambrienta.

Participar en la eucaristía nos lleva necesariamente a dar de comer al hambriento y a poner en práctica todas las obras de misericordia. Si no queremos comulgar indignamente con el Cuerpo y la Sangre del Señor, debemos comulgar, debemos ponernos en comunión con el prójimo, con los necesitados de cualquier necesidad espiritual y corporal.

Compagina muy bien y se complementa la colecta de Cáritas, con la fiesta del Corpus y el significado completo del misterio de la Eucaristía.

Demos gracias a Dios en la Eucaristía por la misma Eucaristía, y pidamos fuerza y voluntad para dar al prójimo cuanto en la Eucaristía recibimos.