Textos:
-Ap 7,
2-4. 9-14
-Jn 3,
1-3
-Mt 5,
1-12ª
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy es
fiesta, fiesta de alegría, de triunfo, de acción de gracias a Dios
y de confirmación en la fe. Hoy celebramos la fiesta de todos los
Santos. Los mártires de ayer, muchos, y los mártires de hoy,
dolorosamente muchísimos más, los santos de nuestra diócesis, los
de la Orden Benedictina, los que se enumeran en el santoral de la
Iglesia universal y los santos y santas innumerables que no han sido
canonizados, pero que han dado muchísima gloria a Dios y han pasado
su vida haciendo el bien con sencillez y sin meter ruido. “Después
de esto, hemos
escuchado en el Apocalipsis, apareció
en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de
toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del
cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.
Ahí hemos de
contar familiares nuestros muy queridos, amigos, educadores, personas
que han marcado nuestra vida, que nos han enseñado tanto y tan
bueno, y de los que nos sentimos orgullos.
La fiesta de
Todos los Santos muestra al mundo la gloria y el triunfo de Dios:
Dios Padre, por medio de Jesucristo, introdujo en este mundo su
Reinado. Dios Padre es amado y tenido en cuenta, Jesucristo atrae,
convence y gana las voluntades de muchos, el Espíritu Santo suscita
e impulsa los mejores deseos del corazón humano. La fiesta de todos
los Santos es gloria de Dios.
La
fiesta de todos los Santos es también gloria de la Iglesia, la
comunidad de seguidores de Jesús, guiados por el papa y los obispos,
que celebramos la eucaristía, escuchamos la palabra de Dios, nos
beneficiamos del sacramento del perdón y de la misericordia, que
nos afanamos por acoger la fe de nuestros mayores y transmitirla...
la Iglesia, nuestra amada Iglesia, santa y pecadora, hoy nos
sentimos felices. Hoy la Iglesia aparece como huerto fecundo que
rinde los frutos más saludables, como escuela que educa a las
personas más ejemplares, más valiosas; personas que promueven en el
curso de la historia las virtudes y las obras más beneficiosas para
el bien y el bienestar de la sociedad… La Iglesia hace santos. Por
eso, la fiesta de Todos los Santos es gloria de la Iglesia.
Hoy
queridos todos, nosotros somos llamados a la santidad:
“Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los
cielos....; bienaventurados los misericordiosos…, bienaventurados
los limpios de corazón; bienaventurados vosotros cuando os insulten
y os persigan. Estad alegres y contentos, vuestra recompensa será
grande en el cielo”.
Somos un
pueblo de santos y mártires; en el bautismo, por la gracia del
espíritu Santo hemos sido hechos hijos de Dios. Estamos llamados a
ser santos para vivir y propagar el mejor programa de vida que se
puede ofrecer a los individuos y la sociedad.
No ha de
asustarnos la palabra. El santo, la santa, es la persona mejor
lograda. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos. Amar es nuestra vocación.
Ser de Jesús,
ser como Jesús, es la mejor fórmula para alcanzar nuestra plenitud
como personas. Con Cristo ponemos en marcha los mejores, más nobles
y saludables deseos del corazón; de Cristo nos viene la fuerza para
dominar y transformar los impulsos nocivos de nuestro interior que
nos hacen daño a nosotros y a nuestros prójimos. Con Cristo podemos
ser santos y alcanzar la verdadera felicidad para nosotros y para los
demás.
“Por
Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre Todopoderosos, en la
unidad del Espíritu santo, todo honor y toda gloria”.
Vengamos a la
eucaristía.