domingo, 11 de diciembre de 2016

DOMINGO III DE ADVIENTO (A)


-Textos

       -Is 35, 1-6ª. 10
       -Sal 145
       -Sant 5, 7-10
       -Mt 11, 2-11

Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios… Decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis”. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite….”

¡Que tonos tan alentadores tiene la liturgia de este domingo tercero de Adviento! La gracia propia que Dios derrama en el Adviento levanta el ánimo y produce una alegría que nace de la esperanza; y una esperanza que brota de una buena noticia: Nuestras hermanas han cantado en gregoriano: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca”.

El Señor está cerca”. Este es el motivo que provoca alegría y regocijo: “El Señor está cerca”.

Pero nos vienen ganas de preguntar como Juan el Bautista en el evangelio: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? “Señor, ¿eres tú el que ha de venir a esta sociedad del siglo veintiuno, tan descuidada de ti, tan confiada en sus propias fuerzas, en la ciencia y en la técnica… Y a la vez tan desconcertada, por los sufrimientos, las contradicciones, los miedos y los interrogantes? No tendrá que venir otro mesías con espada en la mano matando a corruptos y explotadores y ensalzando a los explotados y abandonados? ¿O con una varita mágica haciendo efectos especiales que subyuguen a muchos y deslumbren a todos? ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? ¿Qué señales nos das para saber que sí, que eres tú el Mesías?

Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el evangelio”.

Sí, hermanos, este es el certificado de autenticidad de Jesús. En Jesús se cumplen perfectamente las señales que el profeta Isaías había dado. Juan el Bautista, el más grande de los profetas, queda totalmente convencido. Jesús es el Mesías, el Esperado de las naciones. Él vendrá y nos salvará. Confirmemos nuestra fe; creamos, Jesús es el Mesías.
¿Nosotros, los que creemos en él, qué tenemos que hacer?

Preparar los caminos al Señor. ¿Cómo? Haciendo lo que él hizo mientras estuvo con nosotros la primera vez.

Muchos ya han puesto la mano en el arado. Muchos siguen sus huellas y colaboran con Él para que el Reino de Dios vaya creciendo:

Cáritas acoge a desempleados, a los sin-techo y ambulantes; religiosos y religiosas curan enfermos, abren dispensarios, crean asociaciones para proteger a deficientes, a ancianos y niños desamparados; muchos voluntarios atiende a los náufragos de las pateras, amparan corredores de paso para los que huyen de la guerra; hombres y mujeres de buena voluntad trabajan dentro de los órganos políticos y económicos para que las necesidades básicas y la cultura lleguen a los países más pobres.

Es cierto también que persiste el mal, el pecado y las desgracias. No cesan las guerras, aumentan las diferencias económicas, unos pocos vivimos saturados de bienes económicos y racaneando a la hora de compartir los bienes con otros necesitados; se atenta a la vida de los no nacidos, muchos ancianos sufren de soledad y desvalimiento…

No perdamos la esperanza. La Carta del apóstol Santiago nos dice que tengamos paciencia. Paciencia es permanecer firmes en la tarea, aunque las dificultades sean muchas y fuertes. El Señor que ya vino e inauguró el Reino, vendrá triunfante y resucitado; hará buenos todos nuestros esfuerzos por un mundo mejor, e implantará un cielo nuevo y una tierra nueva.


Hoy es un día de alegría; nada de pesimismos. “Sed fuertes, no temáis. Mirad al Señor que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y nos salvará”.