domingo, 25 de diciembre de 2016

NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO (A)


-Textos:

       -Is 52, 7-10
       -Sal 97
       -Heb 1, 1-6
       -Jn 1, 1-18

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

¡Feliz Navidad! Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Que fiesta tan agradable y dichosa esta de la Navidad! ¡Cuántos aspectos ofrece para ser celebrados!

Brotan en nosotros sentimientos de benevolencia hacía los demás, especialmente hacia los pequeños, los débiles, los pobres, los ancianos, los que están solos… La reunión de familia, y de amigos

Cierto que ahora el interés económico intenta trasformar el espíritu genuino de la Navidad, para derivarlo hacia una apoteosis del consumo.

Pero no, aquí en la iglesia, junto a una comunidad contemplativa y con los hermanos y hermanas en la fe, descubrimos el manantial del que brota la mayor y mejor alegría, escuchamos la palabra de Dios que nos permite templar el alma y comulgamos con el misterio mismo que celebramos.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que nos trae la buena nueva y que pregona la victoria” Estas palabras tan halagüeñas son auténticas, son verdaderas, resuenan en nuestro oídos no como algo que fue en el pasado, sino como anuncio real de lo que está ocurriendo aquí, en esta celebración.

¿Y qué está ocurriendo? Que Dios está con nosotros; “que el Verbo de Dios se hizo carne, y se llama Enmanuel, es decir, Dios con nosotros. Dios está entre nosotros.

Todos es admirable en este misterio. No sé si a nadie se le puede ocurrir: Para liberar al hombre, se hace hombre con los hombres; para liberar a los pobres se hace pobre con los pobres; para redimir a los pecadores, carga con los pecados de todos; para librarnos de la muerte, muere por nosotros, y resucita para nosotros, ofreciéndonos la vida eterna.

Este es el misterio inimaginable de la encarnación de Dios. Es un misterio de amor, y de amor divino: “Tanto amó Dios al mundo, que nos dio a su propio hijo, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Pero el misterio de la encarnación de Dios, el misterio de la Navidad, repercute inevitablemente en el misterio el hombre. Como han dicho de mil modos los Padres de la Iglesia, el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para que los hombres podamos ser hijos de Dios. Si Dios se ha hecho hombre, el hombre, la humanidad está toda impregnada de Dios, está divinizada. No sólo somos criaturas de Dios hechos a su imagen y semejanza, somos potencialmente hijos de Dios, y podemos participar por la fe y el bautismo en la vida misma del Hijo de Dios, Jesucristo.

Sin embargo, “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Este es, también, otro de los aspectos del misterio de Navidad. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”

Y ahora, después de dos mil años, podemos añadir: Y vino a los suyos, a los bautizados en su nombre, y los suyos, lo abandonaron. Tantos alejados, tantos que dicen que ya no creen.

Pero el misterio no acaba en el fracaso; nos dice también el evangelio de hoy: “Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Nosotros creemos, hemos venido a adorarle. Hoy, queridos hermanos todos, es Navidad, es un día para renovar nuestra fe y dar gracias a Dios. Después, sí, nos reuniremos en familia, comeremos y beberemos; y compartiremos nuestros bienes con los pobres y necesitados. Todas estas prácticas y manifestaciones manan de la fuente de la Navidad. Porque “el Señor, hoy, consuela a su pueblo, y rescata a todos los hombres, abre su brazo de amor, a la vista de todos los pueblos… y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”