Textos:
-Sab 9,13-18
-Flm 9b-10.12-17
-Lc 14,25-33
“Si
alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su
mujer y a sus hijos,… e incluso a sí mismo, no puede ser
discípulo mío”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
Domingo XXIII
del tiempo ordinario, también hoy, canonización de la Madre Teresa
de Calcuta…
Aquí, en la
celebración eucarística escuchamos un texto evangélico
sorprendente y que pide explicación… ¿Es que seguir a Jesús
exige renunciar a los bienes y amores más nobles y legítimos?
No
podemos olvidar que estas no son las primeras palabras del evangelio
de hoy; las primeras son:
“Si alguno se viene conmigo”.
Expliquemos
con ejemplos prácticos: Si se diera el caso extremo de que los
padres obligasen a sus hijos a blasfemar contra Dios; o casos más
posibles: si aconsejaran que debemos aceptar sobornos y trampas para
enriquecernos, si nos prohibieran rezar o ir a la iglesia, es claro
que deberíamos posponer el parecer de nuestros padres, para seguir
el mandamiento de Dios y la llamada de Jesús.
Pero, si
nuestros padres, o el esposo o la esposa o la familia, me enseñan
con sus palabras y su ejemplo a cumplir la ley de Dios, me invitan a
conocer a Jesucristo, si me dan libertad, incluso me animan a dar
toda mi vida como misionero o misionera, o a intentar saciar la sed
de Dios en un monasterio…; si mis padres o mi familia me dicen con
sus palabras y con su ejemplo, que merece la pena arriesgar el puesto
de trabajo o el negocio por atender la voz de la conciencia,
entonces, no tengo que posponer a mis padres, ni a mi familia, sino
estar con ellos, porque son la voz de Jesús que me está diciendo:
“Sígueme”, y ponme a mí por encima de todo y frente a todo lo
que te impida seguirme.
Porque
como hemos dicho, la primera palabra de este evangelio de hoy no es
posponer al padre o la familia o a los bienes; la primera palabra es
“Si alguno se
viene conmigo”.
Se trata de un impulso positivo, de un amor, de una pasión por
Jesucristo, que nos ha convencido y nos seduce.
Vosotras
hermanas benedictinas habéis renunciado al matrimonio, habéis
dejado casa, padres y hermanos; sin embargo, estas renuncias no
explican vuestra vida. Vuestra vida se explica desde el amor de
Cristo y el amor a Cristo. Sabéis que os ama, os sentís amadas por
él, y tratáis de corresponderle. San Benito os dice en su Regla:
“”¿Qué cosa más dulce para nosotros, hermanos carísimos, que
esta voz del Señor que nos invita. Ved cómo en su piedad nos
muestra el Señor el camino de la vida”. Esto explica todo.
Teresa
de Calcuta, a la que ya podemos decir Santa Teresa, también renunció
a sus padres y a su familia. Ella, antes que la sed de Dios, sintió
aquella palabra de Cristo en la cruz: “Tengo
sed”. Sintió que
Cristo tenía tanta sed y moría de sed por tantos seres humanos
sedientos y hambrientos que morían en la calles de Calcuta. Y dejo
todo, padres, hermanos, hermanas, dinero, seguridad y salud, todo por
los pobres, hambrientos y sedientos de arrumbados en las calles de
Calcuta. Lo suyo no fue una renuncia, sino la obediencia a una voz y
a un amor: La voz de Cristo, el amor a los pobres. Hoy es canonizada
como santa.
No todos
tenemos que ser hermanas de Teresa de Calcuta, o contemplativas en
un convento de clausura. Pero todos tenemos que amar a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos; y no anteponer
nada al amor de Cristo.