-Textos:
-Ap
22, 19ª; 12, 1-3.10ab
-1
Co 15, 20-27ª
-Lc
1, 39-56
“Proclama
mi alma la grandeza del Señor”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Festividad
del misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.
Fiestas patronales en muchos pueblos de Navarra y de España.
Ascendida en
cuerpo y alma a los cielos por los méritos y el cariño de su Hijo,
Jesucristo, la Virgen María disfruta plenamente, con toda la
capacidad de disfrutar que puede tener una criatura humana, de la
dicha, la felicidad y el amor de Dios en el cielo.
Este es el
misterio admirable que celebramos hoy con alegría. Porque se trata
de algo muy bueno que le está ocurriendo ya a nuestra madre y madre
de Dios, la Virgen María.
Pero, ¿Qué
enseñanzas podemos sacar de este misterio? ¿Qué nos dice la
Virgen de la Asunción en su fiesta?
Os invito a
poner la atención solamente en dos virtudes que muestra la Virgen
María en el “Magnificat”: la gratitud para con Dios y la
humildad.
“Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”.
Ante el
acontecimiento imponente y excepcional de la encarnación del Hijo de
Dios en su seno, ante los elogios preciosos y verdaderos que le
dedica su prima Isabel, lo primero que se le ocurre a la Virgen es
dar gracias a Dios, atribuir a Dios, y no a ella, todo lo que le ha
sucedido y todo lo que dicen de ella.
¡Qué
importante y qué provechoso es dar gracias a Dios para nuestra vida
de creyentes! Caemos muy fácilmente en la tentación de la vanidad y
de la soberbia: Cuando nos felicitan por lo que hacemos, cuando nos
elogian nuestras cualidades, la simpatía, los éxitos que tenemos,
la fortaleza que hemos demostrado en alguna circunstancia difícil…,
fácilmente caemos en la tentación de apropiarnos de esos dones, sin
reconocer que son dones de Dios, y que lo que corresponde es darle
gracias.
No es que con
falsa humildad tengamos que negarlos; cuando son ciertos, lo natural
es reconocer que sí, que son nuestros, pero que se los debemos a
Dios.
La acción de
gracias a Dios supone humildad: “Todo me lo da el Señor”. El
orgulloso cree que todo lo que tiene, y él mismo, es mérito suyo.
No tiene en cuanta a Dios para nada. La humildad, que es la verdad de
lo que somos, nos hace agradecidos. Y la acción de gracias a Dios
nos hace humildes, nos cura de la vanidad y del orgullo.
Estas dos
virtudes, la humildad y la acción de gracias a Dios, nos disponen
para que la gracia y los dones de Dios continúen derramándose sobre
nosotros.
El orgullo
nos lleva al endiosamiento, al egoísmo y al olvido de los demás; la
acción de gracias a Dios y la humildad, nos llevan a Dios, y a
compartir con los demás los dones que hemos recibido.
Si somos
humildes y agradecidos con Dios, podremos ser humildes y agradecidos
con el prójimo.
En el
evangelio de hoy tenemos parte de la oración del “Ave María”,
que tantas veces hemos rezado y siempre nos conviene rezar. Y tenemos
también el “Magnificat”. El canto de los humildes que cantan la
acción de gracias a Dios con la Virgen María y unidos a los
hermanos.