domingo, 31 de julio de 2016

DOMINGO XVIII, T.O. (C)

-Textos:

     -Ecl 1, 2; 2, 21-23
     -Col 3, 1-5. 9-13
     -Lc 12, 13-21

Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Cuántas familias hemos visto primero unidas y después divididas por motivos de herencias. ¡Qué peligroso y tentador es el dinero! La codicia, la ambición desmedida por el dinero crea envidias, rivalidades, pobres y ricos, países del primer mundo y del tercero y del cuarto; riñas, guerras, corrupción…

Y nosotros, ¿Dónde estamos?

Alguno ha dicho que la tentación permanente de muchas personas piadosas y practicantes es la de intentar conciliar el apego al dinero con una vida recta y piadosa; Dios, sí, pero el dinero también.

Jesús, hablando con precisión, no condena el dinero, sino la codicia del dinero, la ambición desmedida.

El dinero es un medio, la codicia está en el corazón. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Dónde ponemos el futuro y la seguridad de nuestra vida?

El evangelio de hoy más que de la cuestión del dinero, nos habla del sentido de nuestra vida. ¿Qué sentido tiene mi vida?

Lo que hemos escuchado en las lecturas muestra un modo de pensar muy distinto a lo que se piensa en el mundo: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Con dinero podemos comprar un chalet, pero no, la felicidad.

La experiencia de la vida nos hace ver cuánta razón y cuanto realismo muestra Jesús en la parábola que nos cuenta al final de este evangelio: “Derribaré los graneros, haré otros más grandes… Y entonces me diré: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y bebe y date a la buena vida. Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

¡Que sabiduría tiene esta enseñanza!, decimos. Pero ¿nos la aplicamos a nosotros mismos?

Y permitidme otra pregunta en una perspectiva diferente: Nuestros jóvenes, nuestros hijos, nuestros nietos, ¿qué aprenden, qué captan de nosotros? Dada nuestra manera de pensar, nuestro estilo de vida, ¿qué valores morales y espirituales reflejamos ante ellos?

Casi dos millones de jóvenes aclamando al papa Francisco, escuchando sus homilías, aprendiendo de sus gestos. “Me duele en el alma, les dijo el primer día, me duele en el alma aquellos jóvenes que, sin empezar a luchar, han tirado ya la toalla”. Los jóvenes buscan, necesitan razones válidas para vivir y para morir, para esforzarse, para labrarse un futuro. No sé cómo os suenan las palabras de San Pablo; reflejan un modo de ver el mundo y de plantearse la vida, totalmente distinto, al que se palpa en el ambiente general: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo…Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra… cuando aparezca Cristo, vida nuestra, también vosotros apareceréis, juntamente con él en la gloria…Dad muerte a todo lo terreno… la fornicación, la impureza, la idolatría, la pasión, la codicia y la avaricia… No sigáis engañándoos unos a otros…”

Ya vemos: un mundo distinto, una sociedad alternativa, una manera de pensar contracorriente… Es lo que nos proponen Jesucristo y san Pablo, y el papa… Tan diferente, tan opuesto. Pero es lo que muchos jóvenes necesitan oír y ver, y lo que muchos jóvenes buscan y quieren escuchar. Las hermanas que nos acogen en esta iglesia también tienen otra manera de vivir. Su objetivo no es ganar dinero, sino orar y trabajar; trabajar para poder dedicar el mayor tiempo posible a orar y alabar a Dios. Se puede vivir el proyecto de Jesús.

Jesús propone otra manera de entender y vivir la vida, otra filosofía. “En este orden nuevo, dice san Pablo, no hay distinción entre judíos y gentiles… bárbaros y escitas, esclavos y libres…, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todo”.