Textos:
-Si 3,17-18.20.28-29
-Heb 12,18-19.22-24a
-Lc14,1.7-14
“Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos
Mucha gente,
y a veces también nosotros, nos gloriamos de ser amigos de un
político influyente, del director general de una gran empresa, y de
gente así. Y nos satisface que nos pongan en la mesa número uno de
la boda. Luego comentamos estas circunstancias entre amigos y
familiares con mucha satisfacción.
Jesús,
sin embargo, nos dice hoy: “Cuando
te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal…”.
Mucha gente
tiene a gala invitar a la boda de la hija o a la fiesta de cumpleaños
a personajes relevantes del mundo de la política, o de los negocios
o que salen con frecuencia en la tele.
Jesucristo,
sin embargo nos dice: “Cuando
des un banquete, invita a pobres, lisiados y ciegos.
La propuesta
que Jesús es chocante para cualquiera, y abiertamente opuesta a los
modos de pensar, de sentir y de comportarse de la sociedad en la que
vivimos.
A todos nos
gusta ser importantes. Tenemos que decir más: todos necesitamos
sentirnos importantes, gozar de buena reputación y sentir que los
que nos conocen nos aprecian y nos valoran positivamente.
El problema
viene cuando el ser importante se pone encima de todas las cosas y de
todas las personas. Cuando el destacar, ocupar puestos de honor y
adquirir fama o renombre es una fiebre desenfrenada, un ídolo, que
lleva a dar codazos contra amigos y enemigos, a sobornar a quien sea,
a aparentar lo que no se es o adular al que puede aupar... El
problema viene cuando no se respeta al que tiene tanto derecho como
yo, y cuando nos olvidamos del pobre, del necesitado y del que nunca
ha tendido acceso a una oportunidad.
Para
Jesucristo somos importantes cuando nos acordamos del pobre cuando
ponemos en marcha nuestras cualidades y talentos al servicio de los
demás. Para Jesucristo, somos importantes, cuando servimos por amor
y de buena gana, y no porque ocupamos la presidencia.
“El
que quiera ser el primero entre vosotros sea vuestro servidor”,
dijo en otra
ocasión. Para
Jesucristo, el primero y el más importante es aquél que sirve por
amor y de buena gana.
El
evangelio de hoy nos llama a la humildad: “Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido”.
Nuestras
hermanas conocen muy bien el capítulo séptimo de la Regla de San
Benito. Un capítulo que ha marcado profundamente la espiritualidad
cristiana, y aún podríamos decir, la espiritualidad universal. En
él propone el santo nada menos que doce grados de humildad. Una vez
que ha expuesto los doce grados, acaba diciendo: “Subiendo… todos
estos grados de humildad, el monje (y el cristiano, cabe decir)
llegará enseguida a aquella caridad de Dios que, siendo perfecta,
excluye todo temor; por ella todo cuanto antes observaba con
dificultad empezará a guardarlo sin trabajo alguno, como
naturalmente y por costumbre”.
La
humildad lleva a la caridad, y la caridad y la humildad hacen fácil
la práctica de todas las demás virtudes. Podríamos decir, hacen
accesible a todos la santidad.