Textos:
-Am 6,
1a. 4-7
-Tim 6,
11-16
-Lc 16,
19-31
“Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba
espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba
echado en su portal…”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
De nuevo la
liturgia de este domingo, como la del anterior, nos plantea el tema
del dinero y de las riquezas; hoy, más precisamente, nos habla de
pobres y ricos. El tema nos interesa muchísimo a todos, porque no
podemos vivir sin bienes materiales.
La cuestión
que podemos plantearnos es la siguiente: En este tema del dinero y de
las riquezas materiales, ¿pienso y actúo conforme a los criterios
del mundo o conforme a los criterios de Dios?
La cuestión
es delicada, observad un detalle que aparece en el evangelio de hoy:
El rico no es condenado por el hecho de ser rico, ni se dice que
hubiera maltratado al pobre. La clave de todo es que el rico cae en
la cuenta de la existencia de Lázaro, cuando ya está en la otra
vida y condenado. Antes, no. Esta es la lección y la advertencia: A
este rico la riqueza le ha producido ceguera, hasta el punto que no
se percató en vida del pobre Lázaro, que mendigaba a la puerta de
su casa, llagado y disputando con los perros las sobras que caían de
su mesa.
Las malas
tendencias del corazón humano pueden dar lugar a que el dinero y las
riquezas nos dejen ciegos para ver la necesidad del prójimo.
Ricos, según
el evangelio, son aquellos que ponen su confianza en el dinero y en
los bienes materiales y se olvidan al prójimo pobre y necesitado.
Pobres son los que confían en Dios, y carecen de bienes necesarios
para vivir humanamente.
La
gente del mundo, que no tiene en cuenta a Dios, admira y tiene
envidia de los ricos, y alardea de ser amigo de ellos. Dios, sin
embargo, piensa todo lo contrario, tiene predilección por los
pobres, siente misericordia de los que sufren y están necesitados; y
a los ricos que adoran al dios dinero y se olvidan de los pobres, les
dirige palabras, como las que hemos escuchado al profeta Oseas: “Ay
de los que os acostáis en lechos de marfil, arrellanados en divanes…
Pues encabezarán la cuerda de los cautivos y acabarán la orgía de
los disolutos”. Y
Jesús en el evangelio: “¡Ay
de vosotros los que estáis saciados porque tendréis hambre! ¡Ay de
vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
Dios, Padre
de misericordia, y Jesús llaman a los ricos a conversión, ahora
mientras están en este mundo. Advierte y reprocha su comportamiento
con el fin de evitar que caigan por toda la eternidad en la pena más
grande que puede sufrir el corazón humano: no poder gozar de la
dicha de Dios en el cielo.
¿Cómo
adquirir esta filosofía sobre el dinero y las riquezas, estos
criterios, esta manera de pensar y actuar? ¿Tendremos que ver
milagros, o que vengan los muertos a decirnos lo que pasa en la otra
vida? Jesús responde contundente y claro: “Ya
tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Es
decir, “Ya tenéis la palabra de Dios, mi palabra. Escuchadla y
ponedla en práctica”.