-Textos:
-Sof 2,
3; 3, 12-13
-Sal 145,
7-10
-1 Co 1,
26-31
-Mt 5,
1-12ª
“Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los
cielos”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Las
bienaventuranzas son uno de los textos más conocidos de la
literatura religiosa universal. Da un poco miedo tratar de
explicarlo. Porque cualquier explicación desvirtúa la fuerza
interpelante e inquietante que tiene el texto.
Os invito a
que este domingo dediquéis un rato a leer el texto despacio; bajo el
convencimiento de que es Jesucristo mismo quien me lo dicta, y
tratando de descubrir qué dice, qué sugiere el texto, y qué me
dice a mí.
San Mateo
escoge el escenario más solemne que se puede pensar: Jesucristo
como nuevo Moisés, como el nuevo y verdadero legislador, va a
leernos la Carta Magna del Reino nuevo que viene a instaurar. Esta
Carta Magna del Reino de Dios abarca los capítulos cinco seis y
siete de su evangelio. Las bienaventuranzas son la introducción y la
quintaesencia de todo lo que luego va a decirnos.
Lo primero
que podemos decir es que las bienaventuranzas reflejan las
preferencias de Dios y las preferencias de Jesús. Esta afirmación
ya nos tiene que hacer pensar. Si creemos en Dios y si somos
seguidores de Jesús, las preferencias de Dios deben ser nuestras
preferencias. Nosotros, como Jesús, debemos estar con los que
sufren, con los que lloran, con los que pasan hambre, con los que
trabajan por la justicia y la paz; debemos estar con, los insultados,
calumniados y perseguidos a causa de su fe en Dios y en Jesucristo.
Y debemos
estar con ellos al modo como está Jesucristo, devolviéndoles su
dignidad, demostrando amor, dando la vida por ellos.
Las
bienaventuranzas también nos están llamando a examinar nuestros
criterios y la escala de valores morales con los que realmente
funcionamos.
¿Dónde
pensamos que está la felicidad y dónde la buscamos? La ambición
de dinero y de poder sin medida, el triunfar a cualquier precio, el
alcanzar un bienestar a costa de olvidarme de los demás… ¿en eso
pensamos que está la felicidad?
¿O más bien,
pensamos, como piensa y enseña Jesús, que socorrer al pobre y al
necesitado, llorar con los que lloran, practicar la misericordia,
amar con un corazón limpio y sincero, mostrar con naturalidad la fe
y los criterios cristianos, me proporcionan la paz y la felicidad
que cabe sentir en este mundo, y ofrecen la garantía de la
felicidad eterna?
¿Pienso así?
¿Vivo conforme a esta escala de valores?
Queridas
hermanas y queridos hermanos: Somos un pueblo de mártires, una
familia con hermanos perseguidos. Lugares del mundo donde se queman
iglesias y se persigue a los cristianos por ser cristianos. Y somos
miembros de una humanidad donde hay muchos que mueren de hambre, hay
personas débiles, mujeres y niños, maltratados.
Nuestro Padre
Dios sufre con ellos, y ha enviado a su Hijo, su único Hijo, al
mundo para que anuncie el Reino de Dios: la necesidad de reconocer la
primacía de Dios y la dignidad de todo ser humano. Y nos propone las
bienaventuranzas.
No podemos
vivir entre dos aguas. No cabe decir que somos cristianos y luego
vivir conforme a los criterios de un mundo que ignora a Dios y adora
mil ídolos que esclavizan y prometen sin escrúpulos una felicidad
frustrante.
En la
primera lectura hemos escuchados palabras tan hermosas como estás:
“Dejaré en medio
de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del
Señor”.
Este pueblo
pobre y humilde que vive y practica las bienaventuranzas, se fragua,
sobre todo en la eucaristía. En ella comulgamos con Cristo y por
Él, con Él y en Él encontramos la fuerza para vivir en todo y con
todos, el espíritu de las bienaventuranzas.