-Textos:
-Hch 2,
14. 22-28
-Sal 15,
1-11
-1 Pe 1,
17-23
-Lc 24,
13-35
“Nosotros
esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Qué
fuerza y qué temple apostólico reflejan las palabras de Pedro a las
gentes de Jerusalén en el discurso que hemos escuchado en la primera
lectura: “Lo matasteis en una cruz.
Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte…”
Y en
contraste llamativo, cuánta tristeza y desaliento revelan las
palabras que comentan con Jesús los dos discípulos que caminan a
Emaús: “Nosotros
esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel”.
Y nosotros,
¿en qué estado de ánimo nos encontramos esta mañana después de
haber vivido la Pascua en las celebraciones de los días pasados?
La vuelta a
la vida ordinaria, el ambiente poco religioso que se respira en la
calle, la lucha de cada día, la rutina, puede inducirnos a la apatía
y al pesimismo. “Nosotros esperábamos que todo el mundo
reconociera a Jesucristo como salvador, sin embargo, al menos en
nuestra tierra, parece que cada día está más olvidado”.
No caigamos
en la tentación del desaliento. Nosotros también actualmente, en
medio de esta sociedad plural y secularizada, podemos llegar al
convencimiento firme y entusiasmante de que Jesucristo ha resucitado
y vive y nos da su Espíritu.
El precioso
evangelio que se nos ha proclamado hoy es sumamente aleccionador. No
nos quedemos solo con el lamento inicial de estos discípulos que
caminan con Jesús sin advertir que es el mismo Jesús quien les
acompaña. Recojamos dos frases que son también de ellos mismos:
“¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?”. Escuchar
la Palabra de Dios, ésta es la primera fuente de la que mana la
noticia cierta de que Cristo vive y ha resucitado. La Palabra de Dios
que podemos escuchar sobre todo cuando en nombre del Dios nos
reunimos aquí, en la asamblea cristiana; también cuando escuchamos
las enseñanzas del papa y del magisterio de la Iglesia, en la
oración silenciosa y privada, en la “lectio divina” y en otros
momentos.
Oímos
tantas palabras, tan distintas y contradictorias… ¿Cómo podremos
mantener la fe y acrecentarla, si no escuchamos la palabra que la
suscita?
Hermanos:
para creer que es verdad, que Cristo ha resucitado, escuchar la
Palabra de Dios, con regularidad, con constancia.
La
segunda frase, que me permito poner a vuestra consideración, también
la oímos de boca de estos dos discípulos que han ido a Emaús y
han vuelto a Jerusalén: “Y ellos
contaron… cómo lo habían reconocido al partir el pan”.
“Te conocimos, Señor, al partir el pan; tú nos conoces Señor, al
partir el pan”, cantamos en una canción que ha tenido fortuna en
nuestras reuniones litúrgicas. Sí, hermanos, la eucaristía de cada
domingo y de cada día, es el lugar y el momento más propicio para
adquirir el convencimiento cierto y la experiencia más
reconfortante de que Cristo ha resucitado, que ha vencido al muerte
y al pecado y nos da la vida eterna. Los cristianos no podemos vivir
sin la eucaristía, decían los primeros cristianos. “La
eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, nos dijo el
Concilio Vaticano II, porque ella contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, Cristo, nuestra Pascua”.