Textos:
-1
Re 17, 17-24
-Gal 1,
11-19
-Lc 7,
11-17
-“Al
verla el Señor, le dio lástima y le dijo: -No llores”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Tanto en la
primera lectura como en el evangelio nos narran dos milagros de
resurrección de muertos. Jesús en la ciudad de Naín tuvo una
actuación portentosa, que quedó en la memoria de todos los que la
presenciaron.
Hablando en
lenguaje cristiano, el milagro de Jesús consistió en devolver a la
vida natural, a la vida mortal, al hijo de una viuda. Resucitar, en
cristiano, es mucho más, es recibir la vida divina, la vida que no
muere, la vida eterna.
Jesús hizo
el signo de dar la vida natural, para revelar al mundo que él es el
dador de la vida sobrenatural, de la vida divina, de la vida que no
muere. Hizo este portento excepcional en Naín para revelar a los
hombres que él es el Mesías prometido, es el Hijo de Dios, que ha
resucitado y ha vencido al pecado y a la muerte, y se ha constituido
en Señor y dador de vida.
“Todos,
sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha
surgido entre nosotros”. Hoy,
en esta celebración, todos somos invitados a reafirma nuestra fe en
Jesucristo resucitado y dador de vida; un día para agradecer nuestro
bautismo, en el que recibimos la vida de hijos de Dios la vida
eterna.
Pero el
evangelio de hoy nos ofrece, además, otras enseñanzas:
Vemos a Jesús
que siente lástima, al ver a aquella mujer viuda, que acaba de
perder a su único hijo. Las viudas, por su condición de viudedad,
quedaban en una situación grave de fragilidad, indefensión y
marginación. En este caso además, pierde al único hijo, que podía
ser su tabla de salvación. Esta viuda había quedado expuesta a
cualquier peligro y desgracia.
Jesús vio a
esta mujer, y sintió lástima, sintió compasión, sintió amor y
misericordia. Aquella viuda le llegó al corazón, y él se dejó
llevar del corazón. Dejó de lado su plan de ese día, y se acercó
hasta tocar el féretro.
Jesucristo,
el Hijo de Dios, aquel en quien creemos, tiene corazón, un corazón
compasivo y lleno de misericordia.
Pero, la
compasión y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, no se queda
en sentimiento, se traduce en obras, obras prácticas y eficaces.
Jesús consuela a la viuda, y le devuelve, porque puede, lo que ella
necesita, le devuelve a su hijo vivo.
Dos mensajes
podemos recoger de este comportamiento de Jesús con esta pobre
viuda: Jesús se muestra solidario. En nuestra sociedad, junto a un
individualismo creciente, se están dando signos de solidaridad y de
sensibilidad frente al sufrimiento de tantos seres humanos, que
carecen de muchos bienes de los que nosotros disfrutamos. Este
sentimiento creciente de solidaridad en el mundo, Jesucristo lo
impulsa y lo bendice.
Pero el amor
y la misericordia de Jesucristo no son puro sentimiento, su compasión
termina en obras. Es lo que tenemos que aprender de Jesús: Que
nuestra compasión nos lleve a un compromiso eficaz: Atender a la
viuda, al enfermo, al refugiado, al emigrante, incluso, con obras,
con gestos prácticos y concreto. Aún a costa de tener que cambiar
en alguna medida nuestro modo habitual de vida y de confort.
Para eso
necesitamos la fe y la gracia de Dios. La fe se nutre en la escucha
de la palabra, la gracia se nos comunica en la eucaristía. Palabra y
eucaristía es lo que estamos celebrando. Que el Espíritu de Dios
nos ayude a asimilar cuanto en esta celebración se nos enseña y se
nos da.