-Textos:
-Is 7,
10-14
-Sal 23
-Ro 1,
1-7
-Mt 1,
18-24
“Dará
a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús”.
Cuántas
cosas tenemos en la cabeza para hacer en estos días previos a la
Navidad. Pero lo más provechoso, lo que mejor nos va a centrar y
serenar el ánimo es escuchar la palabra de Dios.
El
evangelio de hoy nos invita a poner los ojos y el corazón en la
Virgen María: encinta, callada, humilde, amorosa. Nadie puede vivir
el acontecimiento del nacimiento inminente de su hijo Jesús como
ella. No tenemos noticia escrita de cómo vivió ella estos días
inmediatos. Pero sí podemos imaginarlo con toda probabilidad. La
Virgen María a siete días de dar a luz, mira hacia dentro de sí y
no se ensimisma, todo lo contrario, encuentra a su Hijo, al Hijo de
Dios; entra en su interior y se encuentra con Dios.
Para
vosotras, hermanas benedictinas, este momento y esta experiencia de
la Virgen María, es el paradigma de la mejor oración, de la
experiencia contemplativa más perfecta, y también la más soñada y
deseada por vosotras, vocacionadas con vocación especial para la
contemplación.
Pero
este momento de la vida de la Virgen María, y esta experiencia que
vislumbramos de ella, es también, de una manera u otra, una
experiencia que corresponde a todos los cristianos, que hemos
recibido el Espíritu Santo en el bautismo: Hacer oración, entrar
dentro de uno mismo, y encontrar, en lo más íntimo, a Dios.
La
contemplación de María, en esta escena evangélica, nos ha llevado
a Jesús: El evangelio de hoy, en el fondo es una revelación de
Jesús. ¿Quién es el hijo que María lleva en su seno? ¿Quién es
el niño que va a nacer? ¿Quién es Jesús?
Para
encontrar respuesta a estas preguntas, tenemos que contar ahora con
san José. Acercarnos a él y escuchar lo que el ángel le dice a
José sobre el niño que va a nacer.
El
ángel, lo sabemos, es la voz misma de Dios, y dice: “No
tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo”.
Jesús viene del Espíritu Santo, viene de Dios; es criatura humana,
sí, nace de una mujer, María, pero viene de Dios y es obra de Dios;
es, digámoslo claramente, el Hijo de Dios.
Pero
sigamos escuchando lo que oye san José: “Dará
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque salvará al
pueblo de sus pecados”.
Jesús es Hijo de Dios y Salvador del mundo. El nombre señala la
naturaleza de la persona y su misión: Jesús, queridos hermanos, el
que va a nacer, es el Salvador, que viene a salvar al pueblo, es
decir, a toda la humanidad.
No
estará mal que ante esta revelación del evangelio nos hagamos
alguna pregunta: Jesús, ¿me salva a mí de algo? ¿De qué? ¿Qué
me aporta a mí, en mi vida, la fe en Jesús?
Ante mis
hijos y mi familia, en mi trabajo profesional, ante el dinero y la
situación política, ante los pobres, los refugiados, los
emigrantes…, Jesús, Hijo de Dios y de la Virgen, Salvador del
mundo, ¿influye en mi manera de pensar, de opinar y de comportarme?
Sin
duda, estos días tenemos muchas cosas que hacer para estas fiestas,
pero Jesús, José y María, en el umbral de la Navidad nos dicen
dónde está lo más importante, lo que de ninguna manera podemos
dejar de hacer: Creer y rezar, creer y esperar lo más importante:
Dios, hecho hombre, nace entre los hombres.
Hagamos un
acto de fe.