Textos:
-Hch 2, 1-11
-1 Co 12, 3b-7. 12-13
-Jn 20, 19-23
“Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Merece la
pena que pongamos la atención en el fuerte contraste que se deja
notar entre lo que nos cuenta la primera lectura y el evangelio que
acabamos de escuchar:
El
convencimiento firme de que Cristo ha resucitado y está con ellos, y
el don del Espíritu Santo, que él les ha regalado, cambia el ánimo
de los discípulos. Estaban de miedo y se hacen valientes, estaban
encerrados y se abren a los cuatro vientos, estaban mudos y se ponen
a predicar con fuerza que conmueve y convence. “Se
llenaron todos de Espíritu Santo,
dice la primera lectura,
y empezaron a hablar lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu les sugería”. La
alegría, la paz y el entusiasmo son manifiestos y contagiosos.
Queridos
hermanos y hermanas: Todos nosotros hemos sido bautizados, hemos
recibido el Espíritu Santo y creemos que Cristo ha resucitado. Nos
ha dicho san Pablo: “Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”. El bautismo
nos ha dado una misión, porque ha puesto en nuestras manos una buena
noticia para comunicar y una fuerza, una energía, un poder, para
compartir: Jesucristo resucitado y su evangelio son la noticia; el
Espíritu Santo, es la energía y el poder para compartir.
Hay
muchas cosas buenas en nuestro mundo; pero hay mucho dolor y mucho
pecado; y el mal tiene un poder enorme entre los hombres. El mundo
necesita absolutamente de Cristo para vivir en la paz y en la
alegría; el mundo necesita del Espíritu de Jesús, del Espíritu
Santo, que le dé fuerza espiritual y moral para vivir
verdaderamente libre y poder practicar la justicia y el bien.
Hermanos,
hemos de creer en lo que creemos. Jesucristo, su evangelio, no han
dado de sí ya todo lo que podían dar. Todo lo contrario, es cada
vez más evidente la necesidad de que su vigencia se implante entre
nosotros.
Nuestra
sociedad necesita oír que Dios es amor y misericordia; que la muerte
no es el final del camino, ni tiene la última palabra; que escuchar
a Dios, hablar con él, vivir conforme a sus mandamientos, ensancha
el corazón y trae paz y alegría; que la solidaridad y la acogida
del pobre, del refugiado, del emigrante nos deja más paz y alegría,
que el encerrarnos en la seguridad y refugiarnos en la comodidad;
tenemos que demostrar a la gente, con nuestra manera de vivir, que se
puede dominar la sed de dinero, y que compartir nuestra cultura y
nuestros dones personales nos hace más felices que vivir para la
ostentación, el lujo y las apariencias.
Hoy
celebramos la fiesta de Pentecostés coronación de la pascua. Hoy en
esta celebración se renueva el acontecimiento admirable que
transformó a los discípulos, los lleno de alegría, de paz, y
sobre todo, del Espíritu Santo. Nosotros, en esta eucaristía,
gozamos de la misma experiencia transformante que ellos: El Espíritu
Santo se manifiesta transformado el pan y el vino en el Cuerpo y la
Sangre del Señor; y Cristo resucitado se nos hace presente en la
eucaristía. Hoy la misericordia de Dios se nos manifiesta dándonos
la paz y la alegría del Resucitado, pero también convocándonos a
ser evangelizadores y a anunciar al mundo la verdad que salva y la
fuerza que necesita.