domingo, 16 de octubre de 2016

DOMINGO XXIX, T.O. (C)



Textos:

       -Ex 17, 8-13
       -2Tim 3, 14-4, 2
       -Lc 18, 1-8

Para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La primitiva comunidad cristiana esperaba que el Señor que había resucitado y ascendido a los cielos, vendría pronto, a lo sumo en unos pocos años; y deseaba ardientemente que viniera, porque la segunda venida del Señor significaba dejar establecido el Reinado de Dios, la perfección de todo lo creado, la justicia y la paz, el cielo nuevo y la tierra nueva. Pero, los acontecimientos sucedía de manera muy distinta y desconcertante: el Señor tardaba, y lejos de llegar la paz, la persecución y las contradicciones iban en aumento. Y surgían las dudas y el cansancio. Invocaban a Dios y parecía que no les escuchaba.

No sé, si nosotros, los que hemos acogido la invitación de Dios a acudir a esta eucaristía del domingo, deseamos la segunda venida del Señor. Quizás pensamos poco en ello; y, si pensamos, lo asociamos al fin del mundo, y esto nos da miedo.

Pero esta manera de pensar no es muy exacta: Porque todos deseamos un mundo mejor; que los países pobres tengan oportunidades para desarrollarse y no dar lugar a una emigración masiva y desgarradora; que los hijos y nietos acojan con gozo la fe que queremos transmitirles y vivan convencidos de que Dios es absolutamente necesario para el respeto de la dignidad de las personas y la convivencia pacífica entre las naciones…En definitiva, pensamos que si todo el mundo observase los mandamientos de la ley de Dios y practicase el evangelio de Jesús, este mundo funcionaría muchos mejor. Pues bien estos pensamientos y estos sueños son en el fondo semillas del reinado de Dios que ya está llegando, y deseos de que el Señor resucitado aparezca de nuevo como Señor y Juez y establezca definitivamente el Reino de Dios, Reino de paz y de justicia, Reino de amor y de gracia.

Pero este sueño, que acariciamos todos, esta esperanza que nos despierta la Palabra de Dios y la persona de Jesús. Incluso tenemos la impresión a veces de que cada vez están más lejos; que la injusticia, los crímenes, las violaciones de derechos y explotación de los débiles y de los pobres, aumentan… Y nos cansamos de pedir e invocar a Dios, nos desalentamos y hasta nos asaltan las dudas de fe...

Por eso, hoy Jesús, nuestro Señor, vivo y resucitado, como la primera vez a los primeros discípulos, nos explica cómo tenemos que orar siempre y sin desanimarnos.

Y nos da dos motivos, para que seamos constantes y oremos con convencimiento: El primer motivo es que Dios cuida de nosotros y de todo el mundo. Dios está con nosotros y no es un Juez inicuo y desaprensivo, es un Dios justo, imparcial y providente; cuida de los pajarillos, mucho más cuida de nosotros, a quienes nos ama.

El segundo motivo es que Jesucristo, ciertamente va a volver; el Reinado de Dios, que ya se está gestando en medio de esta historia tan conflictiva, este Reinado de Dios llegará con Jesús, que aparecerá, Señor y Juez de la historia, triunfante sobre la muerte, sobre el pecado y todas las fuerzas del mal. Dios es fiel, el Señor vendrá y nos salvara.


Tenemos que ser firmes en la oración, sí, y también en la fe. Por eso, es punzante y muy significativo el final de este evangelio de hoy: Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en esta tierra?