Textos:
Gén
18,1-10a
Col 1,24-28
Lc 10,38-42
“Y una
mujer llamada Marta lo recibió en su casa”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“A
todos los huéspedes que llegan al monasterio recibidles como al
mismo Cristo, pues él ha de decir: “Huésped
fui y me recibisteis”. Y
tribútese a todos el honor debido, en especial a nuestros hermanos
en la fe y a los peregrinos”.
Así
habla, os habla san Benito a vosotras, hermanas benedictinas, en el
capítulo 53 de la Regla. El autor de la Carta a los Hebreos dice en
términos inspirados a todos los miembros de la comunidad cristina:
“Conservad el amor
fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos, sin
saberlo, hospedaron a ángeles…” (Hb 13, 1-2).
Bien
nos vienen a todos estas recomendaciones en estos meses de verano en
los que las
vacaciones, los viajes, el turismo, los encuentros y peregrinaciones
dan lugar a acoger a tanta gente, y nos ponen también en situación
de pedir posada y visitar a familiares, amigos y conocidos.
Bien nos
vienen estas recomendaciones en una época en la que, a la vez que
tenemos que protegernos de ataques terroristas salvajes y
criminales, tenemos que templar los ánimos y discurrir con mente
serena para encontrar solución a las demandas y a los derechos de
los refugiados y emigrantes que llaman a nuestras puertas.
“Recibid al
huésped como a Cristo…”, “Abrahán, sin saberlo, hospedó a
ángeles…”.
Creemos en
Dios Padre, que nos ha creado a todos, hombres y mujeres, como
criaturas suyas, y nos llama a ser y vivir como hijos suyos por la fe
en Jesucristo.
De salida, el
prójimo no es mi rival ni el que me hace la competencia, el prójimo
es mi hermano. De salida, nosotros hemos recibido de Dios tantos
bienes: la vida, la salud, la fe, la cultura, la educación, la
preparación profesional; y además la capacidad de cultivarlos e
incrementarlos no sólo para nuestro provecho y felicidad, sino para
compartirlos con el prójimo, especialmente con el prójimo
necesitado.
Jesucristo se
hace huésped y se hace invitar de Marta y María, para que Marta y
María descubran su verdadera vocación y el sentido hondo de su
vida. Jesucristo, esta mañana, se nos manifiesta como huésped, él
llama a la puerta de nuestra conciencia, para que nosotros
descubramos el verdadero sentido de nuestra vida, que nos planteemos
para qué estamos en este mundo, qué hacemos aquí en esta sociedad
convulsa y desnortada.
Lo más
importante es escuchar a Dios, acoger y creer en Jesucristo, y,
desde Dios, amar y servir al prójimo como a Cristo, porque es mi
hermano. Jesucristo nos viene a decir que lo primero en mi vida no es
buscar bienestar, seguridad y poder; sino cultivar los dones y
talentos que se me han dado para compartirlos y dar lugar a que el
prójimo y los menos favorecidos puedan llegar a disfrutarlos.
Hoy
Jesucristo se manifiesta en la palabra como huésped, y pide que lo
acojamos a él, y escuchemos atentos su buena noticia del Reino de
Dios.
Pero hoy
Jesucristo se nos manifiesta también como anfitrión, en la
eucaristía, para darnos fuerza y ánimos a fin de que podamos
desempeñar la tarea de recibir como a ángeles a los que nos piden
de comer, y de acoger al prójimo como al mismo Cristo.