Textos
Sb 18, 6-9
Hb 11, 1-2. 8-19
Lc 12, 32-48
“Lo mismo vosotros,
estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Mucha gente de vacaciones, han comenzado los Juegos
Olímpicos de Río, ha terminado felizmente el encuentro de los jóvenes con el
papa, el panorama político sombrío… Todos estos acontecimientos están presentes
en nuestras conversaciones, pero no impiden que prestemos atención a la
importante advertencia que Jesús nos transmite hoy en el evangelio:
“Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del Hombre”.
No es una amenaza y no debe inducirnos miedo; es una
llamada a vivir nuestra vida cristina en la perspectiva del futuro que nos
espera, que es ni más ni menos que el encuentro definitivo con Dios por medio
de Jesucristo, que vendrá ciertamente al final del tiempo y al final de nuestra
vida para invitarnos a participar en el banquete de bodas de él mismo, como
esposo, con su Esposa la
Iglesia , es decir la comunidad de todos los seguidores de Jesús en este mundo.
Los cristianos vivimos ante la perspectiva de la vida eterna. Todo lo de este mundo es
efímero, el tiempo pasa, nosotros esperamos “un cielo nuevo y una tierra nueva”
y la vida eterna con Cristo en Dios.
Y mientras vivimos de paso en este mundo nos preparamos
para ese encuentro y para llegar a esa meta.
¿Cómo?
En la segunda lectura hemos escuchado un texto precioso de
la Carta a los
Hebreos sobre la fe. Nos conviene leerlo. La fe
es un don de Dios, un don precioso, que saca del hombre creyente lo mejor de sí
mismo, y le da valor para acometer las más valientes y valiosas empresas. Pero
la fe es también un acto humano y libre de cada uno: Es preciso cultivar la fe,
cuidarla, dar lugar a que crezca y se desarrolle. Es como una planta delicada, y
hoy en día y en nuestro entorno cultural, en un medio hostil y un clima poco
propicio para ella. Por eso hemos de poner mayor cuidado que nunca en cuidar y
cultivar la fe. Por la fe recibimos la semilla de la vida eterna, mediante la
fe damos lugar a que esa semilla vaya desarrollándose hasta que lleguemos a
nuestra patria verdadera que es el cielo.
Otro modo imprescindible para prepararnos al encuentro definitivo con
Cristo son los sacramentos. El bautismo es el fundamental, pero de hecho, y una
vez bautizados, la eucaristía es el
sacramento necesario para alimentar la
vida eterna iniciada en el bautismo. La eucaristía es mucho más que una
obligación adquirida porque somos cristianos; es el alimento absolutamente
necesario para dar vigor a nuestra fe y
desarrollar la vida nueva de hijos de Dios iniciada en el bautismo.
Y cuando, por fragilidad hemos pecado y hemos actuado conscientemente contra nuestro propio bien y
contra la voluntad de Dios, el sacramento de la penitencia, el medio dispuesto
por Dios para que tengamos la experiencia real de Dios que es Padre de
Misericordia, y nos facilita, mientras vivimos en este mundo, retomar el camino
de la felicidad verdadera que nos lleva hasta la vida eterna.
Las obras buenas: Amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos, cumplir los mandamientos de Dios, tener como
programa las bienaventuranzas, las obras de misericordia, orar como Jesús y con
Jesús…, este modo de llevar la vida es otro medio esencial para prepararnos al
encuentro final y feliz con el Señor.
Así nosotros
atendemos la consigna de Jesús: “Tened
ceñida la cintura y encendidas las
lámparas… Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el
Hijo del Hombre”.