Textos:
-2Re
5,14-17
-2Tim
2,8-13
-Lc
17,11-19
“Yendo
Jesús, camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea…”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Queremos ser
de Jesús, pero, además, queremos ser como Jesús. ¿Cómo es Jesús?
¿Qué hace Jesús? ¿Cómo se manifiesta Jesús?
En el
evangelio de hoy encontramos a Jesús en la periferia, en la
frontera; entre Galilea y Samaría. Los israelitas de Judea y Galilea
consideraban a los samaritanos como gente mal vista, eran como
paganos. Jesús está ahí, en la periferia de los creyentes y en
contacto con los paganos.
Otro dato a
tener en cuenta: Jesús entabla conversación con diez leprosos. Los
leprosos tenían obligación de estar lejos de las personas sanas. A
su vez las personas sanas tenían prohibido acercarse a los leprosos.
Eran leyes sanitarias para evitar el contagio. Jesús no tiene reparo
en establecer conversación con estos diez leprosos; traspasa los
límites, va más allá de lo puramente legal, habla con ellos y los
cura.
Y hay más,
todavía: entre los diez leprosos hay nueve, que forman parte del
pueblo de Dios, y hay uno que no, que es samaritano y está
considerado como pagano. Jesús, de nuevo, traspasando límites y
en la frontera, cura a los diez, a los israelitas y a los paganos.
Más allá de
la religión y de la raza, para él son personas, están enfermos,
son necesitados, y los cura. Así es
Jesucristo.
Él cura a
los que están físicamente enfermos, para que todos quedemos curados
de prejuicios, de diferencias y de límites que nos ponemos los
humanos, pero que no humanizan, y que no son conformes a la voluntad
de Dios.
Jesucristo en
este milagro nos muestra su corazón compasivo y perspectiva
universalista. Para él lo que importa, sobre todo, es la persona;
somos criaturas de Dios, somos hijos de Dios. Todos merecemos
respeto, cuidado y salvación.
El Reinado de
Dios, que él ha venido a implantar, es para todos. Él va a las
periferias, se sitúa en la frontera, para traspasar las fronteras y
mostrarnos un amor universal.
Jesucristo,
en este evangelio, nos revela el rasgo más característico de Dios.
Dios es misericordioso, Dios es misericordia. La primera
manifestación de Dios en su relación con el mundo y con los hombres
es el amor; y cuando los hombres nos revelamos contra él y pecamos,
él se deja llevar del corazón y nos trata con misericordia, para
llamarnos a conversión.
Nosotros nos
confesamos cristianos, queremos ser de Jesús y ser como Jesús. Por
eso, nosotros tenemos que superar prejuicios, ir a las periferias, a
los que no frecuentan la iglesia y las prácticas religiosas, a los
que tienen ideas sobre la moral contrarias a las nuestras, a los que
practican otra religión, a los que nos miran mal y con reservas.
Como
cristianos hemos de pedir la gracia y el carisma y el valor de estar
ahí, cerca de ellos. Para dar testimonio de Jesús, de sus gestos y
de sus enseñanzas y mostrarles el verdadero rostro de Dios. “Sed
misericordiosos,
nos dice Jesús,
como vuestro Padre celestial es misericordioso”.
También
vosotras, queridas hermanas benedictinas, sois invitadas a estar en
la periferia, a superar los límites y prejuicios que separan y
deshumanizan. Vosotras habéis sido llamadas con vocación especial
a buscar sobre todo el rostro de Dios y contemplar al Dios Padre de
la misericordia. Vosotras, por eso mismo, habéis de mostrar la
misericordia de Dios en vuestra comunidad, y con todos, poniendo en
práctica la consigna de san Benito: “Recibir al hermano y al
huésped como a Cristo”.