-Textos:
-Is 11,
1-10
-Sal 71
-Ro 15,
4-9
-Mt 3,
1-12
“Convertíos,
porque está cerca el Reino de los cielos… Preparad el camino del
Señor”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Tiempo de
adviento, tiempo de gracia de Dios, que no podemos dejar pasar de
largo. La gracia de Dios quiere fecundar la tierra y derramarse sobre
la humanidad y sobre la Iglesia. El Espíritu Santo tiene reservada
una gracia particular para cada uno de nosotros en este tiempo que
aviva nuestra esperanza: El Señor, Jesús, que nació en Belén
viene de nuevo a nuestro encuentro. “Preparad, preparemos el camino
del Señor”.
Este es
el mensaje de Juan el Bautista, el mayor de los profetas. Su figura
austera, su mensaje apremiante, su testimonio llama la atención a
todo el mundo, no deja indiferente a nadie que le presta oídos:
“¡Camada de
víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?
Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones…”
Para
que estas palabras tan tremendas no nos provoquen un rechazo y las
olvidemos, tenemos que recurrir a las primeras palabras que le hemos
oído un poco antes “El
Reino de Dios está cerca”.
A dos tipos
de personas apuntan las amenazas del Bautista: Uno es el de aquellos
que practican un culto falso, vacío y arrogante; satisfechos de sus
obras, pero incapaces de dar el corazón a Dios y de atender al
prójimo por encima de sus intereses. El otro grupo
es el de aquellos que tiene una vida confortable y acomodada, viven
bien, no piensan en la muerte, no creen o no piensan tampoco en el
más allá, viven como si Dios no existiera: “comamos y bebamos que
mañana moriremos”.
Estos dos
tipos de gentes existían en tiempos de Juan el Bautista y de Jesús,
y existen también ahora. Nosotros, ¿no tenemos algunos de los
defectos y actitudes que se reflejan en estos tipos de gente?
Hermanos
y queridas hermanas: Tiempo de adviento, tiempo de gracia… Creamos
firmemente: El Señor que vino en la primera Navidad, el Señor que
vendrá al final de los tiempos, viene ahora, en nuestro presente;
sale a nuestro encuentro para ofrecernos el Reino de Dios, es decir:
un proyecto, un modo de vida alternativo al de la sociedad
consumista, una vida nueva: creer en Dios, esperar la vida eterna y,
-muy importante-, amar, amar a Dios sobre todas las cosas, y al
prójimo como a nosotros mismos. Nada de culto vacío y rutinario;
nada de lujos, gastos de compras inútiles, vida cómoda, que se
olvida del sufrimiento ajeno. “Que
Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de
acuerdo entre vosotros… Acogeos mutuamente como Cristo os acogió
para gloria de Dios”,
nos dice san Pablo.
Adviento,
tiempo de gracia, preparar el camino al Señor que viene a nuestro
encuentro: “Demos
el fruto que pide la conversión”. Escuchar
la palabra de Dios, reconciliarnos con Dios en el sacramento de la
penitencia, gestos de misericordia y de generosidad con los
necesitados, con los enfermos, con los que sufren… Y sobre todo, la
eucaristía, presencia privilegiada de Cristo entre nosotros, mesa
compartida entre los hermanos, preludio y anticipo del Reino de Dios
que tenemos que anunciar a la gente…
Estos son los
mejores modos de vivir el Adviento y de preparar los caminos del
Señor, en tanto se acerca la Navidad.