-Textos:
-Gn 12,
1-4ª
-Sal 32,
4-5.18-22
-2 Tim 1,
8b-10
-Mt 17,
1-9
“Este
es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“Jesús
tomó consigo a Pedro, Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte a una montaña alta”.
También los
peregrinos a Javier subieron ayer y el domingo anterior a la colina
del castillo de Javier; también nosotros, hoy, somos invitados en
esta eucaristía a subir por el camino cuaresmal hacia la Pascua.
Es importante
tomar nota de la situación y estado de ánimo de los discípulos,
cuando Jesús invita a los tres más representativos a subir a la
montaña.
Acababan
de escuchar de labios de Jesús: “Tengo
que subir a Jerusalén y allí sufrir mucho y ser ejecutado…”
Y a continuación: “El
que quiera venir en pos de mí, que se niegue a así mismo, que
cargue con su cruz y me siga”.
No son palabras halagüeñas las que salen de labios del Maestro.
Pedro y los discípulos están desconcertados y preocupados.
A veces, el
ambiente de la calle, los medios de comunicación, las noticias que
salen en los periódicos nos transmiten un ambiente de indiferencia,
y de hostilidad para la fe cristiana, y los valores que propone Jesús
en el evangelio. En este ambiente, no es fácil expresar la fe y dar
testimonio de ella. En el fondo nos pasa que queremos quedar bien y
triunfar, como los apóstoles.
Jesús, sin
embargo, hoy, como, ayer, parece que prefiere obedecer al Padre,
callar, soportar el dolor de los que sufren, cargar con el pecado de
los pecadores; esperar que se conviertan los que adoran el dinero,
los que trafican con seres humanos…; esperar y amar, hasta dar la
vida… Es su método. No lo acabamos de entender.
Jesús, en
esta celebración, se transfigura y se revela, anticipándonos así
el final de su historia y de la nuestra. Jesús, el crucificado, se
nos revela resucitado.
Lo vemos con
el rostro resplandeciente de gloria de Dios, sus vestiduras blancas
traslucen su divinidad.
Vemos,
además, presentes a los dos testigos más cualificados del pueblo de
Israel: Moisés y Elías, la Ley y los Profetas.
Y vemos,
sobre todo, el testimonio supremo, el testimonio de Dios. Dios
aparece como nube luminosa, no se le ve cara a cara, pero se deja
oír.
Hermanos
todos, es la voz de Dios. ¿Qué dice? Oigamos bien, para que no
dudemos: “Este es
mi Hijo, el amado, mi predilecto”.
Creamos, contemplemos y gocemos.
Sí, es
Jesús, el ridiculizado por la sociedad olvidadiza, opulenta y
secularizada. Pero es Jesús, glorioso, triunfante, divino. Preludio
del mundo salvado, del Reino de Dios logrado. Creamos ahora que nos
sentimos en minoría, creamos ante quienes piensan que el futuro es
de la ciencia y de la técnica, de la razón y sólo de la razón.
Creamos: Jesús el crucificado, vencedor de la muerte y del pecado,
resplandeciente de gloria, preludio del mundo nuevo.
Pero no
nos quedemos extasiados. Sigamos atentos. Dios no ha terminado de
hablar, continúa y dice: “¡Escuchadle!
Escuchadle:
escuchadle durante este tiempo de cuaresma; es un tiempo de
entrenamiento, para poner en práctica su evangelio. Viene la Pascua,
también nosotros podemos quedar transfigurados por su gracia, con
una fe viva, una esperanza cierta, un amor que contagia y atrae.
Ojalá,
queridas hermanas y queridos hermanos: Todos los que han peregrinado
a Javier estos días, sobre todo los jóvenes y las jóvenes, hayan
visto en el rostro sonriente del Cristo crucificado de Javier, la
gloria del Cristo victorioso, que trae un mundo nuevo. Pero ojalá
que hayan tenido la gracia de quedar impresionados por el mensaje de
Dios Padre: “Escuchadle”,
y sigan sin
escandalizarse y sin miedo al Cristo sonriente y crucificado.