-Textos:
-Gn
2, 7-9. 3, 1-7
-Sal
50, 3-6.12-14.17
-Ro
5, 12-19
-Mt
4, 1-11
“Jesús
fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el
diablo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En este
primero y solemne domingo de cuaresma, punto de salida para la gran
marcha hacia la Pascua, me voy a permitir presentaros un drama en
tres actos: el drama de la vida humana y del mundo.
El
primer acto se titula “La creación”, el protagonista es Dios
Padre: “El Señor
Dios modeló al hombre de arcilla del suelo… El Señor Dios plantó
un jardín en Edén…”.
Dios ha
creado el mundo y ha creado al hombre. Y nos hizo a su imagen y
semejanza, racionales y libres. Nos puso en el centro de la creación
como colaboradores suyos, para que cultivemos y cuidemos la creación
y la vayamos perfeccionando. Para eso Dios puso sus leyes en la
creación y nos dio sus mandamientos. Los mandamientos del Señor son
caminos de vida, de prosperidad y de paz, para los hombres y para el
mundo entero.
Este fue el
proyecto de Dios, el jardín del Edén y el hombre en medio de él.
Es el primer acto del drama de la vida.
El
segundo acto se titula “El pecado”. Y los protagonistas somos los
hombres. “Lo mismo
que por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado
la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres…”
Son palabras de san Pablo en la segunda lectura.
Nosotros, los
seres humanos, no somos dioses, somos criaturas limitadas, pero
libres y racionales y nos vemos ante el mundo y la historia en un
dilema: aceptar nuestra condición de criaturas, reconocer al Creador
y obedecer sus mandatos, o por el contrario, dejar a un lado al
Creador, desobedecer sus mandamientos e intentar ser dioses.
En
esto consiste el pecado original: renegar de nuestra condición de
criaturas y pretender ser dioses. Con el pecado original se
despiertan en nosotros las tendencias más perjudiciales para el ser
humano: la negación del hombre como imagen de Dios, la soberbia, la
avaricia, el desenfreno, la envida, el afán desmedido de poder.
En este
segundo acto hay un segundo protagonista, que no podemos descuidar:
el demonio que desempeña dos papeles: Es tentador, que incentiva
todas las pasiones y tendencias del corazón humano contrarias a
Dios y destructoras de nuestra felicidad; y en segundo lugar, es
mentiroso por naturaleza e intenta hacernos creer, que siguiendo esas
pasiones tentadoras, pero destructoras, seremos felices, mientras que
si obedecemos a Dios y a sus mandamientos sólo encontraremos
tristeza y sufrimientos.
El resultado
de este segundo acto ya lo vemos: Dios diseñó el jardín del Edén,
y el pecado ha desencadenado esta historia humana que estamos
llorando y sufriendo.
Y
llegamos al tercer acto de este drama de la vida: El protagonista es
Jesucristo. Dios Padre es fiel, y siguen su propósito de dar lugar
a que su obra creadora llegue a ser un jardín, un cielo nuevo y una
tierra nueva. Y tanto nos ama que envía a su Hijo al mundo.
Jesucristo asume nuestra condición de criatura: pasa por las
tentaciones de riquezas y bienes materiales, de utilizar a Dios, en
vez de obedecerle, de confiar en el poder y prescindir de Dios. Pero
“se hizo
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios los
exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre”.
Y “donde abundó
el pecado sobre abundó la gracia”.
En la
segunda lectura, san Pablo grita con fuerza y lleno de gozo: “No
hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno
murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la
benevolencia y el don desbordaron sobre todos.
Queridos
hermanos todos: Cristo ha vencido la muerte, el pecado y todas las
tentaciones. En Cristo nosotros podemos vencer todas las tentaciones,
sentirnos felices de ser criaturas amadas de Dios e hijos de Dios;
podemos soñar y esperar con fundamento que este mundo llegará a ser
un jardín y viviremos felices en él con Dios y los santos; un cielo
nuevo y una tierra nueva; una pascua eterna.
Y permitidme,
todavía, un epílogo a este drama: El Espíritu llevó a Jesús al
desierto, el Espíritu y la Iglesia nos invitan hoy a entrar en la
cuaresma, para tomar conciencia de cuáles son nuestras tentaciones,
para saber dónde está nuestro corazón. Y sobre todo para
convertirnos a Jesucristo y reafirmar nuestra adhesión a él.