-Textos:
-Eclo
15, 16-21
-Sal 118, 1-5.17-18.33-34
-1
Co2, 6-10
-Mt
5, 17-37
“No
he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Es
difícil ser un buen cristiano? Al escuchar el evangelio de hoy puede
darnos la impresión de que sí, que es difícil, y que Jesucristo
nos propone un programa de vida demasiado exigente.
Pero no
podemos olvidar la respuesta que Jesús dio en otra ocasión a aquel
maestro de la ley que preguntaba: “¿Cúal
es el principal mandamiento de la ley?”
Jesús le responde: “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es
semejante a él: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. En estos
dos mandamientos se resume toda la Ley y los Profetas”.
Jesucristo
propone al mundo la Ley de Dios, su voluntad, los diez mandamientos
que reveló Dios a Moisés en el Sinaí. Pero la Ley de Dios no es un
capricho de Dios para someter al hombre; los mandamientos de Dios son
las señales de ruta, los indicadores para que caminemos por el
camino que nos lleva a la libertad, a la justicia y a la paz. La
voluntad de Dios es que el hombre viva, y alcance la felicidad.
Jesucristo
nos propone los mandamientos de Dios y nos muestra cual es el
espíritu que late en esos preceptos divinos, que no es otro que el
amor a Dios y el amor al prójimo.
Desde
esta clave, Jesucristo con autoridad soberana extrema y radicaliza
los mandamientos de la ley de Dios, pero corrige y critica muchas de
las normas particulares y secundarias, que los teólogos y juristas
de su tiempo enseñaban al pueblo: “Habéis
oído que se dijo: “No matarás”…, pero yo os digo: “Todo el
que está peleado con su hermanos será procesado… “Habéis oído
“No cometerás adulterio”… Yo os digo: el que mira a una mujer
casada deseándola, ya ha cometido adulterio”… “Se dijo a los
antiguos…”No jurarás en falso… Pues yo os digo que no juréis
en absoluto”.
Los
seguidores de Jesús no hemos de limitarnos a cumplir rácanamente la
ley, de mala gana, sólo por no pecar. Para los cristianos los
mandamientos del Señor son cauces para practicar el amor.
Yo no
debo robar, porque si robo voy a la cárcel: así piensa el
legalista. El discípulo de Jesús dice: Yo no robo, porque robar es
hacer daño al prójimo; y no me contento con no robar sino que, en
la medida que puedo, doy dinero al necesitado.
Otro
ejemplo: Yo voy a misa los domingos, no sólo porque es obligación,
sino porque quiero y siento necesidad de escuchar la palabra de Dios
y de recibir a Jesucristo en mi corazón.
Los
seguidores de Jesús no nos situamos en el nivel de mínimos, es
decir, para evitar el castigo, sino en el nivel de máximos
impulsados por el amor.
Y para
terminar, me queda lo mejor y lo más importante: Jesucristo no sólo
nos propone amar y cumplir los mandamientos de Dios, sino que nos
ofrece la fuerza y la gracia para poder cumplirlos. Porque Jesucristo
regala su Espíritu, el Espíritu Santo, el cual nos da un corazón
nuevo y un espíritu nuevo. De manera que libremente, con ganas y con
entusiasmo amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos… ¡Y como el mismo Jesucristo nos ama!