-Textos:
-Mt 21,
1-11
-Is 50,
4-7
-Sal 21,
8-9,17-24
-Flp 2,
6-11
-Mt 26,
14- 27,66
“Realmente,
este era Hijo de Dios”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¡Qué
contraste tan notorio acabamos de sentir, entre los cantos
victoriosos y alegres de la procesión con los ramos y, ahora, la
lectura penosa y dramática de la pasión y muerte de Jesús!
“Bendito
el que viene en nombre del Señor” cantábamos en la procesión; y
en la proclamación de la pasión, cuando el pueblo judío condena a
Jesús por impostor y blasfemo, un pagano, el centurión, reconoce y
confiesa: “Verdaderamente,
este era Hijo de Dios”.
Jesús
Mesías, enviado de Dios, Jesús Hijo de Dios. Comencemos esta Semana
Santa, haciendo un acto de fe y guardando en la memoria lo que hemos
cantado y hemos oído en esta celebración: Jesucristo es el Hijo de
Dios, el Mesías, el enviado de Dios para salvar al mundo.
Entremos en
estos días santos haciendo presente esa verdad que se esconde en el
misterio de las celebraciones litúrgicas: Cada celebración comunica
una gracia singular, una gracia correspondiente al misterio que
conmemora.
Gracia que,
en el Jueves Santo, nos lleva a compartir en el banquete de la
eucaristía la vida de Cristo y la solidaridad con los hermanos;
gracia que nos fortalece para afrontar las dificultades de la vida,
adorando y abrazando la cruz de Cristo en la tarde del Viernes Santo;
gracia que nos descubre de manera nueva nuestra identidad cristiana
en la noche luminosa de la Vigilia pascual; gracia de vida y alegría,
que nos llena de esperanza en la mañana jubilosa del Domingo de
Resurrección.
Hermanos: En
Semana Santa, seguir a Jesús quiere decir acudir a las celebraciones
litúrgicas de cada día; ser cristianos en Semana Santa es
participar, sobre todo, en las celebraciones litúrgicas; también en
las procesiones y otros actos de carácter religioso, pero sobre todo
en las celebraciones litúrgicas.
Es una
oportunidad que la Iglesia nos ofrece, es una responsabilidad moral.
No podemos contribuir a disolver la Semana Santa en unas vacaciones
agotadoras con viajes que llenan las arcas de las agencias y los
hoteles. Allí donde estemos o vayamos, participemos en las
celebraciones litúrgicas.