-Textos:
-Hch 2, 42-47
-Sal 117,
2-4.13-15.22-24
-1 Pe 1, 3-9
-Jn 20, 19-31
“Estaban
los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos”.
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Cómo os ha ido el
Triduo pascual y la Semana Santa? Quizás habrá que preguntar
también, ¿Cómo os han ido las vacaciones?
Volvemos a la vida
ordinaria: El trabajo, el colegio, las clases, los paseos, el
régimen, la cita médica…, y la eucaristía de cada domingo.
El
evangelio de hoy comienza diciendo: “Estaban
los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos”.
Sin duda, hay muchos
motivos para sentir miedo. Pero me permito la confianza de preguntar:
¿Estamos como los primeros discípulos en nuestra casa, en nuestra
iglesia, con las puertas cerradas por miedo?
¿Miedo al terrorismo? ¿Al
fervor religioso de otras confesiones religiosas? ¿A la cantidad de
cristianos católicos bautizados que abandonan la práctica
religiosa? ¿A las corrientes de pensamiento que consideran inútil
la religión y proponen la ciencia y la técnica como la salvación
del mundo? ¿A qué tenemos miedo?
Otro es
el ambiente que se palpa en la Carta de san Pedro, en la segunda
lectura: ¡Bendito sea Dios, que…por
la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una
esperanza viva… La fuerza de Dios os custodia en la fe… Alegros
de ello, aunque de momento tengáis que sufrir pruebas diversas…No
habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en
él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando
así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”.
Esta
mañana Jesús viene a nuestro encuentro igual que aquella tarde del
primer domingo, y nos dice: “Paz a
vosotros”. Y nos repite de nuevo:
“Paz a vosotros”.
Pero, atención, continúa diciendo: “Como
el Padre me ha enviado, así os envió yo”.
Quiere
decirnos: Abrid las puertas y salid de casa, salid del templo, salid
de un cristianismo rutinario y demasiado cómodo. Para eso, sí:
“Recibid el Espíritu Santo”;
recibidlo para salir a la calle, al trabajo, a vuestras familias,
también a los barrios, y a otros países necesitados de necesidades
materiales y sobre todo, de fe; id a los que no creen y a los que han
abandonado la fe.
Porque sois bautizados y
tenéis poder para perdonar los pecados, es decir para salvar a
vuestros hermanos: tenéis el Espíritu Santo; tenéis realmente
poder para anunciar el evangelio y ganar a vuestros hermanos para
una esperanza nueva y una vida mejor.
Abrid
vuestros templos, salid a las periferias. Hermanos, podéis
preguntar: Pero nosotros ¿qué podemos hacer?
Repasemos
la primera lectura; algunas cosas de las que dice puede que no se
puedan aplicar literalmente; pero el programa es un modelo que sirve
para nosotros hoy, igual que ayer y siempre:: “Los
hermanos eran constantes en escuchar las enseñanzas de los
apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en la
oraciones… Los creyentes vivía todos unidos y lo tenían todo en
común; vendían posesiones y bienes y repartían entre todos, según
la necesidad de cada uno”.
Este
modelo de vida cristiana, queridas hermanas y queridos hermanos, da
fruto, evangeliza: “Eran bien vistos,
dice la carta, de todo el pueblo y día
tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”.
Nosotros,
queridos hermanos, que hemos recibido el Espíritu Santo en el
bautismo, nos encontramos reunidos en torno a la eucaristía, donde
gozamos de la presencia viva de Jesús; ahora, al terminar la misa,
solo nos falta tomar muy en serio las palabras de Jesús: “Como
el Padre me ha enviado, así os envío yo”, y
salir a anunciar el Evangelio por todas partes.