Textos:
-Is
49,3.5-6
-Sal
39,2.4.7-10
-1Cor
1,1-3
-Jn
1,29-34
“Este es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
San
Juan el Bautista, el que prepara los caminos del Señor, nos presenta
también al Señor. Y nos lo presenta con este nombre: “Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”.
El pecado
está presente y actúa con una fuerza enorme en el mundo. Nosotros
reconocemos que el pecado existe y actúa en muchos casos a sus
anchas porque hay muchos que no quieren reconocerlo y no se defienden
de él.
En el origen
de muchos de los males y sufrimientos que afectan a esta humanidad
nuestra está el pecado. Las guerras, las migraciones, los
refugiados… tienen como una de las causa principales el pecado. O
los pecados de muchos que anteponen el afán del dinero, la ambición
de poder, el prestigio y la voluntad de dominar, por encima de los
límites de la justicia, la dignidad de la persona, y del respeto a
los mandamientos de Dios. El pecado deshumaniza. Podéis leer la
enjundiosa Carta que nos ha escrito nuestro Señor Arzobispo en “La
Verdad”, esta semana.
También
nosotros contribuimos a que el pecado reine en el mundo.
Posiblemente, en una medida no muy grande, pero real y verdadera:
Cuando contestamos en mal tono, porque nos dejamos llevar de la
impaciencia; cuando podemos hacer un favor y nos excusamos por
comodidad; cuando asentimos a lo negativo que se dice de una persona
solo por ir al hilo de la conversación…
El pecado
existe, ya lo creo, y su fuerza consiste en la acumulación de los
pecados personales de cada uno de nosotros.
Jesucristo
es el “Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo”
Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Es decir, la
gracia de Dios, la misericordia de Dios, el amor de Dios, que son
mucho más fuertes que los pecados de todos los hombres, se han
manifestado en Cristo Jesús.
El
Bautista, hoy en el evangelio, además de decirnos que Jesucristo es
el Cordero de Dios, nos dice, que Jesucristo tiene el Espíritu de
Dios, y por fin, en la cumbre de la revelación, dice que Jesucristo
es el Hijo de Dios: “Yo
lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”,
termina diciendo.
Por eso, en
Jesús y con Jesús nosotros podemos vencer toda tentación y evitar
todo pecado; en Jesús y con Jesús nosotros podemos vivir la
esperanza de que nuestros pecados pueden ser perdonados, por grandes
que sean.
Cada vez que
venimos a misa, no sé si ponemos suficiente atención, en la última
parte, cuando nos preparamos para la comunión, en dos momentos
aludimos al Cordero de Dios: Cuando después de la paz, repetimos
tres veces: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten
piedad de nosotros”, y en la tercera, “Danos la paz”; y
enseguida, cuando el sacerdote invita a comulgar, nos dice
solemnemente: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”.
Cuando
comulgamos, recibimos al Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”: Él nos da fuerza para vencer toda tentación y vivir
permanentemente la gracia de Dios.