-Textos:
-Is 52,
7-10
-Sal 97
-Heb 1,
1-6
-Jn 1,
1-18
“Y el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”
¡Feliz
Navidad! Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¡Que fiesta
tan agradable y dichosa esta de la Navidad! ¡Cuántos aspectos
ofrece para ser celebrados!
Brotan
en nosotros sentimientos de benevolencia hacía los demás,
especialmente hacia los pequeños, los débiles, los pobres, los
ancianos, los que están solos… La reunión de familia, y de
amigos…
Cierto que
ahora el interés económico intenta trasformar el espíritu genuino
de la Navidad, para derivarlo hacia una apoteosis del consumo.
Pero no, aquí
en la iglesia, junto a una comunidad contemplativa y con los hermanos
y hermanas en la fe, descubrimos el manantial del que brota la mayor
y mejor alegría, escuchamos la palabra de Dios que nos permite
templar el alma y comulgamos con el misterio mismo que celebramos.
“¡Qué
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la
paz, que nos trae la buena nueva y que pregona la victoria” Estas
palabras tan halagüeñas son auténticas, son verdaderas, resuenan
en nuestro oídos no como algo que fue en el pasado, sino como
anuncio real de lo que está ocurriendo aquí, en esta celebración.
¿Y qué está
ocurriendo? Que Dios está con nosotros; “que el Verbo de Dios se
hizo carne, y se llama Enmanuel, es decir, Dios con nosotros. Dios
está entre nosotros.
Todos
es admirable en este misterio. No sé si a nadie se le puede ocurrir:
Para liberar al hombre, se hace hombre con los hombres; para liberar
a los pobres se hace pobre con los pobres; para redimir a los
pecadores, carga con los pecados de todos; para librarnos de la
muerte, muere por nosotros, y resucita para nosotros, ofreciéndonos
la vida eterna.
Este
es el misterio inimaginable de la encarnación de Dios. Es un
misterio de amor, y de amor divino: “Tanto
amó Dios al mundo, que nos dio a su propio hijo, para que todo el
que cree en él tenga vida eterna”.
Pero el
misterio de la encarnación de Dios, el misterio de la Navidad,
repercute inevitablemente en el misterio el hombre. Como han dicho de
mil modos los Padres de la Iglesia, el Hijo de Dios se ha hecho
hombre, para que los hombres podamos ser hijos de Dios. Si Dios se ha
hecho hombre, el hombre, la humanidad está toda impregnada de Dios,
está divinizada. No sólo somos criaturas de Dios hechos a su imagen
y semejanza, somos potencialmente hijos de Dios, y podemos participar
por la fe y el bautismo en la vida misma del Hijo de Dios,
Jesucristo.
Sin
embargo, “vino a
los suyos y los suyos no lo recibieron”.
Este es, también, otro de los aspectos del misterio de Navidad.
“Vino a los suyos
y los suyos no lo recibieron”
Y ahora,
después de dos mil años, podemos añadir: Y vino a los suyos, a los
bautizados en su nombre, y los suyos, lo abandonaron. Tantos
alejados, tantos que dicen que ya no creen.
Pero el
misterio no acaba en el fracaso; nos dice también el evangelio de
hoy: “Pero a
cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre.
Nosotros
creemos, hemos venido a adorarle. Hoy, queridos hermanos todos, es
Navidad, es un día para renovar nuestra fe y dar gracias a Dios.
Después, sí, nos reuniremos en familia, comeremos y beberemos; y
compartiremos nuestros bienes con los pobres y necesitados. Todas
estas prácticas y manifestaciones manan de la fuente de la Navidad.
Porque “el Señor,
hoy, consuela a su pueblo, y rescata a todos los hombres, abre su
brazo de amor, a la vista de todos los pueblos… y verán los
confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”