Textos:
-Sab 11,
22-12, 2
-Tes 1,
11-2, 2
-Lc 19,
1-10
“Mira,
la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy podremos
ver con más claridad una de las varias enseñanzas de este
evangelio, si encuadramos el relato en el marco de la pregunta sobre
la salvación: ¿Quiénes se salvan? ¿Se pueden salvar los ricos?
¿El dinero es malo?
Digamos, para
empezar, que el dinero, según la mente y las enseñanzas de Jesús,
no es malo, aunque sí es peligroso, debido a las tendencias de
nuestro frágil corazón.
El
dinero es un instrumento inventado por el hombre. Pero, en el fondo,
fondo, podemos decir también, el dinero ha sido creado por Dios y es
querido por Dios. Recordemos una frase de la preciosa primera
lectura que hemos escuchado: “(Dios, tú) amas
a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras
odiado alguna cosa, no la habrías creado”.
El dinero es
una cosa; no es un dios, sino una criatura de Dios, inventada por el
hombre, para facilitar el intercambio de bienes, y las relaciones
humanas. Es un instrumento en las manos de los hombres y, como tal,
hay que saberlo usar.
Venimos, así,
a la otra pregunta: ¿Se pueden salvar los ricos? Y aquí viene el
relato de Zaqueo en el evangelio:
Jesús, en
otros pasajes llega a decir que no se puede servir a dos señores,
que no se puede servir a Dios y al dinero (Mt 16, 13). También,
después de la respuesta al joven rico llega a decir: “Qué difícil
le será entrar en el Reino de Dios a los que tienen riquezas” (MC
10, 23). Pasamos por
alto fácilmente estas palabras de Jesús, pero merecen ser tenidas
muy en cuenta. El dinero y las riquezas, en general, son buenas, pero
son peligrosas. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Miremos
a Zaqueo, cuyo nombre, en hebreo, significa “limpio”. Zaqueo se
pone de pie en la mesa, es que quiere decir algo importante: “Mira,
la mitad de mis bienes, Señor, doy a los pobres; y si de alguno me
he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.
Zaqueo
está arrepentido, se convierte. Jesús le ha buscado y Zaqueo se ha
encontrado con Jesús. Se convierte de verdad. El dinero que da y
devuelve es signo y medida de la verdad de su conversión. Da y
devuelve mucho más de lo que le exige la Ley del Levítico. Pero
fijémonos bien: No es sólo que Zaqueo sea generoso en dar y
devolver el dinero. La verdad y radicalidad de su conversión
consiste en que el dinero para él deja de ser su dios y señor. A
partir de este momento, su Dios y Señor es Jesucristo. Él se
despega, ya no ama ni adora al dinero por encima de todo. A partir de
ahora ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí
mismo. Ya no es esclavo del dinero; Jesús es su Señor, su único
Señor. Cristo libera la libertad. A partir de ahora, Zaqueo sigue a
Jesús, y el dinero, para él, pasa a ser lo que debe ser, un
instrumento al servicio de la justicia y de la caridad, para
satisfacer la necesidades verdaderas, suyas y de sus prójimos,
especialmente, para compartir con los prójimos más desfavorecidos.
Hoy,
hermanos, se pronuncia esta palabra sobre nosotros. Hoy, además,
Jesús se presenta como anfitrión para nosotros y nos invita a
participar de su banquete, la eucaristía. ¡Ojalá nos convirtamos
de verdad!