Textos:
- 2 Sam. 12, 7-10.13
- Gal. 2, 16.19-21
- Lc. 7, 36-8,3
“Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”
- 2 Sam. 12, 7-10.13
- Gal. 2, 16.19-21
- Lc. 7, 36-8,3
“Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En época de
exámenes, preparando campamentos y vacaciones, la eucaristía de
este domingo nos propone abrir nuestra mente y nuestro corazón a la
misericordia de Dios.
¿Qué imagen
de Dios tenemos? ¿Qué tono da a nuestra vida la idea de Dios que
preside nuestra conducta?. La fe que profesamos en Dios, ¿nos da
ánimo?, ¿Nos infunde miedo?, ¿Nos ayuda a superar las
dificultades, a dar sentido al dolor?, ¿Nos infunde esperanza?
Uno de los
motivos importantes que han movido al papa Francisco a proclamar el
“Año de la misericordia” es dar lugar a que los cristianos
examinemos la idea de Dios que tenemos, y sobre todo, la imagen de
Dios que reflejamos ante los demás con nuestra conducta.
Una de las
razones importantes que explican el fenómeno de la increencia, y del
alejamiento de muchas personas de la práctica religiosa es la idea
de Dios que tienen, en la que han sido formados, o la que se han ido
formando ellos mismos desde la experiencia de la vida. Un Dios
coartador de la libertad, que castiga e infunde miedo. No han
conocido, no llegan a plantearse que Dios es amor, Padre de
misericordia, lento a la ira y rico en clemencia, que da la vida e
infunde esperanza.
En la
primera lectura hemos visto el caso del rey David. Cometió un pecado
gravísimo y de todo punto reprobable. Pero, a penas, atendiendo a
la voz del profeta, reconoce su pecado y se arrepiente, “He
pecado contra el Señor”,
Dios inmediatamente le perdona: “El
Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás”,
le dice el profeta.
En el
evangelio es Jesús mismo quien, con su modo de proceder, deja
patente el rostro del Dios de la misericordia. Ante el escándalo
farisaico del dueño de la casa y de los comensales, Jesús acoge
amablemente a esta mujer que soporta la mala reputación de la gente,
y al final, oye la palabra que la revaloriza ante sí misma y ante
los demás: “Tus
pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Dios,
el Dios que nos revela Jesucristo, no ha venido a condenar, sino a
salvar. “Tanto ha
amado Dios al mundo, que ha enviado a su Hijo, para que el mundo se
salve por él”.
Notemos cómo
la experiencia de Dios que acoge, perdona y ama, provoca amor y
gratitud, en quienes con fe y humildad se acercan a él para
reconocer su pecado y liberarse de la culpa que le atormenta.
¿Qué idea
de Dios preside nuestra vida? ¿Qué imagen de Dios ofrecemos a los
demás con nuestra conducta?
“Sed
misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”.
Si experimentamos la misericordia de Dios, estamos en las mejores
condiciones para evangelizar y ofrecer al mundo una imagen de Dios
reconfortante, atrayente, que mucha gente busca a tientas, y
necesita.
-El contraste
tan vivo entre el fariseo y el recibimiento que le hace a Jesús, y
la mujer pecadora, que se pone a enjugar los pies de Jesús, con sus
lágrimas: es el mejor indicador para llegar a alcanzar la
experiencia del Dios que nos muestra Jesús, y que el papa Francisco
quiere que todos obtengamos y mostremos a los demás: Experiencia
real, liberadora y vivificante a la que nos llama Jesús, y que el
mundo necesita.