Textos:
-Mac 7,
1-2. 9-14
-Tes 2,
16-3.5
-Lc 20,
27-38
“No
es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están
vivos”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Nos
conviene tomar nota de la gesta creyente de los Hermanos Macabeos:
dan la vida valientemente y sin titubeos antes que renegar de su fe
adorando a los ídolos falsos. Y tomemos nota también del motivo que
les sostiene y les anima en la fidelidad a Dios: “Vale
la pena morir en manos de los hombres, cuando se espera que Dios nos
resucitará”.
Y tomemos
nota también de un hecho de nuestros días: el hecho de muchos
cristianos que están siendo martirizados por ser cristianos, por
fidelidad a su fe. Y el motivo que los sostiene y le da fuerzas para
no renegar de su fe, es el mismo, la fe en aquél artículo del credo
que ellos, como nosotros, confesamos en cada eucaristía dominical:
Creo en Jesucristo que resucitó de entre los muertos…, creo en la
resurrección de la carne y en la vida eterna.
El tema de
la resurrección y de la vida más allá de la muerte es una cuestión
inevitable, aunque algunos prefieren pasar del tema y no pensar.
El concilio
Vaticano II, en uno de sus documentos, dice expresamente: “Son cada
vez más… los que plantean o advierten con una agudeza nueva las
cuestiones fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido
del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos,
continúan subsistiendo?... ¿Qué seguirá después de esta vida
terrena?” (GS 10)
Hermanos:
Si somos mínimamente serios, y nos planteamos con sinceridad y sin
miedo estas preguntas, quizás recibiremos con alivio y hasta con
emoción, las palabras que hoy nos ha dicho Jesús: “(Dios), no
es Dios de muertos sino de vivos; porque para él todos están vivos”.
Dios es amor,
vida y misericordia. Nos creó porque nos amó, y porque nos amó y
tuvo misericordia de nosotros nos dio a su propio Hijo. Jesucristo
murió por nosotros y resucitó, para que nosotros podamos participar
de su vida, vida de resucitado, que es vida eterna.
“¿Cuál
es el sentido del dolor, del mal y de la muerte? ¿Qué seguirá
después de esta vida terrena?”. –“Creo en la resurrección de
los muertos, creo en la vida eterna”, esa es nuestra respuesta. En
Dios, Padre de amor y de misericordia, en la vida de Cristo
resucitado, que ha vencido a la muerte, nosotros apoyamos nuestra
esperanza. San Pablo escribe a los cristianos de Roma y les dice: “Si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él; pues
creemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Ro 6, 8-9).
Y la fe y la
esperanza en la vida eterna dan sentido, ánimo y fuerza a nuestra
vida presente: Merece la pena luchar por la justicia y por un mundo
mejor, merece la pena apoyar a los pobres y luchar contra la
pobreza; tiene sentido el dolor por amor y también el dolor no
buscado, pero ofrecido con Cristo; merece la pena vivir, merece la
pena amar y creer en el amor. Porque, después de la muerte,
resucitaremos. Y la vida de aquí, así vivida, es semilla de vida
eterna.
Con san
Pablo termino: “Que
Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado
tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza,
os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras
y obras buenas”.