Textos:
-Hab 1,
2-3; 2, 2-4
-Tim 1,
6-8. 13-14
-Lc 17,
5-10
“Auméntanos
la fe”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“Señor,
auméntanos la fe”
Muchos
de nosotros, por no decir todos, en algún momento de nuestra vida y
en diversas circunstancias hemos alzado nuestra voz y hemos invocado
al Señor con este mismo grito de los discípulos contemporáneos de
Jesús: “Auméntanos
la fe”.
Cuando no
sentimos a Dios en la oración, cuando pedimos al Señor que cure a
la persona que amamos, cuando nos parece que Dios se calla ante el
dolor y la desgracia de tanta gente indefensa, cuando vemos que
nuestro hijos y nuestro nietos rechazan la fe que nosotros queremos
transmitir, cuando vemos que cada vez somos menos los que continuamos
con prácticas religiosas, y son más los que las abandona o
prescinden de ellas…
En estas y
otras diferentes circunstancias querríamos tener fe como para mover
montañas y dar lugar a que Dios haga el milagro, pero sentimos que
nos falta… entonces nos sale del alma “¡Señor, auméntanos la
fe!”.
Cuando los
discípulos hacen esta oración no piden cualquier fe, piden la fe
en Dios Padre de Jesucristo, piden fe en el mismo Jesús que está
con ellos; piden la fe fuerte que alcanza lo que parece imposible, la
fe que Jesús dice que mueve montañas.
La fe en Dios
es un don de Dios, pero esta fe es también decisión de nuestra
libertad. Por eso, lo primero que tenemos que hacer es pedir, pedir
la gracia de creer. Pero, también, tenemos la responsabilidad de
cuidar la fe, de acrecentarla y de ponerla en práctica.
Es muy
importante que individualmente, cada uno, tengamos una fe personal
firme, convencida y bien interiorizada. Pero nuestras convicciones
personales necesitan también del apoyo del ambiente, del grupo, de
personas que piensan, siente y viven como nosotros.
Hoy en día,
podemos hablar, por decirlo de alguna manera, de un “macro-clima”
poco favorable a la fe, incluso, hostil. Muchos quedan afectados por
este clima desapacible. “Antes, la mayoría era creyente y
practicante y yo también creía y practicaba, ahora la mayoría no
es ni creyente ni practicante, y yo, tampoco y lo dejo.
Es lo
necesario vivir una fe personal y convencida, pero además es
necesario también contar con un ambiente donde podamos respirar y
oxigenarnos en la fe que tenemos. Si ha desaparecido el “macro-clima”
favorable a la fe cristiana y católica, tenemos que procurar por
todos los medios de cultivar un “micro-clima” donde podamos
respirar y oxigenarnos en cristiano, para, después, salir a la calle
y dar testimonio vigoroso y alegre de nuestra fe.
¿Cuál puede
ser este microclima? En primer lugar, la familia, es el básico; ahí
se desarrolla el sentido religioso de la vida y se aprende a hablar a
Dios. Después indudablemente, la parroquia, la comunidad eclesial
con todo lo que en ella se ofrece. En la parroquia encontramos la
palabra de Dios, la eucaristía, el sacramento del perdón y todos
los sacramentos; personas que sienten y piensan como nosotros…