domingo, 5 de marzo de 2017

DOMINGO I CUARESMA (A)

-Textos:

-Gn 2, 7-9. 3, 1-7
-Sal 50, 3-6.12-14.17
-Ro 5, 12-19
-Mt 4, 1-11

Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este primero y solemne domingo de cuaresma, punto de salida para la gran marcha hacia la Pascua, me voy a permitir presentaros un drama en tres actos: el drama de la vida humana y del mundo.

El primer acto se titula “La creación”, el protagonista es Dios Padre: “El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo… El Señor Dios plantó un jardín en Edén…”.

Dios ha creado el mundo y ha creado al hombre. Y nos hizo a su imagen y semejanza, racionales y libres. Nos puso en el centro de la creación como colaboradores suyos, para que cultivemos y cuidemos la creación y la vayamos perfeccionando. Para eso Dios puso sus leyes en la creación y nos dio sus mandamientos. Los mandamientos del Señor son caminos de vida, de prosperidad y de paz, para los hombres y para el mundo entero.

Este fue el proyecto de Dios, el jardín del Edén y el hombre en medio de él. Es el primer acto del drama de la vida.

El segundo acto se titula “El pecado”. Y los protagonistas somos los hombres. “Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres…” Son palabras de san Pablo en la segunda lectura.

Nosotros, los seres humanos, no somos dioses, somos criaturas limitadas, pero libres y racionales y nos vemos ante el mundo y la historia en un dilema: aceptar nuestra condición de criaturas, reconocer al Creador y obedecer sus mandatos, o por el contrario, dejar a un lado al Creador, desobedecer sus mandamientos e intentar ser dioses.

En esto consiste el pecado original: renegar de nuestra condición de criaturas y pretender ser dioses. Con el pecado original se despiertan en nosotros las tendencias más perjudiciales para el ser humano: la negación del hombre como imagen de Dios, la soberbia, la avaricia, el desenfreno, la envida, el afán desmedido de poder.

En este segundo acto hay un segundo protagonista, que no podemos descuidar: el demonio que desempeña dos papeles: Es tentador, que incentiva todas las pasiones y tendencias del corazón humano contrarias a Dios y destructoras de nuestra felicidad; y en segundo lugar, es mentiroso por naturaleza e intenta hacernos creer, que siguiendo esas pasiones tentadoras, pero destructoras, seremos felices, mientras que si obedecemos a Dios y a sus mandamientos sólo encontraremos tristeza y sufrimientos.

El resultado de este segundo acto ya lo vemos: Dios diseñó el jardín del Edén, y el pecado ha desencadenado esta historia humana que estamos llorando y sufriendo.

Y llegamos al tercer acto de este drama de la vida: El protagonista es Jesucristo. Dios Padre es fiel, y siguen su propósito de dar lugar a que su obra creadora llegue a ser un jardín, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y tanto nos ama que envía a su Hijo al mundo. Jesucristo asume nuestra condición de criatura: pasa por las tentaciones de riquezas y bienes materiales, de utilizar a Dios, en vez de obedecerle, de confiar en el poder y prescindir de Dios. Pero “se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios los exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre”. Y “donde abundó el pecado sobre abundó la gracia”.

En la segunda lectura, san Pablo grita con fuerza y lleno de gozo: “No hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don desbordaron sobre todos.

Queridos hermanos todos: Cristo ha vencido la muerte, el pecado y todas las tentaciones. En Cristo nosotros podemos vencer todas las tentaciones, sentirnos felices de ser criaturas amadas de Dios e hijos de Dios; podemos soñar y esperar con fundamento que este mundo llegará a ser un jardín y viviremos felices en él con Dios y los santos; un cielo nuevo y una tierra nueva; una pascua eterna.


Y permitidme, todavía, un epílogo a este drama: El Espíritu llevó a Jesús al desierto, el Espíritu y la Iglesia nos invitan hoy a entrar en la cuaresma, para tomar conciencia de cuáles son nuestras tentaciones, para saber dónde está nuestro corazón. Y sobre todo para convertirnos a Jesucristo y reafirmar nuestra adhesión a él.