Textos:
-Ex 17,
8-13
-2Tim 3,
14-4, 2
-Lc 18,
1-8
“Para
explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin
desanimarse…”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La primitiva
comunidad cristiana esperaba que el Señor que había resucitado y
ascendido a los cielos, vendría pronto, a lo sumo en unos pocos
años; y deseaba ardientemente que viniera, porque la segunda venida
del Señor significaba dejar establecido el Reinado de Dios, la
perfección de todo lo creado, la justicia y la paz, el cielo nuevo y
la tierra nueva. Pero, los acontecimientos sucedía de manera muy
distinta y desconcertante: el Señor tardaba, y lejos de llegar la
paz, la persecución y las contradicciones iban en aumento. Y
surgían las dudas y el cansancio. Invocaban a Dios y parecía que no
les escuchaba.
No sé, si
nosotros, los que hemos acogido la invitación de Dios a acudir a
esta eucaristía del domingo, deseamos la segunda venida del Señor.
Quizás pensamos poco en ello; y, si pensamos, lo asociamos al fin
del mundo, y esto nos da miedo.
Pero esta
manera de pensar no es muy exacta: Porque todos deseamos un mundo
mejor; que los países pobres tengan oportunidades para desarrollarse
y no dar lugar a una emigración masiva y desgarradora; que los hijos
y nietos acojan con gozo la fe que queremos transmitirles y vivan
convencidos de que Dios es absolutamente necesario para el respeto
de la dignidad de las personas y la convivencia pacífica entre las
naciones…En definitiva, pensamos que si todo el mundo observase los
mandamientos de la ley de Dios y practicase el evangelio de Jesús,
este mundo funcionaría muchos mejor. Pues bien estos pensamientos
y estos sueños son en el fondo semillas del reinado de Dios que ya
está llegando, y deseos de que el Señor resucitado aparezca de
nuevo como Señor y Juez y establezca definitivamente el Reino de
Dios, Reino de paz y de justicia, Reino de amor y de gracia.
Pero
este sueño, que acariciamos todos, esta esperanza que nos despierta
la Palabra de Dios y la persona de Jesús. Incluso tenemos la
impresión a veces de que cada vez están más lejos; que la
injusticia, los crímenes, las violaciones de derechos y explotación
de los débiles y de los pobres, aumentan… Y nos cansamos de pedir e
invocar a Dios, nos desalentamos y hasta nos asaltan las dudas de
fe...
Por eso, hoy
Jesús, nuestro Señor, vivo y resucitado, como la primera vez a los
primeros discípulos, nos explica cómo tenemos que orar siempre y
sin desanimarnos.
Y nos da dos
motivos, para que seamos constantes y oremos con convencimiento: El
primer motivo es que Dios cuida de nosotros y de todo el mundo. Dios
está con nosotros y no es un Juez inicuo y desaprensivo, es un Dios
justo, imparcial y providente; cuida de los pajarillos, mucho más
cuida de nosotros, a quienes nos ama.
El segundo
motivo es que Jesucristo, ciertamente va a volver; el Reinado de
Dios, que ya se está gestando en medio de esta historia tan
conflictiva, este Reinado de Dios llegará con Jesús, que aparecerá,
Señor y Juez de la historia, triunfante sobre la muerte, sobre el
pecado y todas las fuerzas del mal. Dios es fiel, el Señor vendrá y
nos salvara.
Tenemos
que ser firmes en la oración, sí, y también en la fe. Por eso, es
punzante y muy significativo el final de este evangelio de hoy: Pero,
cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en esta tierra?